En España se ha
prendido un incendio que América Latina ya vivió en los ochentas y noventas y
que solo ha podido superarse con los gobiernos de la nueva izquierda.
Juan J. Paz y Miño Cepeda / El Telégrafo
El pasado 19 de julio
Madrid fue una ciudad ocupada por centenares de miles de ciudadanos, en el
sector que va desde Atocha, pasa por la fuente de Neptuno, llega a Cibeles,
sube por la Gran Vía y desemboca en Puerta del Sol, donde los manifestantes
también llenaron las calles aledañas. La consigna “Quieren arruinar al país;
somos más; hay que impedirlo”, convocó a hombres, mujeres, ancianos, jóvenes,
profesionales, estudiantes, empleados y hasta niños y turistas asombrados.
Algo parecido ocurría
en por lo menos 80 ciudades españolas. Los medios de comunicación han
presentado imágenes, informaciones y reportajes de lo ocurrido en todo el país.
Pero ni ellos han podido reflejar el espíritu que llenó las calles madrileñas.
A Puerta del Sol
llegaron policías que se unieron a los manifestantes. Los enviados a vigilar la
marcha se sacaron los cascos en señal de solidaridad con los ciudadanos. Los
bomberos fueron aplaudidos cuando se unieron a todos y en aquellos momentos en
los que lanzaban agua y espuma, como signo de solidaridad, calmando el calor de
los convocados a una reunión ciudadana impresionante e inédita en décadas.
Los gritos y consignas
de la multitud fueron variados. No faltaron los coreados “h-de-p” contra
políticos claramente nombrados. Hubo pancartas, cornetas y pitos. Los discursos
de varios dirigentes laborales y sociales. Y el canto masivo de “La
Internacional”, junto a banderas republicanas en alto, confundidas con las
sindicales, de las organizaciones sociales más variadas o de los partidos de
izquierda.
Todo ello en rechazo a
los recortes del gobierno, cuyos voceros defienden como medidas “dolorosas”
pero “inevitables”, por ser las exigidas por la Unión Europea (particularmente
Alemania), con el fin de salvar a los bancos y las empresas. Y todavía faltan
más. Aquí, en Madrid, todo el mundo dice que lo que menos importa es la gente.
En España se ha
prendido un incendio que América Latina ya vivió en los ochentas y noventas y
que solo ha podido superarse con los gobiernos de la nueva izquierda.
Hay tres lecciones
históricas. Una, que las derechas solo esperan el momento de llegar al poder
para revertir los logros sociales generados desde el Estado. Dos, que quienes
solo confían en un “modelo empresarial” de desarrollo, nunca pensarán
económicamente en medidas alternativas para el beneficio social. Tres, que se
requiere de voluntad política para afectar a los ricos y promover los cambios
sociales radicales.
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