En estos días se inician los Juegos
Olímpicos. ¿Alguien puede imaginar evento más digno de encomio en sus orígenes?
Hasta la guerra se detenía en la antigua Grecia cuando se realizaban los
juegos. Hoy, son un inmenso negocio del espectáculo.
Rafael
Cuevas Molina/Presidente AUNA-Costa Rica
Espectáculo de inauguración de los Juegos Olímpicos en Londres |
¿Qué emparenta un concierto de Madona,
el reality show de Kim Kardashian y
las Olimpiadas de Londres? Que todas son un lucrativo espectáculo al que
acceden millones de personas en el mundo a través de los medios de
comunicación.
Estamos en la era de la industria del
espectáculo: el showbusiness, que no
deja resquicio ni respiro en nuestra vida diaria y que levanta uno de los
mayores negocios de los que tenga noticia la humanidad, a tal punto que perfectamente podemos
caracterizar a nuestra época como la era del espectáculo.
El corazón de este emporio es los
Estados Unidos de América. En ese país no hay hoja que se mueva que no pueda
potencialmente ser transformada en un circo. Y lo peor es que todos se mueren
por participar del show, tener sus
cinco efímeros minutos de “fama” al aparecer en la pantalla de los televisores
aunque sea solo para decir “mu”.
La cultura del espectáculo tiene un
paraíso: Hollywood, a la que los norteamericanos llaman la fábrica de sueños.
El potencial económico de Hollywood es inmenso, a tal grado que sus
producciones constituyen uno de los principales rubros de ingresos de los
Estados Unidos.
Pero su valor verdadero va mucho más
allá de lo económico, es ideológico. No hay película de Hollywood que no traiga
la carga inoculadora de los “valores americanos”. Desde bebés nuestros hijos
maman las imágenes de la estatua de La Libertad como sinónimo de entrada a la
Tierra Prometida, de las marchas militares norteamericanas como ambientación
del triunfo del bien sobre el mal.
La industria del espectáculo lo fagocita
todo, hasta lo más puro y limpio del ser humano pasa por su maquinaria
transformándose en otra cosa que, siempre, alimenta las fauces de quienes no
tienen más interés que ganar dinero.
En estos días se inician los Juegos
Olímpicos. ¿Alguien puede imaginar evento más digno de encomio en sus orígenes?
Hasta la guerra se detenía en la antigua Grecia cuando se realizaban los
juegos. El premio que se les daba a los ganadores de las pruebas era un objeto
simbólico. En los comienzos fue una manzana. La satisfacción, el honor, el
reconocimiento moral eran la mayor compensación.
Hoy, los Juegos Olímpicos son un inmenso
negocio del espectáculo. Si al ganador de una prueba le dieran una manzana de
premio quedaría estupefacto o lo tomaría por una broma. Triunfar en las
Olimpiadas asegura fama y fortuna.
El triunfo, incluso, puede no ser
deportivo. Un escandalillo amoroso en la Villa Olímpica, una vestimenta
estridente, un gesto que atraiga la atención pueden ser decisivos para atraer
la atención de la industria que no dudará en engullir a la feliz víctima.
Alelados, millones de televidentes se
solazarán en los días venideros del espectáculo olímpico en el que se
publicitan los negocios más alejados del ideal olímpico como los de comidas y
bebidas chatarra tipo Coca-Cola y Mac Donalds. Los locutores harán loas a los
recintos deportivos y darán a conocer las cifras multimillonarias que han
costado.
Es la banalización del deporte, la banalización
de la cultura y la banalización de la vida por el showbusiness.
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