Cuando en el sur del
continente, los países ensayan por primera vez desde la colonia una vuelta a la
Patria Grande, el mayor Estado
hispanoparlante declina sus banderas de emancipación, las que son sostenidas
por los jóvenes universitarios indignados identificados con “Yo soy 132”, quienes
han salido a protestar por los fraudes electorales, cosa que nos recuerda a
aquellos otros que en 1968 salieron a la plaza de Tlatelolco a protestar y
pagaron con sus vidas.
Roberto Utrero / Especial para Con Nuestra América
Desde Mendoza,
Argentina
Portada del libro de Jenaro Villamil, del 2009: un anticipo de la teledemocracia mexicana. |
Cuando el escritor
inglés George Orwell imaginó a Goldstein, aquel personaje omnipresente de 1984,
que todo lo observaba desde la telepantalla, no hubiera previsto las mil y una
aplicaciones que tendría en los actuales reality shows. Menos aun su profunda
incidencia en la formación de la opinión de la gente. Era imposible visualizar
hace seis décadas la influencia de los medios masivos de comunicación, sobre
todo el de la televisión, la que instalada en el centro de las casas
alimentaría la subjetividad de sus moradores, desde que despiertan hasta que se
duermen. En esa nefasta rutina, los más afectados son los pequeños que,
conectados al chupete electrónico no pueden discernir entre lo real y lo
irreal, succionados desde la pantalla del aparato. No obstante, a los mayores
no les va mejor dado que dejan librada su voluntad a quien quiera manejarla,
sino vean lo sucedido en México.
El resultado de las
elecciones presidenciales del domingo pasado son una prueba elocuente de la
influencia de la televisión. Era algo sabido, cantado y hasta escrito, el
periodista Jenaro Villamil publicó en 2009, en Grijalbo Mondadori, Si yo
fuera presidente, un reality show de Peña Nieto. Allí el autor advertía
sobre la construcción de un liderazgo de imagen impulsado desde el gigante
Televisa.
El dominio hegemónico
de ese medio se impuso por sobre los otros candidatos, dejando de lado las
esperanzas de Andrés Manuel López Obrador, del PRD, que por segunda vez se
presentaba a la máxima candidatura.
Dentro de esa
aceptación sumisa al orden que recuerda las siete décadas de influencia del
PRI, al que corresponde el nuevo presidente, es lícito especular con el cambio
de ropaje para los harapos de siempre. El Luis Miguel de la política, como se
lo ha reconocido desde los medios críticos, seguirá los derroteros actuales en
torno de las relaciones internacionales del país azteca, plegándose
afectivamente a su vecino imperial, sin preocuparle mucho la situación de sus
hermanos centroamericanos y muchos menos, intentará acercarse a los proyectos
progresistas que se desarrollan en el cono sur.
Desgraciadamente, con
este resultado quedará pendiente el viejo proyecto de integración de México al
bloque liderado por los dos grandes sudamericanos: Argentina y Brasil, los que
tanto en las recientes Cumbres del Mercosur y Unasur, instaron a los países
latinoamericanos a que se sumaran a sendas propuestas.
El drama del
narcotráfico, los 60 mil muertos acumulados en el último sexenio y su anuncio
de mantener la política de seguridad del actual presidente, Felipe Calderón,
ratifican su voluntad de cambio en lo interno.
Aquella nefasta
sentencia del dictador Porfirio Díaz, “tan lejos de Dios y tan cerca de los
Estados Unidos” continúa con una fuerza persistente, como si no hubieran
transcurrido más de cien años, corrido tanta sangre, no hubiera habido
Revolución ni Francisco Villa y Emiliano Zapata hubieran existido jamás.
En Argentina, antes de
la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisuales, el grupo Clarín era el
monopolio que imponía la agenda política, desde la última dictadura militar, a
cuyo amparo obtuvo Papel Prensa S.A. junto con La Nación, el tradicional diario
argentino, fundado por Bartolomé Mitre en el siglo XIX, ahora manejado por sus
herederos. Ellos solos usufructuaban el papel para sus diarios de manera
privilegiada, mientras el resto de los diarios argentinos estaban sometidos a
sus caprichos.
Con ese apoyo
monumental, el grupo construyó el mayor multimedios del país, haciendo de los
argentinos los más “informadamente desinformados” durante más de tres décadas.
Si hubiera la remota
posibilidad de que nuestros hermanos mexicanos contaran con un instrumento
legal similar, seguramente Televisa no tendría el poder ni la influencia actual
y el presidente no sería el elegido.
Hasta la duda y el
recuento del 54% de los votos, no deja de ser una triste parodia con resultado
anunciado.
Cuando en el sur del
continente, los países ensayan por primera vez desde la colonia una vuelta a la
Patria Grande como soñaron los padres de la independencia, amparados tal vez
por la crisis financiera que azota al imperio y sus socios europeos, el mayor
Estado hispanoparlante declina sus banderas de emancipación, las que son
sostenidas por los jóvenes universitarios indignados identificados con “Yo soy
132”, quienes han salido a protestar por los fraudes electorales, cosa que nos
recuerda a aquellos otros que en 1968 salieron a la plaza de Tlatelolco a
protestar y pagaron con sus vidas.
Nos queda entonces la
esperanza que esa sangre nueva se retuerza de indignación ante lo sucedido ya
que, desde la Malinche en adelante, se ha traicionado a los mexicanos.
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