Pasa varias horas al día en la sala de juicio, sentada a
escasos metros del general, y lo observa, tratando de desentrañar en sus gestos
las razones que pueden haber llevado a alguien a cometer los crímenes que se le
imputan. Le produce escalofríos verlo sonreír cuando pasan, uno tras otro, los
ixiles, que entre lágrimas, sollozos y estertores describen las espeluznantes
escenas de las masacres de las que fueron objeto.
Rafael
Cuevas Molina/Presidente AUNA-Costa Rica
El General Ríos Montt: impasible ante los testimonios de las masacres cometidas contra los ixiles. |
Marylena Bustamante es una guatemalteca
que vive en México. Salió de su país natal cuando la represión amenazó su vida
en la primera mitad de los años ochenta. Un par de años antes su hermano, Emil
Bustamante, había sido secuestrado en un retén policial en la ciudad capital y
nunca más se volvió a saber nada de él, igual que de otras decenas de miles de
guatemaltecos más.
Habiendo pasado toda su vida
persiguiendo esclarecer el crimen
cometido, regresó a Guatemala para presenciar el juicio en el que se
sindica por genocidio al general Efraín Ríos Montt.
Todos los días se sienta entre el
público, cuando puede en primera fila, como lo atestiguan las fotografías y los
vídeos divulgados nacional e internacionalmente por los despachos de prensa.
Pasa varias horas al día sentada en la sala de juicio, a
escasos metros del general, y lo observa, tratando de desentrañar en sus gestos
las razones que pueden haber llevado a alguien a cometer los crímenes que se le
imputan. Le produce escalofríos verlo sonreír cuando pasan, uno tras otro, los
ixiles, que entre lágrimas, sollozos y estertores describen las espeluznantes
escenas de las masacres de las que fueron objeto.
Hace dos días me envió un correo
electrónico:
“Hoy, terminada la audiencia, me dirijo
al elevador mientras la mayoría baja por las escaleras. Estoy ahí paradita en
un extremo de la entrada cuando vienen los custodios que acompañan a Ríos
Montt y a su nieto; el general se para frente a mí en el otro extremo, me
hace un saludo, se inclina, pero antes pone firmes sus pies y yo le digo
educadamente buenas tardes, general.
Al llegar el elevador uno de sus guardaespaldas me dice que entre y yo
respondo: suban me voy en el otro viaje, pensando en que no debería ir, pero
insisten, así que entro. Voy al fondo y detrás de mí entra el general; busca el
otro extremo y quedamos frente a frente. Los cuatro pisos hasta el sótano, que
es a donde lo llevan, se hacen eternos; lo miro pero no siento odio: lo
veo como un ratón arrinconado. Por fin llegamos, me dicen que pase primero, les
digo que debí de quedarme en el anterior
piso; el elevadorista no paró. Sale con paso firme y seguro.
"Ya en el coche, en mi soledad hablo,
según yo, con Emil, y le digo: perdoname,
pero no siento odio a pesar de la barbarie, solo un profundo desprecio; lo ves
ahí sentado como vil delincuente, lo tienen frente a la justicia los indios
shucos[1],
los caitudos[2],
esos que ellos siguen viendo con desprecio, esos que no hablan español.
"Lloré mucho y le digo a Emil: vos también lo ves ¿verdad?, es un
militar de hueso duro que soporta estoicamente todo el día. Escucha, hace
apuntes, se ríe cínicamente, habla con sus abogados, pone atención, ve los
mapas del Quiche en una pantalla, escucha lo que dicen los peritos. Nunca lo
ves dormitar ni cansado, y pienso si tomará algo para estar tan entero a su
edad. Recuerdo su soberbia cuando gobernó, los Tribunales de Fuero Especial,
cuando mi madre se le hincó a su esposa pidiendo por vos, y en el Palacio
Nacional nos dijeron que el general no recibía a madres de subversivos”.
Marylena Bustamante esperaba con
ansiedad, junto a decenas de asistentes al juicio, y miles que estamos afuera
-en la explanada frente a los tribunales, en otras partes del país, en el
exterior- siguiendo día a día sus incidencias, que el jueves o el viernes
pasados se dictara sentencia, pero el jueves por la tarde se presentó una nueva
medida dilatoria que pretende devolver todo a lo actuado hasta noviembre del
2011.
Entre el público, Marylena gritó: “Ríos Montt es un asesino”, y el general
de nuevo sonrió.
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