Durante la dictadura
militar, es decir la etapa genocida del Estado guatemalteco, el terror
selectivo fue una constante. Se combinó con las tres grandes olas de terror
masivo de 1954, 1966-1969 y 1981-1984. En la actualidad, la democracia neoliberal
crecientemente le ha dado continuidad al terror selectivo. El Estado es cómplice
de ese terror selectivo por omisión o por comisión.
Carlos Figueroa Ibarra / Especial
para Con Nuestra América
Desde
Puebla, México
Si algún mérito tiene
el campo pagado que se publicó hace unos días en Guatemala y que tiene el
revelador título de “Traicionar la paz y dividir a Guatemala”, es que expresa de manera sintética y sin
ambages, lo que un grupo de ex funcionarios de gobiernos de
la derecha neoliberal considera que debe ser
lo políticamente correcto. En tanto que
algunos de los firmantes son intelectuales orgánicos de esta derecha, el
documento tiene el mérito de expresar ideas que pretenden imponerse como
ideología dominante en Guatemala. He aquí pues las líneas generales de la
corrección política en Guatemala
expresadas en cinco mandamientos: 1.
Equiparar la paz a la renuncia a la
lucha por la memoria, la justicia y la verdad. 2. Nunca usar la palabra
genocidio aunque en Guatemala haya habido una matanza en gran escala que le
costó la vida a 200 mil personas. 3. Renunciar al castigo a los genocidas y
violadores de derechos humanos porque eso pone en serio peligro la paz y divide
a Guatemala. 4. Asumir que los militares genocidas representan al Estado
guatemalteco. 5. Valorar el hecho de que en Guatemala la violencia política ya
no existe.
Vemos pues a un grupo de burócratas e intelectuales de
la derecha neoliberal repitiendo argumentos de la derecha contrainsurgente: la
acusación de genocidio implica el
peligro de la reaparición de la violencia política, es producto de una minoría irresponsable, esta
minoría es ajena a las víctimas de “las
atrocidades ocurridas durante el enfrentamiento interno”. Aunque formalmente el
documento acepta el derecho de las víctimas a enderezar procesos judiciales contra
los responsables de tales atrocidades, contradictoriamente el elemento
vertebral del argumento es que hacerlo pone en peligro a la paz, divide a
Guatemala y como lo han expresado los volantes de propaganda negra de la
derecha contrainsurgente, se está provocando una nueva guerra interna. No
entiendo la indignación de los firmantes del documento porque una acusación de
genocidio se convierta en una acusación contra el Estado. Esos militares
actuaron en un período en el cual el Estado guatemalteco ejerció el terrorismo
de estado y realizó matanzas en gran escala. En el momento actual esos
militares no deberían representar al Estado como no lo hacen los delincuentes
de poca o mucha monta en cualquier país.
Sorprende también la
aseveración sin rubor alguno de que en Guatemala no existe violencia política.
Basta recordar el terror selectivo que agentes del Estado y sicarios al
servicio de grupos empresariales nacionales y extranjeros han dirigido contra
los activistas y derechos humanos en los últimos 12 años. Organizaciones de derechos humanos registraron
entre enero de 2000 y febrero de 2011
2,285 agresiones a defensores de derechos humanos y sociales. Entre enero y octubre de 2012 tal cifra alcanzó 254. Estas
agresiones comprendían desde asesinatos hasta amenazas telefónicas pasando por
detenciones ilegales, persecuciones, robos y violaciones sexuales. Entre fines
de febrero y mediados de abril de 2013
fueron asesinados de manera cruel ocho luchadores sociales, el último de ellos
el líder Q’anjob’al de Santa Eulalia (Huehuetenango) Daniel Pedro Mateo.
Durante la dictadura
militar, es decir la etapa genocida del Estado guatemalteco, el terror
selectivo fue una constante. Se combinó con las tres grandes olas de terror
masivo de 1954, 1966-1969 y 1981-1984. En la actualidad, la democracia neoliberal
crecientemente le ha dado continuidad al terror selectivo. El Estado es cómplice
de ese terror selectivo por omisión o por comisión.
La diferencia con
respecto a la dictadura militar, es que hoy
la democracia neoliberal cuenta con adalides ideológicos. Estos adalides en nombre de lo políticamente
correcto nos demandan obediencia y silencio ante lo que sucedió en el pasado y
complacencia ante lo que sucede en el presente.
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