El terror militar tuvo como objetivo el aniquilar la
insurgencia guerrillera. Hoy la democracia neoliberal ha vuelto a recurrir al
terror selectivo necesario para disciplinar a la población que se resiste a la
rapacidad del gran capital. El Estado guatemalteco, ahora a través del gobierno
de Pérez Molina, es actor de este terror selectivo por comisión o por omisión.
Carlos Figueroa Ibarra / Especial para Con Nuestra América
Desde Puebla, México
Durante las últimas
semanas, Guatemala y el mundo han sido
conmocionados por las noticias del juicio que se le sigue por genocidio al
general Efraín Ríos Montt. Los reportes diarios que recibo con respecto a los
testimonios de las víctimas de las atrocidades en 1982 del ejército en la
región ixil en el Quiché, son
estremecedoras. He aquí algunos
fragmentos de los desgarradores testimonios: “los soldados arrojaron a mi papá, mi mamá, mis hermanos y a otras
personas al río”; “a mis
hermanos les quitaron la ropa y los echaron en el fuego”; “a los adultos les disparaban y los tiraban
al río, a los niños solo los tiraban al río y de plano se ahogaban y morían”; “en el grupo de gente que mataron había dos
señoritas, y que los soldados las llevaron a la iglesia y después solo se oía que gritaban, me imagino que fueron violadas”; “me llevaron y me metieron en un salón
grande en el que había mucha sangre y había un montón de caites, zapatos y
botas, tal vez de las personas que habían matado”.
Los testimonios también hablan de la otra parte del genocidio, la
muerte de los sobrevivientes fugados de
las masacres y que murieron por las privaciones en la inhóspita montaña:
“ante la luz del mundo digo que mucha gente
murió de hambre, de frío, de sed, durante tres meses que vivimos en la montaña cuando huimos de los soldados”.
Soldados y oficiales involucrados en la matanza también mataron a niños:
“Qué culpa tenían los niños de tres
meses, ellos decían que eran guerrilleros”.
Durante el período de gobierno de facto de Ríos Montt, se observó
terror estatal masivo como lo
fueron las masacres de las comunidades indígenas. También se observó el terror selectivo en la
desaparición forzada y ejecución extrajudicial de activistas sociales y
militantes políticos. El terrorismo estatal en Guatemala siempre existió y a
partir de 1963 no cesó de crecer. A fines de los años setenta, el terror selectivo
se combinó de manera cada vez más creciente con el terror masivo, hasta ser
llevado a su máxima expresión durante los 17 meses de Ríos Montt. Las
cifras indican que esta combinación de
terror masivo y selectivo se mantuvo durante el gobierno de Mejía Víctores.
Durante los gobiernos civiles a partir de 1986 la represión volvió a ser
selectiva.
El terror militar tuvo como objetivo el aniquilar la insurgencia
guerrillera. Hoy la democracia neoliberal ha vuelto a recurrir al terror
selectivo necesario para disciplinar a la población que se resiste a la
rapacidad del gran capital. El Estado guatemalteco, ahora a través del gobierno
de Pérez Molina, es actor de este terror selectivo por comisión (matanza de la
cumbre de Alaska) o por omisión. Sean agentes estatales encubiertos o
escuadrones de la muerte amparados en la impunidad, nuevamente estamos viviendo
la eliminación sistemática de dirigentes sociales: el asesinato del dirigente
campesino Tomás Quej (28 de febrero), del dirigente Ch’ortí Ignacio López Ramos
(5 de marzo), del dirigente popular Carlos Hernández (8 de marzo), del
líder Tz’utujil Jerónimo Sol (12 de marzo), la captura arbitraria del
activista de los derechos humanos Rubén
Herrera (15 de marzo), el secuestro de
cuatro dirigentes del pueblo Xinca y el asesinato de uno de ellos (Exaltación
Ucelo, 17 de marzo), los asesinatos de la sindicalista salubrista Santa
Alvarado (21 de marzo), la sindicalista municipal Kira Enríquez (22 de marzo).
A esto hay que agregar allanamientos, amenazas de muerte, intentos de
secuestro. Entre enero y octubre de 2012 organizaciones de derechos humanos
registraron 254 ataques a defensores de derechos humanos y sociales.
Bueno es recordar y castigar el terror militar. También lo es denunciar
la violencia neoliberal.
No hay comentarios:
Publicar un comentario