Denunciar el golpismo
es imprescindible. Defenderse del Pentágono es urgente. Incrementar la
militancia es clave (no sólo las declaraciones y los desplegados). Pero el
modelo extractivo sigue criando y creando camadas de jóvenes conservadores que
buscan líderes ultraderechistas.
Raúl Zibechi / LA JORNADA
Esta semana quedó en
evidencia la estrategia de la tensión y el caos que promueven las agencias
estadunidenses para desestabilizar gobiernos. Si tomamos en cuenta las
experiencias más recientes, incluyendo la primavera árabe, podemos concluir que
los golpes de Estado son apenas uno de varios caminos posibles para desalojar
gobiernos molestos. Ni el Pentágono ni la Casa Blanca apuestan por una sola
estrategia para conseguir sus fines, sino que ponen en marcha un abanico de
acciones convergentes y complementarias.
La crisis económica
global y la necesaria contención de los gastos militares (al parecer el Comando
Sur vio su presupuesto reducido en 26 por ciento, pero puede haber partidas
ocultas) otorgan prioridad al poder suave, o sea mecanismos no tan ostensibles
como los tanques y los bombardeos de palacios de gobierno. Los medios de
comunicación, la acción legal y la semilegal, incluyendo las masas en las
calles, que siempre sirven para legitimar proyectos innombrables, son algunas
de las herramientas en uso.
En el caso de Venezuela
y la escalada desestabilizadora que se escenificó horas después de la
publicación de los resultados electorales, emergen un conjunto de mensajes que
el tiempo permitirá develar completamente, pero que muestran la aparición de
nuevas y más refinadas estrategias. Para mostrar no sólo los aspectos negativos
de la coyuntura, habría que mencionar que la casi unanimidad de los miembros de
la Unasur mostraron su apoyo a Nicolás Maduro, incluyendo un rápido reconocimiento
por parte del presidente de Colombia, Juan Manuel Santos.
Sólo el Paraguay de
Federico Franco, a quien le queda poco tiempo en el cargo, se alineó con
Estados Unidos en la región sudamericana. Esto es relevante porque muestra el
aislamiento de Washington y la creciente autonomización de gobiernos como el de
Colombia. Parece evidente que la estrategia desestabilizadora no conviene a
nadie en esta parte del mundo, muy en particular a un gobierno que busca la paz
con la guerrilla con la oposición del mejor aliado del guerrerista George W.
Bush, el ex presidente Álvaro Uribe.
La consolidación de las
instituciones y alianzas regionales, tanto la Unasur como el Mercosur, está
mostrando ser una eficaz barrera contra la injerencia del norte en la región sudamericana.
Sin embargo, así como constatamos que algunos gobiernos no siguen mecánicamente
la política de Estados Unidos (Ollanta Humala y Sebastián Piñera tampoco se
sumaron a Washington), es muy probable que estemos ante una relativa
autonomización de las derechas de esos mismos centros de poder.
Quiero decir que las
derechas hacen sus propias lecturas de la realidad global y hacen también su
propio juego. Sobre todo cuando las tendencias hacia un mundo multipolar se
intensifican. Cinco de las 10 principales economías del mundo ya no utilizan el
dólar en sus intercambios con China (Russia
Today, 14 de abril de 2013). Entre ellas, Rusia, India y Brasil, pero
también Japón, importante aliado de Estados Unidos. Australia, otra aliada de
Washington, es el último país en dejar de lado el dólar en su comercio con
China. India y Japón también comenzaron a efectuar transacciones en sus respectivas
monedas nacionales.
La nueva realidad
global golpea de tal modo al centro imperial que hasta sus gastos militares
cayeron, por primera vez en 20 años. Estados Unidos tiene una participación
menor a 40 por ciento de los gastos militares globales, que sólo en 2012
cayeron 6 por ciento, en tanto el gasto militar de los miembros de la OTAN en
Europa se contrajo 10 por ciento (SIPRI,
15 de abril de 2013). En contraste, los gastos militares de los emergentes
crecen de modo continuo, aunque están muy lejos del presupuesto de defensa del
Pentágono.
Sin embargo, operan
otras fuerzas menos visibles pero tan o más desestabilizadoras que las que
conocemos de larga data. Me refiero al modelo extractivo o extractivismo. Con
el modelo extractivo de megaminería y agronegocios no se puede profundizar la
democracia, asegura Diego Montón, miembro de la Unión de Trabajadores Rurales
Sin Tierra de Mendoza (Argentina) y nuevo coordinador continental de la
CLOC-Vía Campesina (Página 12, 17 de
abril de 2013).
El extractivismo es
mucho más que un modelo productivo y de acumulación de capital. En rigor, forma
parte del complejo especulativo-financiero que hoy domina el mundo. En nuestros
países tiene efectos depredadores: está creando un nuevo bloque de poder,
corruptor políticamente, polarizador y excluyente socialmente y depredador del
medio ambiente.
En lo político, el
modelo extractivo necesita un conjunto de gestores que alimenta con sus
inmensas ganancias (soya, minería a cielo abierto y varios monocultivos), que
velan por sus intereses (universidades, gobiernos nacionales o locales, medios
e intelectuales). Exagerando apenas, el extractivismo juega un papel
desintegrador similar al del narcotráfico, porque destruye el tejido social,
expulsa a los campesinos de sus tierras, infla ciudades hasta límites
insoportables y mata a la gente, en particular a los más pobres, que no tienen
acceso a un sistema sanitario de calidad.
En todos los países de
nuestra región, paraísos extractivos del capital especulativo global o de los
intereses expansionistas de países emergentes como China, una larga década de
extractivismo no ha hecho sino fortalecer a las derechas. No me refiero sólo a
los partidos o políticos conservadores, sino a una derecha difusa, social y
cultural, que promueve el individualismo, un consumismo atroz y depredador de
los vínculos sociales, comportamientos casi fascistas hacia los pobres, o sea
contra los jóvenes de las barriadas populares, en particular las gentes del
color de la tierra.
Denunciar el golpismo
es imprescindible. Defenderse del Pentágono es urgente. Incrementar la
militancia es clave (no sólo las declaraciones y los desplegados). Pero el
modelo extractivo sigue criando y creando camadas de jóvenes conservadores que
buscan líderes ultraderechistas.
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