Las victorias
electorales han sido sustanciales en la legitimidad del proceso bolivariano. Si
esto se pierde tiempos difíciles habrán de venir.
Carlos Figueroa Ibarra / Especial
para Con Nuestra América
Desde
Puebla, México
Ha ganado Nicolás
Maduro la presidencia de Venezuela. Pero la ha ganado con un margen de apenas
1.78% de los votos. En un contexto tan polarizado como el que se observa en
Venezuela, Maduro debería haber sido contundente en su triunfo para que la
derecha no lo cuestionara. Hoy nos encontramos en la situación de que una
diferencia de 275 mil votos y 1.78%, es
insuficiente para darle la necesaria
legitimidad a él, su gobierno y
al proyecto bolivariano.
En otros países
triunfos apretados no significan problema, pero
en el caso de Venezuela sí que lo es. Hay que recordar por ejemplo, el
estrecho margen en el voto popular que Obama obtuvo en las elecciones recién
pasadas (2012), en las cuales derrotó a
Mitt Romney. La diferencia fue cerrada
(3.86%), pero nadie hizo mayor aspaviento. Más aún, en las elecciones
presidenciales estadounidenses de 2000, Bush
fue derrotado en el voto popular por Al Gore con una diferencia de más
de medio millón de votos.
El anticuado sistema electoral estadounidense que privilegia el voto electoral sobre el
popular, permitió que Bush ganara esas elecciones a pesar de haberlas perdido.
Todavía peor, en el estado de Florida
como seguramente se recordará, la diferencia
del voto popular para Bush fue de
¡0.0092%!!! Se exigió que se hiciera un recuento de los votos porque un cambio
en este estrecho margen de voto popular
hubiera significado el agregarle a uno o a otro candidato 25 votos
electorales. Pero tal procedimiento finalmente fue desechado y con estas ambigüedades, Bush fue
electo presidente. Lo hizo con esos 25 votos electorales del estado gobernado
por su hermano y con un fuerte tufo a fraude. Si esos 25 votos se le hubieran
asignado a Gore, hubiera ganado la presidencia por 291 votos electorales contra
241.
En México en 2006, Felipe Calderón supuestamente ganó las
elecciones con un 0.5% de ventaja frente a Andrés Manuel López Obrador. Su
movimiento exigió el recuento del 100% de los votos con la consigna de “voto
por voto, casilla por casilla”. Por supuesto este procedimiento fue desechado,
y únicamente se hizo el recuento en un 20%. En 2012 el movimiento
lopezobradorista alegó un fraude por medio de la compra de votos y exigió de
nuevo un recuento del 100%. Se revisó solamente
poco más del 50%. Ni Bush, ni Calderón ni Peña Nieto sufrieron un embate
mediático mundial por la ilegitimidad que revistió su elección.
Pero una es la vara con
la que se miden los procesos electorales en los cuales las diferencias entre
los contendientes no son sustanciales y otra es
la que sí lo son. Peor aún, en
los que el ganador o ganadora representan una opción crítica del
neoliberalismo y el imperialismo. Esto último es lo que sucede en la Venezuela del 2013 por que el proyecto
bolivariano tiene enemigos formidables en la Casa Blanca, en la Sociedad
Interamericana de prensa, en los grandes círculos empresariales de Venezuela y
el resto del mundo. Por ello, tal como
debería haber sucedido en Florida en
2000, en México en 2006 y 2012, en Venezuela
debería haberse hecho un recuento electoral que abarcara al 100% de las
urnas y de las papeletas electorales. La ley electoral venezolana mandata
hacerlo en un 54%, pero el embate contra
la Venezuela bolivariana obligaba a
hacerlo en un 100% De igual manera que sucedió en 2006 en Costa Rica cuando
Oscar Arias ganó la elección presidencial con un margen muy estrecho. Las
autoridades electorales de Costa Rica ordenaron un recuento electoral y ese
recuento confirmó la apretada victoria de Arias.
Las victorias
electorales han sido sustanciales en la legitimidad del proceso bolivariano. Si
esto se pierde tiempos difíciles habrán de venir.
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