A
principios del segundo decenio del siglo XXI, una relativa certidumbre de orden
geopolítico caracteriza la situación del 'espacio latinoamericano'. En efecto,
un enfoque centrado en consideraciones que (ante todo) interrogan acerca del
factor espacio-territorial como agente de fraccionamiento o de fusión entre los
países, nos lleva a establecer conclusiones no del todo optimistas.
Alberto Hutschenreuter / RT América Latina
América Latina debe consolidar un patrón geopolítico para afirmar su presencia global. |
La cuestión
no es menor, puesto que en dicho espacio la geopolítica nunca fue contemplada
ni practicada como un patrón de integración o de fusión: tanto en el terreno de
las concepciones como en el de los acontecimientos, la disciplina ha sido un
poderoso agente de separación, al punto que, transcurridos varios lustros de
acercamiento interestatal regional efectivo, todavía persiste un fenómeno
refractario entre los Estados, fenómeno que muy apropiadamente algunos expertos
han descripto como una suerte de “ley de antipatía vecinal, porque
parece que las fronteras se convierten en heridas abiertas que nunca
cicatrizan”.
Pero acaso
lo que hace que la situación en América Latina sea más preocupante es que a la
geopolítica en clave interestatal se han sumado otras dinámicas o categorías de
naturaleza político-territorial, que negativamente "pluralizan" el
contexto regional desde el enfoque que nos ofrece esta siempre vigente (aunque
poco considerada y a veces vituperada) disciplina, en tanto que operan como
factores de separación. Es muy conveniente tenerlas presentes y trabajar sobre
ellas, puesto que la "gestión" local y regional de las mismas
definirá en gran medida la afirmación o no de un patrón de complementación
regional que será capital para la construcción de poder y, por tanto, para el
desempeño de la región en el orden global.
Respecto de
la categoría tradicional o interestatal, es destacable que desde hace tiempo
ningún Estado en América Latina sostiene prácticas aislacionistas como política
o técnica de construcción de poder nacional: exceptuando a las Guyanas, todos
(en mayor o menor grado) están insertos en marcos de complementación
comercial-económica, un activo insoslayable en el espacio latinoamericano. Sin
embargo, hasta el momento dicha inserción no implicó el automatismo en otras
áreas, particularmente en la esfera de la defensa y seguridad interestatal. Más
aún, si bien el tradicional concepto de "hipótesis de conflicto" ha
caído en desuso ante el impulso de la complementación regional (de fuerte
contenido geocomercial) y de las políticas “desmilitarizantes” de ciertas
agendas domésticas, los hechos demuestran más bien lo contrario o, al menos,
una realidad que debería llevar a interrogarnos acerca de la franqueza de la
proclama regional pro fusión: por caso, Chile ha realizado ejercicios militares
basados en conflictos con “supuestos” adversarios situados al norte
del territorio nacional, uno de los cuales aspiraba a superar su “encierro
terrestre”; asimismo, Argentina y Uruguay, dos miembros plenos de uno de los
tres bloques geoeconómicos más importantes del globo, se han encontrado frente
a una compleja situación que, sin que ninguno de los dos lo haya dicho,
representó una grave hipótesis de conflicto. Y no son los únicos casos, por
cierto.
Desde
México hasta el Cono Sur, pasando por Centroamérica, Caribe, Colombia y
Venezuela (esto es, el espacio latinoamericano contemplado en función de
intereses del hegémono continental), la franja andina y el sureste del
subcontinente, la dinámica fragmentadora de la geopolítica no ha sido un
fenómeno superado. Más aún, si bien es cierto que durante los últimos cien años
(o más precisamente desde la Guerra del Pacífico) la región se ha
caracterizado por un muy bajo grado de conflicto militar, un activo que pocas
regiones del globo pueden ostentar, es una de las regiones con más conflictos
interestatales latentes de naturaleza territorial.
En paralelo
a esta categoría geopolítica de cuño interestatal, han ocurrido situaciones
derivadas del accionar de agentes intraestatales que acabaron elevando
sensiblemente la tensión entre Estados de la región: por caso, el ataque aéreo
selectivo lanzado por las fuerzas armadas colombianas sobre el campamento de
las FARC en
territorio ecuatoriano, en marzo de 2008, que acabó con la vida del líder
insurgente Raúl Reyes, provocó una crisis entre Colombia y Ecuador, que se
agravó sensiblemente con la abierta intervención de Venezuela.
El
acontecimiento es por demás considerable, puesto que, siempre desde la
disciplina, si no ahondó, agitó las percepciones de desconfianza interestatal
entre actores regionales de alta (Colombia y Venezuela) y media (Ecuador)
viabilidad y desarrollo relativos. Pero la crisis dejó en evidencia una
realidad altamente negativa para la empresa de la complementación regional.
Carlos Malamud, del Real Instituto Elcano, se ha preguntado “en qué medida
se podrá avanzar en el proceso de integración latinoamericana si el
nacionalismo y las cuestiones soberanistas siguen siendo protagonistas”.
Sin
abandonar la crisis interestatal citada, la resolución 930 del Consejo
Permanente de la Organización de Estados Americanos, de marzo de 2008, ratificó
que “la incursión colombiana en Ecuador constituyó una violación del principio
de no intervención en los asuntos internos de los Estados” (un principio, cabe
aclarar, que nació en los años veinte en el seno de la comunidad
latinoamericana). Si bien la resolución de la organización hemisférica es
relevante, pasa por alto la resolución 2625 de la Asamblea General de Naciones
Unidos, de octubre de 1970, que reza: “Todo Estado tiene el deber de abstenerse
de organizar, instigar, ayudar o participar en actos de guerra civil o en actos
de terrorismo en otro Estado o de consentir actividades organizadas dentro de
su territorio encaminadas a la comisión de dichos actos”. En este sentido, para
el especialista argentino en derecho internacional público, Alejandro Consigli,
la resolución 930 debió haber mencionado la resolución de la ONU, puesto que sobre
Ecuador recaían sospechas de tener una posición “benigna” frente a las FARC.
Cuando
consideramos si existe verdaderamente voluntad de lograr en América Latina un
espacio dinámico de complementación, deberíamos tener muy presente la
advertencia del catedrático español. Tal espacio requiere de la flexibilidad
suficiente de los Estados a fin de conseguir progresivamente niveles mayores de
complementación interestatal.
Pero,
efectivamente, si hay un principio inmutable en la región, ese principio es el
de no intervención, un principio sin duda sacrosanto de la comunidad
internacional. No obstante, se trata de un principio que, como bien ha dicho el
ex presidente Julio M. Sanguinetti, debería admitir cierto grado de debate
regional, puesto que con la misma contundencia con que sanciona la ilicitud de
la injerencia externa en los asuntos internos de los Estados, refuerza a su vez
el sentido soberanista o westfaliano y nacionalista de los países, dos sentidos
que afirman a la geopolítica como una poderosa disciplina de fisión
interestatal.
La
importancia de vencer determinadas “rémoras” de cuño geopolítico, a fin de que
la complementación regional deje finalmente el terreno de la retórica y sea una
concluyente realidad, no solamente desplegará un espacio regional con
capacidades mayores para afrontar retos y oportunidades del orden global, sino
que podrá afirmar por vez primera un patrón de defensa (y de necesaria
disuasión) más colectivo y menos nacional.
De cara a
los acontecimientos venideros, estas consideraciones necesariamente deben ser
abordadas. Helio Jaguaribe, sin duda uno de los más autorizados intelectuales y
referentes latinoamericanos, advierte que entre los macrodesafíos del siglo XXI
el incremento de la demanda de bienes industriales sobrepasará las reservas de
diversos recursos naturales e insumos de los cuales depende el proceso
industrial: En este estado de cosas, o se logra una amplia y profunda
reorganización de la civilización industrial (que no se está haciendo, y
tampoco se está pensando seriamente en hacer) o el mundo se enfrentará, hacia
la segunda mitad de este siglo, a una gigantesca crisis industrial. Es posible
que en presencia de esa crisis los países más poderosos sean llevados a un
feroz imperialismo de suministros, y se apoderen de las fuentes de recursos
escasos en detrimento de los demás países”.
Desde esta
perspectiva, no hace falta advertir que América Latina es uno de los espacios
más ricos del mundo en recursos naturales. Y si bien la cuestión que señala el
pensador brasileño no ha sido tomada con displicencia por los actores de la
región, es posible advertir que el sentido soberanista/westfaliano que
prevalece suscita interrogantes: por caso, los ejercicios y doctrinas militares
que ha hecho Brasil, como la operación 'Albacora' (basada en la ocupación por
parte de un oponente extrazonal de una zona marítima rica en petróleo y gas) y
la concepción 'Gama' (que consideraba un enfrentamiento contra un “poder
militar indiscutiblemente superior”), respectivamente, se basan en aquella
amenaza que sin ambages nos anticipa Jaguaribe.
Sin
embargo, esa manifiesta “sensibilidad” frente a la amenaza de un agente
extrazonal desplegando su poder en la región, se resiente o disminuye frente a
casos de injerencia (“por invitación”, es cierto, pero injerencia al fin)
extranjera en conflictos intraestatales como el de Colombia, concretamente. En
otros términos, la condición soberanista regional predominante tiende a
concebir dichas problemáticas como intraestatales y no a asumirlas como cuestiones
regionales.
Esto nos
conduce, finalmente, a la tercera categoría geopolítica en América Latina:
precisamente la que tiene como protagonistas a los actores fácticos. Desde el
narcotráfico hasta la insurgencia, pasando por las múltiples actividades del
crimen organizado, dichas actividades de los poderes fácticos componen lo que
Joan Nogué Font y Joan Rufí denominan“nuevos espacios”, esto es, territorios
prácticamente imposibles de cartografiar, pero sumamente dinámicos y
expansivos.
Es
importante considerarlos, puesto que, efectivamente, si bien son cuestiones de
origen local, su potencial de “externalidad”, es decir, de derrame en derredor,
las convierte en cuestiones nacionales, regionales e internacionales.
Desde la
disciplina que nos ocupa, dichas cuestiones ya no importan aquí como factores
nacionales que pueden disparar tensiones internacionales, como se intentó
explicar. Como tercera categoría, implican la afectación a las capacidades del
Estado, puesto que restringen espacios que son de indisputable predominancia de
éste. Por tanto, surge así una suerte de “subgeopolítica” de profundo carácter
erosionante de la actividad y el alcance estatal, llegando incluso a “eliminar”
o volver formales sus espacios.
La
socióloga mexicana Rossana Reguillo Cruz lo ha explicado en términos que no
dejan dudas. Refiriéndose a la expansión de las maras, sostuvo: “Cuando las
instituciones se repliegan, otras instancias tienden a ocupar su lugar y los
vínculos con el crimen organizado les han dado a estos jóvenes un lugar de
pertenencia que no encuentran en la sociedad”. En otros términos, lo que nos
viene a advertir la especialista es que el crimen, al tiempo que restringe
espacio de Estados que no pueden o no saben cómo enfrentarlo, acaba creando
espacios de inclusión.
A modo de
epítome, una de las “tragedias” de los países de América Latina en el siglo XX
ha sido la incorporación de concepciones geopolíticas deletéreas que tuvieron
como resultado un espacio regional “fisionado”. Si bien es cierto que hubo
intentos superadores por parte de algunos gobiernos, el fraccionamiento y la
rivalidad prevalecieron hasta casi el final de la centuria.
No se puede
desconocer que los esfuerzos de complementación regional han logrado
importantes avances; no obstante, por el momento los mismos son insuficientes
para afirmar un nuevo patrón geopolítico menos “nacional/soberano” y más
“regional/soberano”.
En un
contexto de múltiples categorías geopolíticas, sin duda el desafío de los
países de América Latina en el siglo XXI es el logro de ese esquivo patrón
geopolítico de fusión.
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