El 21 de abril se
conmemorará el 99 aniversario de la defensa popular contra la ocupación
estadounidense del puerto de Veracruz. Una vez más el pueblo veracruzano
protagonizó una de las páginas más heroicas de la resistencia de los mexicanos
frente al intervencionismo de Estados Unidos.
Gilberto López y Rivas / Rebelion
Al bravo pueblo de la
República Bolivariana de Venezuela, en estas horas de prueba.
Mitin frente a la catedral de México, contra la invasión estadounidense. |
Como ocurrió en la ciudad
de México el 14 de septiembre de 1847 en ocasión de la entrada de la soldadesca
estadounidense, el ejército regular abandonó el puerto sin presentar combate al
invasor, y fue el pueblo que de manera espontánea y sin un plan preciso de
defensa, se lanza a las calles, levanta para petos improvisados, se posesiona
de las esquinas, de las azoteas, de los balcones y los campanarios, y con
escasos pertrechos y una pocas armas, se dispone con su lucha perdida de
antemano, a defender la soberanía y la dignidad nacionales.
El combate que se libra
no podría ser más desigual. Estados Unidos, protegiendo sus vastos intereses
económicos en nuestro país (petróleo, minas, tierras, ferrocarriles, etcétera)
y pretendiendo erigirse en el árbitro supremo del conflicto revolucionario
mexicano en marcha (Ver: Friedrich Katz, La guerra secreta en México, t.
I, México Ediciones ERA, 1982), fondea frente al puerto de Veracruz, 44 barcos
de guerra, tres buque hospitales y varias unidades más de aprovisionamiento,
iniciándose el desembarco, que en cuatro días llega a situar en el terreno a
más de siete mil hombres. La fuerza expedicionaria contaba con los medios de
guerra más modernos de la época: rifles de repetición Lee, ametralladoras
Gattling y Colt, artillería de grueso calibre, ilimitado suministro de
municiones y pertrechos bélicos y, además, el apoyo artillero de la flota
anclada en la bahía.
Con anterioridad al
desembarco, los agentes estadounidenses habían logrado neutralizar la posible
participación en la defensa del puerto del Ejército Federal Mexicano, al mando
del general Gustavo A. Maass, de las tropas de Victoriano Huerta, quien dio
golpe de Estado al presidente Madero, conminándolo a no resistir y a dejar la
plaza. Efectivamente, en las primeras horas del 21 de abril, Maass se retira
del puerto, rumbo a Tejería, abandonando a la población a su suerte y
llevándose el grueso de sus tropas, la mayoría de las armas pesadas y ligeras,
con su dotación de municiones, llegando incluso a olvidar en su precipitada
huida, la bandera del batallón que comandaba, su espada y sus condecoraciones.
Al igual que en 1847, el
pueblo inerme se vio de pronto enfrentado a un hecho consumado: la cuarta
invasión extranjera en menos de un siglo, sin más medios de defensa que su
profunda indignación y su decisión de resistir.
Ante la evacuación de la
plaza por parte del Ejército Federal y subestimando la capacidad de respuesta
de nuestro pueblo, los yanquis ocuparon confiados posiciones estratégicas
cercanas al muelle. En los planes estadounidenses no esperaban encontrar
resistencia en la toma del puerto. El poderío de la flota naval y la visible
demostración de fuerza expresada en el desembarco masivo, hacía difícil suponer
un ataque contra las fuerzas invasoras.
No obstante, el estupor
inicial y la vergüenza del pueblo veracruzano al propagarse la noticia del
desembarco, se desvanecen al escucharse los primeros disparos aislados: un
solitario y modesto policía municipal, Aurelio Monfort, descarga airado su
pistola frente a un nutrido contingente de marines, siendo inmediatamente
acribillado por el fuego cruzado de la fusilería enemiga.
El pueblo reclama armas
con exasperación, peleando incluso por las pocas que habían sido dejadas por el
ejército. Otros se arman con algunos rifles y pistolas ofrecidas por algunos
comerciantes. Algunos patriotas esperan turno, en medio del combate, para
recoger las armas de los caídos: se registra un caso en el que ocho voluntarios
civiles combaten con un solo rifle por horas.
Grupos de voluntarios
civiles y algunos militares patriotas al mando del coronel Manuel Contreras, se
distribuyen en grupos pequeños por los edificios y las esquinas de la ciudad
sitiada.
En la Escuela Naval, los
alumnos se apresuran a la lucha bajo el mando del Comodoro Manuel Azueta,
siendo la única unidad militar organizada que resiste a los invasores.
El tiroteo se generaliza.
La Escuela Naval y varios edificios de la ciudad reciben el impacto del
bombardeo proveniente de los cruceros y destructores, mientras los marines, que
despertaron la admiración del escrito Jack London, corresponsal del semanario
Collier’s, barren las calles con balas expansivas dumdum, prohibidas por las
regulaciones internacionales de la guerra en esa época.
No obstante la
desigualdad entre las fuerzas contendientes, el pueblo resiste con denuedo más
de 24 horas; todavía en la tarde del 22 se escuchan esporádicos tiroteos. Se
dan actos de gran heroicidad en la lucha, como el de José Azueta, exalumno de
la Escuela Naval, hijo del Comodoro, y teniente de artillería, quien empuña al
descubierto una ametralladora para lograr mayor efectividad en sus disparos,
hasta que cae gravemente herido; cuando los estadounidenses le ofrecen ayuda
médica, Azueta la rechaza y les responde: “de los invasores, no quiero ni la
vida”.
De entre el pueblo se
distinguen en las escaramuzas armadas artesanos, empleados, albañiles,
comerciantes humildes, hombres y algunas mujeres que van dejando sus vidas en
los puntos de mayor resistencia: Andrés Montes, modesto ebanista, combate todo
el día a los invasores. Por la tarde del 21, pasa a su casa a dejar algunas
provisiones; antes de regresar a la lucha escribe una carta a su hijo menor:
“Hijo mío, si algún día vuelve a repetirse esto que esta pasando ahora,
defiende a tú patria como lo estoy haciendo yo. Tu padre”. Ante los ruegos de
su esposa para que no saliera más de su casa, Andrés Molina exclamó: “ahorita
no tengo madre, ni esposa ni hijos. Sólo veo que tengo una patria muy linda y
tengo que defenderla de la infamia yanqui” (María Luisa Melo de Remes. Veracruz
Mártir. La infamia de Woodrow Wilson, 1914. México: Edición de la autora,
1966). Este héroe del pueblo cayó a las ocho de la noche de ese día, con el
estómago perforado por una bala expansiva en la esquina de las calles de Arista
e Independencia.
Niños y mujeres se
dedican a cooperar en la defensa e incluso participan en la lucha contra el
invasor. Se recuerda en el imaginario popular a América, quien recibe a los
yanquis a tiros al aproximarse a la zona de tolerancia del puerto. Sectores
importante de la colonia española ofrecen resistencia a los invasores,
registrándose muertes y heridos entre los mismos.
Al finalizar el día 22,
la resistencia termina con un saldo de centenares de muertos por parte del
pueblo veracruzano. La soldadesca invasora hace piras con los cadáveres de los
patriotas y los queman sin respeto alguno. Muchos combatientes son hechos
prisioneros y retenidos en las cárceles durante la ocupación. Centenares de
heridos fueron atendidos por un grupo de médicos y estudiantes de medicina
voluntarios que demostraron su repudio a los invasores cumpliendo abnegadamente
este trabajo.
Muertos mexicanos en el muelle de Veracruz, caídos durante la resistencia a la invasión. |
La mayor parte de los
muertos y heridos eran pueblo. Los grupos militares que combatieron, la Escuela
Naval y algunos soldados y oficiales del 19 batallón de infantería, resistieron
hasta las 7.30 de la noche del día 21. De ellos murieron José Azueta, Virgilio
Uribe, Jorge Alacío Pérez, Benjamín Gutiérrez, de los que se registran. No
obstante, la mayoría de los aproximadamente 500 muertos en acción, se debió a
los bombardeos (los cuales London aplaude por su precisión) y la represión
yanqui indiscriminada. Fueron héroes anónimos sin lapidas ni monumentos que
honren su memoria. Es más, varias de las placas que recordaban a las víctimas
de la intervención yanqui en el muelle y en otros lugares del puerto, fueron destruidas
por autores municipales en un esfuerzo continuo de negar al pueblo su lugar en
la historia: borrar todo aquello que fortalezca el espíritu antimperialista de
los mexicanos. En las ceremonias oficiales que año con año se realizan en el
puerto, y que encabezará este domingo el presidente entreguista y
colaboracionista Enrique Peña Nieto, se exalta la figura de los militares que
combatieron a un enemigo en abstracto, que ya no se menciona, como no se
menciona la extraordinaria épica ciudadana.
La resistencia del pueblo
no terminó en la lucha denodada de los días 21 y 22 de ese abril. Testimonios
de sobrevivientes que tuve oportunidad de recoger hace una décadas, dan cuenta
de numerosos atentados contra las tropas yanquis durante la ocupación. Se impuso
la ley marcial y los porteños fueron obligados a dormir con los balcones y las
puertas abiertas, debiendo permanecer las luces encendidas durante la noche.
La lucha por la
soberanía, a la cual han renunciado los actuales gobernantes, se dejo sentir de
otras formas. Sectores importantes de la población no se plegaron a las
amenazas y los ordenamientos del gobierno militar impuesto por los invasores.
Entre ellos hay que destacar el papel desempeñado por el magisterio del puerto,
el cual en mayoría se negó a servir al invasor, organizando un sistema paralelo
al llamado departamento educativo de los estadounidenses, a pesar de la
represión y los ofrecimientos económicos de las autoridades de ocupación. Aquí
destaca Delfino Valenzuela y Elena V. del Toro, claros exponentes del
patriotismo del magisterio veracruzano. Se dieron casos individuales de
patriotismo anónimo. El guarda faros de la isla de Lobos, cercana al puerto,
fue conminado a trabajar para los yanquis, a los que respondió: no señor, yo no
les trabajo a ustedes, yo no traiciono a mi patria, ni les a trabajar por
ningún dinero que me den o aunque me tengan preso todo el tiempo que quieran”
(entrevista mía a Josefa Syvain).
En contraste con esta
actitud valiente y digna, empleados municipales y de aduana, comerciantes y
algunas familiar de la burguesía porteña, colaboraron activamente con el
enemigo, recibiendo el repudio y el desprecio abierto de la mayoría de la
población veracruzana.
Los entierros de José
Azueta y del capitán Benjamín Gutiérrez, el 11 y el 23 de mayo,
respectivamente, se trasformaron en desafiantes manifestaciones de protesta por
la ocupación extranjera: miles de ciudadanos siguieron los cortejos fúnebres
por las principales calles de la ciudad. (Andrea Martínez. La intervención
norteamericana a Veracruz, 1914, SEP, México, 1982.) Bajo la autoridad
militar yanqui, el pueblo expresaba de manera clara su conciencia nacional,
refutando con los hechos la falsedad de las apreciaciones de Jack London, quien
en mayo de 1914 escribió con entusiasmo en el Collier’s: “Verdaderamente, los
veracruzanos recordarán largamente haber sido conquistados por los americanos
(sic) y rogarán por el día bendito en que los americanos (sic) los conquisten
otra vez. A ellos no les importaría ser conquistados para siempre”. Collier’s,
volumen 53, núm. 11, mayo 30, 1914)
Seis largos meses duró la
ocupación del puerto. Por fin, el 24 de noviembre de 1914, las tropas
constitucionalistas entran a Veracruz, mientras simultáneamente los invasores
yanquis se embarcaban en el muelle. Así terminaba una más de las intervenciones
de Estados Unidos a nuestro país; no sería la última.
Gilberto López y Rivas, Profesor-Investigador del
Instituto Nacional de Antropología e Historia, Centro Regional Morelos.
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