La trama golpista que sigue latente en Venezuela confirma
esa vocación imperialista histórica de los Estados Unidos. Pero, sobre todo,
nos recuerda que bajo los cantos del sirena del discurso del poder inteligente
del presidente Obama y del Secretario de Estado Kerry, sigue viviendo el
imperialismo puro y duro que, a lo largo de dos siglos, ha dejado su impronta
de sangre y muerte en nuestra América.
Andrés Mora
Ramírez / AUNA-Costa Rica
Para John Kerry, el único trato posible con América Latina es el de "patio trasero". |
Para quienes esperaban y hasta pronosticaron, quizás con
un exceso de optimismo, un cambio en las relaciones de Estados Unidos con
América Latina y el Caribe, a partir de la designación del senador John Kerry
como nuevo Secretario de Estado, no fue mucho el tiempo que tuvieron que esperar
para sufrir un desencanto y para que el funcionario expusiera, con absoluta
claridad, las concepciones ideológicas que todavía moldean la política exterior
estadounidense.
En su reciente comparecencia ante el Comité de Asuntos
Exteriores de la Cámara de Representantes, Kerry, un veterano de la guerra
imperialista en Vietnam, declaró sin ningún reparo y exhibiendo un oprobioso
desdén por los pueblos de la región, que América Latina “es nuestro patio
trasero, es de vital importancia para nosotros”, y en ese medida, explicó, los
planes de la Casa Blanca y el Departamento de Estado son “acercarnos
vigorosamente, planeamos hacerlo. El presidente viajará pronto a México y
después al sur no recuerdo a qué países, pero va a la región” (elciudadano.cl,
19-04-2013).
Al desmemoriado Kerry se le olvidó mencionar que la gira
del presidente Barack Obama incluye una agenda de visitas a Colombia y Brasil,
países estratégicos aunque por razones opuestas (el primero, un aliado
incondicional de Washington; y el segundo, por su liderazgo regional y global
emergente, que disputa la hegemonía en el continente). Y en lo inmediato, a
principios de mayo, una escala en Costa Rica donde Obama se reunirá con
mandatarios y probablemente con empresarios de una región marcada por el
narcotráfico (que suple el consumo del mercado de los Estados Unidos) y por la
violencia asociada a este flagelo.
Pero el inquilino de la Casa Blanca también vendrá a una
Centroamérica que muestra, en plenitud, los resultados de la política de patio trasero que Washington
impuso desde el siglo pasado, y que ahora Kerry reivindica: un manojo de países
asolados por la desigualdad y la pobreza; por los asesinatos y desapariciones
de periodistas, dirigentes políticos y activistas comunales; por la explotación
sin fin de la naturaleza y los seres humanos bajo el modelo de desarrollo
neoliberal; y por una clase política que se regodea en la impunidad ante el
genocidio, el uso de los golpes de Estado para descarrilar las nuevas formas de
democracia participativa y directa, y el cerco de toda tentativa de llevar
adelante proyectos progresistas, nacionales y populares. Tal es el drama del
Istmo en el que, casi sin resistencia, más allá de lo que representan hoy las
experiencias del FMLN en El Salvador y el FSLN Nicaragua, se impone la Doctrina
Monroe como único horizonte diplomático posible, con repercusiones en el orden de lo
político, lo económico, lo militar y lo cultural.
Lo que no olvida el Secretario de Estado, en medio de su
discurso ofensivo de la dignidad y la autodeterminación de los pueblos, son las
prácticas perversas de la clase política y los poderes fácticos que,
tradicionalmente, han controlado al gobierno de los Estados Unidos: en otro
pasaje de su discurso, Kerry advirtió que la Administración Obama está
dispuesta a “hacer lo posible para tratar de cambiar la actitud de un número de
naciones, donde obviamente hemos tenido una especie de ruptura en los últimos
años” (La Radio del Sur,
18-04-2013).
Esa agresividad para forzar cambios que se anuncia como el
modus operandi de la diplomacia
estadounidense en América Latina es lo que hemos presenciado en Venezuela desde
el pasado 14 de abril, tras conocerse la noticia del triunfo del ya juramentado
presidente constitucional Nicolás Maduro: cumpliendo su papel en el plan
diseñado para la derecha venezolana e iberoamericana, y desdeñando el
reconocimiento de gobiernos de todo el mundo y hasta los criterios externados -no
hace muchos meses- por el expresidente Jimmy Carter, quien calificó al de Venezuela como el mejor
sistema electoral del mundo (Rusia
Today, 20-09-2012), Washington se han empeñado en no reconocer la victoria
de Maduro ni la legitimidad de su mandato (La Jornada,
18-04-2013). De esa manera, dejan abierto el peligroso umbral de las acciones
de violencia y del golpismo, tal y como lo quieren los grupos más radicales de
la oposición.
La trama golpista que sigue latente en Venezuela confirma
esa vocación imperialista histórica de los Estados Unidos, porque es evidente
que los hechos de violencia y desestabilización post-electoral en el país
suramericano no pudieron ocurrir sin que Washington conociera de ellos con anticipación,
y sin que brindara su apoyo –tácito o explícito- para la ejecución de las
maniobras en que participan grupos políticos, medios de comunicación y bandas
de mercenarios. Pero, sobre todo, nos
recuerda que bajo los cantos del sirena del discurso del poder inteligente del presidente Obama y del Secretario de Estado
Kerry, sigue viviendo el imperialismo puro y duro que, a lo largo de dos
siglos, ha dejado su impronta de sangre y muerte en nuestra América.
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