A quienes buscan la
verdad y la justicia; a quienes anteponen la ética a las seducciones del poder
y del dinero; y a quienes comprenden que en el periodismo también se juega la
vida y la construcción del otro mundo posible: a ellos y ellas hay que celebrar
por siempre.
Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa
Rica
“Aquí
pasa, señores, / que
me juego la muerte”.
Juan
Gelman
Cada 8 de setiembre se
conmemora el Día Internacional del Periodista, efeméride establecida en 1968
por la Organización Internacional de Periodistas, como homenaje póstumo al
sacrificio del escritor y comunicador checo Julius Fucík, torturado y asesinado por el ejército nazi en
esa misma fecha, pero del año 1943, en un campo de concentración en
Berlín.
Fucík fue un reconocido
crítico cultural, militante comunista y editor del diario del Partido Comunista
de Checoslovaquia, Rudé právo, hasta
el momento de su detención en Praga, en 1942, producto de la delación de
algunos de sus camaradas, víctimas como él del horror del ejército de ocupación
y sus esbirros locales. En circunstancias asombrosas, y gracias a la ayuda de
un oficial, pudo escribir el testimonio de su cautiverio y divulgarlo fuera de
los muros de la cárcel de Pankrác, que más tarde se convirtió en una célebre
obra periodística titulada Reportaje al
pie de la horca.
En su manuscrito, Fucík
narra y reconstruye con un profundo sentido de humanidad y con una clara
conciencia histórica, los meses de sufrimiento, de dolor físico y existencial
que padeció, y la degradación de la condición humana a manos del autoritarismo
y la violencia nazi. Estremecen hasta la
médula los relatos, las imágenes y las reflexiones que entreteje el periodista
checo, y en las que poco a poco se van prefigurando los fragores del ocaso. De
su propio ocaso.
El texto de Fucík es el drama de la vida que se resiste
ante la sombra de la muerte: “Has tardado
mucho en llegar, muerte. Pese a todo, esperaba conocerte más tarde, después de
largos años. Esperaba vivir aún la vida de un hombre libre: poder trabajar
mucho, amar mucho, cantar mucho y recorrer el mundo (…) Amaba la vida y por su
belleza marché al campo de batalla”[1],
escribió en sus páginas clandestinas. Y sus últimas palabras desgarran el alma
por la serena tranquilidad con la que asumió la tragedia, acaso con la única
certeza de que la memoria sobrevivirá a la barbarie: “Ante mi celda hay colgado un cinturón. Mi cinturón. La señal de
partida. Por la noche me llevarán al Reich, al tribunal, y etcétera. El tiempo
hambriento arranca los últimos bocados del pequeño trozo de mi vida.
Cuatrocientos once días en Pankrác, que pasaron con una rapidez increíble.
¿Cuántos me quedan todavía? ¿Dónde? ¿Y cómo?”[2]
¿Tiene vigencia el
testimonio y el recuerdo de Julis Fucík hoy? Por supuesto que sí; especialmente
en una América Central en la que el ejercicio del periodismo entraña graves
riesgos y amenazas para la vida de quienes se ocupan de esta necesaria
profesión. Desde esa perspectiva, el caso de Honduras es un llamado de alerta
urgente, que hasta ahora nadie en el mundo parece escuchar: según datos de
distintas organizaciones, en la última década han sido asesinados 30
periodistas en ese país, y del total de crímenes, 27 ocurrieron después del
golpe de Estado del año 2009 contra el presidente Manuel Zelaya, un suceso que
no hizo más que revelar que las estructuras profundas del poder oligárquico y
del autoritarismo se mantienen vigentes en la región.
Y allí donde la
violencia física no se impone como obstáculo al periodismo en América Central,
sí lo hace en su lugar la concentración de la propiedad de los medios, que
anula la diversidad de voces y actores en el debate público, mutila la
pluralidad política y reduce la democracia a un puro formalismo. Como explican
los investigadores argentinos Guillermo Mastrini y Martín Becerra: “Posiblemente no
haya otro lugar en América donde los medios de comunicación hayan alcanzado un
lugar tan determinante para la agenda política y económica. Desde elecciones de
candidatos a presidentes (luego electos) realizadas en reuniones de directorio
de un periódico a las rectificaciones de algunos aspectos de la política
económica, todo puede tener lugar en las muy poderosas corporaciones
mediáticas” [3].
En un contexto como
este, debemos recordar una vez más a Julius Fucík y tenerlo presente en el
análisis de los procesos políticos y sociales, y en la comprensión de las
luchas de nuestro tiempo: “Sólo pido una
cosa: los que sobrevivan a esta época no la olviden. No olviden ni a los buenos
ni a los malos. Reúnan con paciencia testimonios de los que hoy han caído por
sí y por ustedes. Un día, el hoy pertenecerá al pasado y se hablará de una gran
época y de los héroes anónimos que han hecho la historia. (…) Cada uno de los
que han servido fielmente al futuro y han caído para hacerlo más bello, es una
figura esculpida en piedra. Y cada uno de aquellos que, con el polvo del
pasado, han querido construir un dique para detener la revolución, no son más
que figurillas de madera, aunque tengan los brazos cargados de galones dorados”[4].
A quienes buscan la
verdad y la justicia; a quienes anteponen la ética a las seducciones del poder
y del dinero; y a quienes comprenden que en el periodismo también se juega la
vida y la construcción del otro mundo posible: a ellos y ellas hay que celebrar
por siempre.
NOTAS:
[3] Mastrini, Guillermo y
Becerra, Martín (2009). Los monopolios de
la verdad. Descifrando la estructura y concentración de los medios en
Centroamérica y República Dominicana. Buenos Aires: Prometeo Libros. P. 22.
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