Rusia no es Afganistán,
no es Irak, Libia ni Siria. Esto lo debería considerar Europa, sacar sus
cuentas y recordar que las dos guerras mundiales del siglo XX fueron libradas
en su espacio, que tardaron años en reponerse y que en ambos casos el único
país victorioso fue Estados Unidos que no arriesgó ni su territorio, ni su
población, ni su economía. Y no creo que- en medio de la crisis- haya recursos
para un nuevo Plan Marshall.
Sergio Rodríguez Gelfenstein / Especial para Con Nuestra
América
Desde Caracas,
Venezuela
No sé si alguien se
habrá dado cuenta, pero en mi opinión, el conflicto de Ucrania es el más peligroso
de cuantos se hayan desarrollado en el planeta desde el fin de la guerra fría.
Es verdad que en el período se han vivido varias invasiones a países africanos,
golpes de Estado en América Latina, una profunda crisis económica y financiera,
la sangrienta desintegración de Yugoslavia, el genocidio en el marco de un
asedio permanente de Israel contra el
pueblo palestino, la amenaza constante de ataque de la OTAN a Irán y las guerras posteriores a
las intervenciones imperiales en Afganistán, Irak, Libia y Siria, pero en
ninguna de ellas ha estado o está tan cerca el enfrentamiento directo entre dos
o más potencias nucleares. Ello tiene explicación en el contexto local,
regional y global. Vayamos de lo particular a lo general.
Para nadie es un
secreto que en Ucrania hubo un golpe de Estado. El mismo tiene su origen,
precisamente en la necesidad de la OTAN de crear una situación de conflicto
como la que hoy existe. El gobierno del derrocado presidente Yanukovich era un
obstáculo para ello. En ese sentido, el actual gobierno ucraniano no ha sido
más que una creación de Estados Unidos y Europa. Al igual que en Siria e Irak,
donde hasta hace dos meses el Estado Islámico estaba formado por luchadores por
la libertad de Siria y hoy son catalogados de terroristas, en Ucrania no se
debe olvidar que las revueltas conducentes al golpe de Estado, aupadas por
Occidente, fueron llevadas a cabo por organizaciones de inspiración nazi cuyas
primeras acciones fueron el ataque a sinagogas. Incluso el principal rabino de
Ucrania Moshe Reuven Azman recomendó a su comunidad, en febrero de este año,
abandonar Kiev y el país, afirmando que no quería tentar la suerte, porque
“constantemente existen amenazas de ataque a las instituciones judías”. Por
supuesto, el gobierno de Israel y el de Estados Unidos mantuvieron vergonzoso
silencio.
Así, se crearon
condiciones para imponer en medio de una brutal campaña sicológica las
elecciones que llevaron al poder al actual gobierno. En la situación actual, su
discurso, secundado por el de los voceros de la OTAN es tan agresivo que hace
recordar con añoranza la guerra fría. El presidente de Ucrania, Petro
Poroshenko, aseguró que Ucrania estaba
“muy cerca del punto de no retorno”. Según él, “el punto de no retorno es una
guerra a gran escala". Echándole leña al fuego el secretario general de la
OTAN Anders Fogh Rasmussen, -quien es famoso por sus declaraciones bruscas
según el periodista alemán Michael Stürmer-,
afirmo que la organización que dirige está dispuesta a fortalecer la
cooperación con Ucrania. En el mismo contexto, el ministro de defensa de
Ucrania Valery Geletey indicó que su país “está en el umbral de una ´gran guerra` con Rusia, cuyas
pérdidas se medirán en miles y decenas de miles” de víctimas. Llama la atención
la utilización de la denominación de “gran guerra” que fue, la dada por los
pueblos de la Unión Soviética a la que emprendieron para expulsar al ejército
nazi de su territorio con el costo de 20 millones de ciudadanos caídos.
Vale decir que los
argumentos que se dan tanto por parte de los gobiernos occidentales como el de
Ucrania para hacer estas inflamantes aseveraciones, se basan en una supuesta
participación directa de las fuerzas armadas rusas en el conflicto. Lo cierto
es que hasta ahora nadie ha podido presentar una prueba válida al respecto.
Ante el emplazamiento del gobierno ruso en ese sentido, las respuestas han sido
vagas y superficiales. En la memoria, están las armas atómicas nunca
encontradas en Irak, los asesinatos masivos de Gadafi en Libia que después se supo
habían sido un escenario hollywoodense montado en Catar y decenas de historias
falsas que signan la historia de la agresiva política exterior de Estados
Unidos y la consuetudinaria tendencia a tergiversar la realidad por parte de
sus presidentes.
En el trasfondo hay dos
elementos a destacar, el primero es la incapacidad del ejército regular
ucraniano para derrotar a las fuerzas rebeldes del este. Incluso, en reunión
celebrada a puertas cerradas el pasado domingo 31 de agosto, el alto mando de
la OTAN llegó a la conclusión de que “militarmente el conflicto está perdido
para Kiev” como lo notifica la revista alemana “Der Spieguel”. Uno de los
participantes en la reunión aseguró que el único camino que le queda al
presidente ucraniano es el de las negociaciones
“para poder sacar con vida a sus hombres de las tenazas de las autodefensas”
del este.
En otro plano, los
intentos de escalar el conflicto por parte del gobierno de Ucrania obedecen a
la urgencia de resolver la acuciante situación económica del país, la que se
hace muy difícil por la falta de gas que le augura un invierno muy crudo en los
próximos meses. Hoy, en pleno verano, el gobierno ya se ha visto obligado a
realizar cortes en el suministro de agua caliente a fin de hacer reservas de
gas para prepararse para las inclemencias del tiempo a comienzos del próximo
año. La incapacidad del gobierno de negociar y solucionar el problema de
abastecimiento de gas desde Rusia ha llevado a una abultada deuda que ha
paralizado los envíos desde ese país. El primer ministro renunciante Arseni
Yatseniuk ha afirmado que sin el gas ruso no se podrá afrontar el invierno.
La respuesta a una y
otra situación ha sido profundizar el conflicto e involucrar a Europa en el
intento de buscar un salvavidas que le permita sostenerse en el poder y
salvarse de la derrota. Sin embargo, para Europa, en la que la amplia mayoría
de sus países se encuentran gobernados por la derecha, haberse embarcado en
este trance, como furgón de cola de la política de Estados Unidos la coloca en
una situación que ya comienza a mostrar manifestaciones negativas. Las
sanciones a Rusia se originaron en su apoyo a la decisión de Crimea de
incorporarse a este país, sin embargo, hoy el argumento ha mutado y se esgrime
el apoyo del gobierno del Presidente Putin a las autodefensas del sureste de
Ucrania. Las contra medidas rusas a dichas sanciones se comienzan a sentir en
Europa. Las mismas se ubican, además en
un contexto sombrío. El segundo trimestre del presente año, la economía alemana
se ha contraído por primera vez desde 2012, la llamada “locomotora europea” ha
reducido su marcha en un 0,2% del PIB y la de Francia se encuentra estancada.
Las dos representan casi la mitad de la producción de la zona euro e Italia, la
tercera economía de la región, se
encuentra en recesión.
En este contexto, los
especialistas advierten que de mantenerse las sanciones a Rusia, o peor, si las
mismas se incrementan tal como ha pedido
el presidente ucraniano, es fatal una
afectación profunda de los negocios y la inversión, así como una pérdida de
confianza en que la situación mejore, con todas las repercusiones que ello
tiene. Europa debe medir bien las consecuencias de sus acciones, la economía
estadounidense es mucho más impermeable a las contra medidas rusas, sobre todo
en el ámbito energético. Así mismo, en estas condiciones es inevitable el
fortalecimiento del dólar respecto al
euro. Así, Estados Unidos habrá utilizado un conflicto extra continental para
fortalecer su moneda a expensas de quien se considera su aliado.
En el escenario global,
debe considerarse que Rusia ha vuelto por sus fueros a asumir su condición de
potencia mundial, después de haber sido sometida a la humillación y el escarnio
en tiempos de Gorbachov y Yeltsin, venerados por Occidente y despreciados por
su pueblo según las encuestas. En tal circunstancia, no es posible aplicar
medidas de fuerza en su contra. La violación de los acuerdos hechos con el
propio Yeltsin de no ampliar la “frontera de la OTAN” hacia el este a cambio de
introducir reformas de mercado a finales
del siglo pasado han sido violentadas por la propia alianza militar. En fecha
reciente, la OTAN ha anunciado que instalará 5 nuevas bases militares en
Polonia, Estonia, Letonia, Lituania y Rumania, todas cercanas a Rusia. Incluso,
Finlandia y Suecia, países bálticos que no son miembros de la alianza atlántica
han anunciado que se plegarían a las medidas militares anti rusas de la
coalición.
En ese tenor, la
revista alemana Die Welt afirma que
“la ayuda militar a Kiev podría llevar a una guerra global” y alerta en el sentido de que “tales acciones
son inadmisibles en la época de armas nucleares”. A pesar que el gobierno ruso
ha afirmado una y otra vez que no lleva, ni llevará a cabo ninguna acción
militar en Ucrania, Occidente en un esfuerzo sin sentido intenta demostrar lo
contrario. El propio presidente Putin ha señalado que el conflicto ucraniano
debería servir “para acabar con esta tragedia lo antes posible, de manera
pacífica y a través de negociaciones”.
Rusia no es Afganistán, no es Irak, Libia ni Siria. Esto lo debería considerar Europa, sacar sus cuentas y recordar que las dos guerras mundiales del siglo XX fueron libradas en su espacio, que tardaron años en reponerse y que en ambos casos el único país victorioso fue Estados Unidos que no arriesgó ni su territorio, ni su población, ni su economía. Y no creo que- en medio de la crisis- haya recursos para un nuevo Plan Marshall.
Rusia no es Afganistán, no es Irak, Libia ni Siria. Esto lo debería considerar Europa, sacar sus cuentas y recordar que las dos guerras mundiales del siglo XX fueron libradas en su espacio, que tardaron años en reponerse y que en ambos casos el único país victorioso fue Estados Unidos que no arriesgó ni su territorio, ni su población, ni su economía. Y no creo que- en medio de la crisis- haya recursos para un nuevo Plan Marshall.
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