El “socialismo del
siglo XXI” combina dos elementos: en economía, un tipo de capitalismo social;
en política, un Estado popular o ciudadano. Es, por tanto, una fase de
transición válida en América Latina; pero que, al mismo tiempo, puede resultar
débil en el largo plazo, porque de esa misma dualidad derivan no solo los
logros sociales, sino también los errores económicos y políticos.
Juan J. Paz y Miño Cepeda / El Telégrafo (Ecuador)
En la inauguración del
XX Foro de Sao Paulo desarrollado la semana pasada en La Paz [25 al 29 de
agosto], Bolivia, el vicepresidente Álvaro García Linera hizo importantes
precisiones sobre la marcha de América Latina.
Aseguró que en la
región se afianzó la democracia “como método revolucionario”; y añadió: “Atrás
hemos dejado las democracias fósiles y en nuestros países, donde han triunfado
los gobiernos revolucionarios, ha habido una transformación y un
enriquecimiento de la democracia, entendida como participación, como
radicalización, como comunidad”.
También sostuvo:
“Estamos asistiendo a una lenta pero irreversible decadencia del hegemón
(dominador) norteamericano. Estados Unidos no es más la potencia imperial,
dirigente del mundo”; y añadió: “China y Europa están quitándole el liderazgo
económico, sigue siendo dominante en base a la fuerza, pero ya no en base al
liderazgo, a la convocatoria y a su poderío irrebatible en el nivel económico”.
García Linera enfatizó
que hablar del neoliberalismo en América Latina “es casi como hablar del Parque
Jurásico”, y señaló: “Hoy el neoliberalismo es un arcaísmo que estamos botando
al basurero de la historia”.
A esas declaraciones
cabe unir las que hizo el vicepresidente de Venezuela Elías Jaua durante la
realización del III Congreso del Partido Socialista Unido (julio, 2014), al
señalar que el nuevo socialismo respeta la propiedad privada y fomenta al
empresariado, pero lo subordina al poder del Estado, pues este ya no se debe a
sus intereses, sino a los del pueblo.
Todos esos
posicionamientos se han dado, además, en el marco de una nueva geopolítica mundial:
Rusia recibe sanciones económicas por parte de EE.UU. y Europa y responde
prohibiendo una serie de importaciones provenientes de esos países; varios
Estados latinoamericanos aprovechan de la situación para vender a Rusia, ante
la queja de los europeos; Rusia anuncia que apoyará económicamente a Cuba, ante
el ilegítimo cerco de los EE.UU. a través del bloqueo a la isla.
Es indudable que, como
lo demuestran estos últimos acontecimientos, hay un contexto mundial favorable
a los procesos de la Nueva Izquierda latinoamericana. Eso alienta el clima
optimista por el socialismo del siglo XXI, que también el presidente Rafael
Correa lo ha caracterizado, en sucesivos enlaces ciudadanos, como un régimen
que necesita de empresarios, que no busca, como proponía el marxismo clásico,
abolir la propiedad privada (“el remedio es peor que la enfermedad”, llegó a
afirmar) y que, de todos modos, el Estado ya no se sujeta ni responde al poder
del capital, sino a la ciudadanía.
Este “socialismo del
siglo XXI”, cabe insistir, combina dos elementos: en economía, un tipo de
capitalismo social; en política, un Estado popular o ciudadano. Es, por tanto,
una fase de transición válida en América Latina; pero que, al mismo tiempo,
puede resultar débil en el largo plazo, porque de esa misma dualidad derivan no
solo los logros sociales, sino también los errores económicos y políticos.
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