La restauración
conservadora no es un proyecto meramente criollo: es un proyecto imperial que
funciona y se muestra activo y amenazante en Venezuela, Brasil, Bolivia,
Argentina, Uruguay, Chile, es decir, en toda América Latina, con las
diferencias obvias en cada caso.
Jaime Galarza Zavala/ El Telégrafo (Ecuador)
Cuando un volcán
comienza un proceso eruptivo, lanza señales inconfundibles: rugidos,
estremecimientos sísmicos, emisión de gases tóxicos, candeladas, piedras
arrojadas por doquier. Los sismógrafos apuntan el peligro y se pone en marcha
una ‘alerta naranja’, no sea cosa de que el furibundo coloso desencadene del
todo sus energías incontrolables. A cuidarse todos, a protegerse del peligro, a
darse la mano y apoyarse mutuamente entre las víctimas potenciales de la
erupción anunciada.
En nuestro Ecuador hay
dos anuncios de riesgos volcánicos: uno que proviene de la Mama Tungurahua, el
hermoso monstruo que nos amenaza desde hace varios años; y otro, que proviene
de las entrañas del país caduco, conservador y neoliberal, que se resiste a
morir y se niega a dar paso a una nueva sociedad, donde los pobres no sean la
última rueda del coche, y donde esa antigua entelequia que fue la soberanía
nacional se convierta en soberanía plena, sin ningún tipo de amos extranjeros,
como fuera la Chevron-Texaco y otras multinacionales, del brazo de la banca
chulquera tipo Isaías, y de superlatifundistas al estilo de Álvaro Noboa.
Este volcán político
emite últimamente, en especial desde el 23 de febrero último, señales de
erupción altamente destructiva, a la que el presidente Rafael Correa le ha
puesto el significativo nombre de ‘restauración conservadora’. Y es que se
trata de eso: del camuflado intento de volver a la época de las vacas gordas
para los de arriba y los huesos y desperdicios de cocina para la gran mayoría
de los ecuatorianos, látigo y cadenas de por medio. Mas no solo eso: se trata
también del intento de volvernos a la gigantesca cárcel del neoliberalismo,
donde la deuda externa, la supresión del sucre, el feriado bancario, la base de
Manta, fueron el pan de cada día, mientras tres millones de ecuatorianos huían
del país, dejando pueblos abandonados y familias rotas para caer en las garras
del sueño americano o europeo.
Una de las emisiones
tóxicas de este volcán político fue la reunión de 20 alcaldes y prefectos en la
ciudad de Guaranda, donde una declaración de 12 puntos, en apariencia inocentes, sirven de cortina de
humo a otro 30 de septiembre. Esto se continúa con marchas donde la multitud de
banderas diferentes no hacen sino mostrarnos que se van dando cita los más
diversos opositores del Gobierno actual y de lo que representa en cuanto a
cambios sociales, por incompletos y limitados que estos sean hasta el momento.
Desde luego, la
restauración conservadora no es un proyecto meramente criollo: es un proyecto imperial
que funciona y se muestra activo y amenazante en Venezuela, Brasil, Bolivia,
Argentina, Uruguay, Chile, es decir, en toda América Latina, con las
diferencias obvias en cada caso. Es que corresponde al mismo plan de dominio
imperialista que cobra tantas víctimas en Palestina y todo el Oriente Medio.
Por cierto, dentro y en
el entorno del Gobierno hay quienes, por acción u omisión, favorecen el
estallido de la restauración conservadora, por lo que su papel debe ser
identificado, desenmascarado y echado lejos.
En todo caso, en lo
político, es hora de la alerta naranja. De otro modo, pronto habrá necesidad de
la alerta roja, tal vez en medio de un
torrente de sangre causado por bandas conspirativas y grupos de
mercenarios.
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