El 11 de septiembre, el
pueblo chileno fue expulsado de La Moneda, perseguido, torturado y asesinado.
En dicha ocasión, Allende apela a la conciencia del pueblo chileno, para
aprender de la historia, reivindicar dignidad y sentenciar: “Colocado en un
tránsito histórico, pagaré con mi vida la lealtad del pueblo. Y les digo que
tengo la certeza de que la semilla que entregáramos a la conciencia digna de miles
y miles de chilenos no podrá ser segada definitivamente”.
Marcos Roitman Rosenman / LA JORNADA
Como todos los años,
desde el 11 de septiembre de 1973, día del golpe militar que derrocó al
gobierno de la Unidad Popular, encabezado por Salvador Allende, se acumulan
recuerdos. Muchos teñidos por la nostalgia, lo que pudo ser y no fue. La nacionalización
de los recursos estratégicos, la profundización de la reforma agraria, la
autonomía de los pueblos originarios, una nueva Constitución, educación,
sanidad, y vivienda para acabar con la desigualdad, promover la justicia social
y consolidar los derechos laborales y civiles. En la memoria, seguramente, dos
discursos pronunciados por Allende en momentos claves, ambos improvisados. El
primero, desde el balcón de la Federación de Estudiantes de Chile, con motivo
del triunfo electoral, la noche del 4 de septiembre de 1970, y el segundo,
emitido por radio Magallanes el 11 de septiembre de 1973, considerado su
testamento político. En ambos, se apela a la responsabilidad, a la conciencia
del pueblo chileno, a sus trabajadores, mujeres, estudiantes, campesinos e
intelectuales.
El 4 de septiembre,
señala: “Este triunfo no tiene nada de personal, y que se lo debo a la unidad
de los partidos populares, a las fuerzas sociales que han estado junto a
nosotros. Se lo debo al hombre anónimo y sacrificado de la patria, se lo debo a
la humilde mujer de nuestra tierra. Le debo al triunfo al pueblo de Chile, que
entrará conmigo a La Moneda. La victoria alcanzada por ustedes tiene una honda
significación nacional. Desde aquí declaro, solemnemente que respetaré los derechos
de todos los chilenos. Pero también declaro, y quiero que lo sepan
definitivamente, que al llegar a La Moneda, y siendo el pueblo gobierno,
cumpliremos el compromiso que hemos contraído, de convertir en realidad el
programa de la Unidad Popular. (...) Les digo que se vayan a sus casas con la
alegría sana de la limpia victoria alcanzada. Esta noche cuando acaricien a sus
hijos, cuando busquen el descanso, piensen en el mañana duro que tendremos por
delante, cuando tengamos que poner más pasión, más cariño, para hacer cada vez
más grande a Chile, y cada vez más justa la vida en nuestra patria...”
El 11 de septiembre, el
pueblo chileno fue expulsado de La Moneda, perseguido, torturado y asesinado.
En dicha ocasión, nuevamente Allende apela a la conciencia del pueblo chileno,
para aprender de la historia, reivindicar dignidad y sentenciar: “Colocado en
un tránsito histórico, pagaré con mi vida la lealtad del pueblo. Y les digo que
tengo la certeza de que la semilla que entregáramos a la conciencia digna de miles
y miles de chilenos no podrá ser segada definitivamente. Tienen la fuerza,
podrán avasallarnos, pero no se detienen los procesos sociales ni con el crimen
ni con la fuerza. (...) El pueblo debe defenderse, pero no sacrificarse. El
pueblo no debe dejarse arrasar ni acribillar, pero tampoco puede humillarse
(...) tengo la certeza de que mi sacrificio no será en vano; tengo la certeza
de que, por lo menos, será una lección moral que castigará la felonía, la
cobardía y la traición”.
Los sueños por construir
un Chile nuevo, soberano, democrático y socialista se truncaron por una
traición cocida a fuego lento a base de sabotaje, mercado negro,
desabastecimiento, bloqueo y huelgas patronales, atizado por Estados Unidos, la
CIA, el Pentágono y sus aliados. Se inauguró una larga noche de fascismo
criollo. Los militantes de la Unidad Popular, dirigentes y responsables
políticos, fueron tildados de terroristas, subversivos, enemigos de la patria,
traidores. Perseguidos, perdieron la condición de seres humanos y pasaron a
ser: perros, canalla comunista, alimañas marxistas leninistas. Se les negó el
derecho a defenderse, el habeas corpus. El odio y la sed de venganza, impregnó
a los hacedores del golpe. Civiles de la Democracia Cristiana, Partido Nacional
y Patria y Libertad brindaron con champaña mientras la fuerza aérea bombardeaba
La Moneda. La derecha chilena mostraba su desafección democrática, cobardía
política, aversión a las clases trabajadoras y el pueblo. En su vanidad, nunca
aceptaron la derrota electoral de 1970.
La Unidad Popular
logró, por primera vez en la historia de Chile, hacer confluir partidos de la
izquierda marxista, con sectores medios progresistas, socialdemócratas,
independientes, radicales laicos y cristianos por el socialismo. Su programa
fue aprobado por unanimidad con anterioridad al nombramiento de Salvador
Allende como candidato presidencial. Se le conoce como las 40 medidas del
gobierno de la Unidad Popular. Hoy la mayoría siguen vigentes. Por su
relevancia, cito algunas de ellas. Supresión de los sueldos fabulosos, acabar
con los gestores administrativos y traficantes políticos, honestidad
administrativa, reforma fiscal, jubilaciones justas a todos los mayores de 60
años, seguridad social para todos, protección a la infancia, creación del
ministerio de la familia, casa, luz y agua potable para todos, combate al
alcoholismo, alquileres a precios fijos, reforma agraria, asistencia médica
gratuita, rebaja en el precio de los medicamentos, no más ataduras al Fondo
Monetario Internacional, pleno empleo, sanción a los especuladores, disolución
de los grupos represivos de las fuerzas de carabineros, fin de la justicia de
clase y creación del instituto nacional del arte y la cultura. Ninguno de ellos
ha sido puesto en práctica por los gobiernos de la Concertación y Nueva
Mayoría, dizque herederos de la Unidad Popular. Por el contrario, Chile se ha
trasformado en uno de los países de mayor desigualdad. El latifundismo campa a
sus anchas, la educación se privatiza, el hambre y la desnutrición afectan a la
población infantil, el FMI controla la economía chilena con sus políticas
neoliberales de austeridad y ajuste. La sanidad se ha privatizado, la
honestidad administrativa cede el paso a una corrupción institucional de
grandes dimensiones. Empresarios y clase política convergen en una bacanal
consumista, de lujo y ostentación. Una verdadera plutocracia. Como bien señala
Pablo González Casanova, la larga noche del neoliberalismo no ha concluido;
Chile es buen ejemplo. La vía chilena al socialismo sigue siendo una
alternativa, reivindicarla es de justicia.
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