¿Qué pasaría si Dilma pierde
las elecciones? Es una pregunta que invita a mirar críticamente los relevos
inminentes en algunos gobiernos latinoamericanos, y la posibilidad real de que
la derecha gane importantes cuotas y espacios de poder en la región.
Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica
Lula da Silva se sumó de lleno a la campaña de Dilma. |
El título de esta
líneas no pretende invocar un futuro apocalíptico para uno de los países
geopolítica y económicamente más importantes del continente: tan solo busca
incitar a la reflexión sobre un escenario posible en el futuro cercano de
nuestra América, configurado a partir de dos fenómenos concretos: uno es el que
definen los resultados de las encuestas de intención de voto en Brasil, publicadas
en las últimas semanas, que dan cuenta de un relativo estancamiento de la presidenta
Dilma Roussef (ha perdido una ventaja de
hasta 15 puntos porcentuales sobre sus contendientes, pero su candidatura ha
recuperado algo de terreno) y del crecimiento de la candidata Marina Silva, del
Partido Socialista Brasileño (PSB), al punto de sugerir un empate técnico que
obligaría a una segunda ronda de votaciones; y el otro fenómeno, es el enorme
despliegue mediático que una contradictoria amalgama de sectores de la
oposición, liderada por grupos de derecha y grupos religiosos, han puesto al
servicio de la candidatura de la ambientalista Silva.
La caída de Brasil a la
que aludimos, entonces, no es otra cosa que un juego metafórico para
representar el impacto que, desde nuestra perspectiva, tendría una eventual
derrota de Dilma Rousseff y del PT en las elecciones presidenciales del 5 de
octubre, tanto en términos de lo que significaría para la derecha brasileña y
regional en su empeño de restauración
conservadora, como en el descarrilamiento de los procesos políticos
posneoliberales latinoamericanos, que tuvieron en la victoria del expresidente
Lula da Silva, en 2002, a uno de sus hitos precursores.
En efecto, hablar de la
contribución que han realizado los gobiernos del PT al giro posneoliberal
latinoamericano es hablar, al mismo tiempo, de la participación decisiva de sus
líderes –Lula, en primera instancia, y más tarde Dilma- y experimentados
cuadros diplomáticos, en la forja de un nuevo equilibrio de fuerzas políticas
en América Latina (tarea en la cual el Foro de Sao Paulo ha cumplido una misión
de enorme importancia en la articulación de las izquierdas latinoamericanas);
en la revisión crítica de los paradigmas de subordinación a los intereses de
los Estados Unidos, que tradicionalmente condicionaron las relaciones
interamericanas (recuérdese, por citar dos ejemplos, la oposición de Lula al
acuerdo de creación del ALCA, en 2005, o el apoyo brindado en el intento de
restablecer el gobierno constitucional de Manuel Zelaya en Honduras, tras el
golpe de Estado en 2009); y por supuesto, en su compromiso inobjetable en la
construcción de un sistema internacional multipolar, a partir de nuevas
iniciativas de integración nuestroamericana (como UNASUR, CELAC, o la ampliación del Mercosur hasta Venezuela)
y transcontinental (el impulso a las relaciones con África y el grupo de países
BRICS).
Es decir, los gobiernos
de Lula y Dilma asumieron la conducción del Brasil
ornitorrinco, esa sociedad atrapada en el laberinto de su modernidad
inconclusa –y de su modernización desigual y contradictoria-, para lanzar una
cruzada de resultados impresionantes (aunque todavía insuficientes, dado el
rezago histórico que se arrastra) en materia de reducción de la pobreza y
creación de nuevas oportunidades de vida para amplios sectores de la población.
Apostaron a sentar las bases sociales, económicas, educativas, energéticas y
geopolítica del Brasil potencia emergente,
en las condiciones que un partido de izquierda, con un reconocido historial de
lucha contra la dictadura militar y contra el neoliberalismo, encontró posible
hacerlo, y bajo las circunstancias concretas de la sociedad brasileña de
inicios del siglo XXI. Esto puede ser poco o ser mucho, según desde donde se lo
mire, pero sería mezquino negar el peso específico de Brasil en el llamado cambio de época latinoamericano.
¿Qué pasaría si Dilma pierde
las elecciones? Es una pregunta que invita a mirar críticamente los relevos
inminentes en algunos gobiernos latinoamericanos, y la posibilidad real de que
la derecha gane importantes cuotas y espacios de poder en la región: como ya
ocurrió en Venezuela tras la muerte de Hugo Chávez y el ajustado –pero
legítimo- triunfo de Nicolás Maduro; y como seguramente lo veremos en las
elecciones presidenciales en el Uruguay del Pepe Mujica (en octubre de 2014), y
el próximo año (también en octubre) en la Argentina kirchnerista.
Dice
el historiador costarricense Rodrigo Quesada: “Lo que ha estado sucediendo en países como Venezuela, Bolivia,
Uruguay, Argentina, Brasil, Paraguay, Nicaragua, El Salvador y Ecuador, durante
las últimas dos décadas, es el resultado, no del antojadizo accionar de hombres
determinados, sino, fundamentalmente, de las acciones emprendidas por pueblos
enteros, es decir, grupos humanos y sociales que se cansaron de ser objetos
sumisos de los caprichos antojadizos de los primeros, cuando las circunstancias
se han prestado para ello”[1].
Retomar este camino de lucha, en Brasil y en otras latitudes, es la mejor
alternativa –si no la única- por la que pueden optar los pueblos de nuestra
América para garantizar y profundizar las conquistas sociales, políticas,
culturales y económicas de este siglo XXI. De lo contrario, quizás el futuro
terminará pareciéndose al pasado nefasto que ya vivimos en la larga noche
neoliberal.
[1] Quesada, R. (2012).
América Latina 1810-2010. El legado de los imperios. San José, Costa Rica:
EUNED. P. 307.
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