En Venezuela se libra una batalla cuyo desenlace tendrá repercusiones
para toda la región y determinará las posibilidades de corto y mediano plazo de
las luchas sociales y de los proyectos políticos que, desde otras latitudes del
continente, y también por otros caminos, buscan las alternativas de superación
del neoliberalismo.
Andrés Mora Ramírez
/ AUNA-Costa Rica
En 1921, la revista costarricense Repertorio Americano
reprodujo un artículo del venezolano Rufino Blanco Fombona titulado Historia
del lobo yanqui y la caperucita isleña. En el texto, el escritor y
diplomático denunciaba la “obra de saqueo y de muerte” que tenía lugar en
República Dominicana, como consecuencia de la ocupación estadounidense iniciada
cinco años antes, y que se prologaría todavía hasta 1924. Aquella barbarie del
imperialismo ocurría al mismo tiempo que el presidente Woodrow Wilson se
presentaba ante Europa como apóstol del derecho, “con estudiadas frases,
en las que relumbran como usadas lentejuelas la Democracia, la Justicia, la
Fraternidad Humana, la Igualdad jurídica de las naciones; y plagiándole a un
hispanoamericano, a Simón Bolívar, el proyecto de la Sociedad de Naciones”[1].
Lo que tenía lugar en aquel momento en República Dominicana, decía
Blanco Fombona, era un “drama pavoroso, desarrollado con toda la brutalidad del
carácter yanqui”, por parte de un falso amigo protector, el viejo tío Sam, que
"se apodera en un abrir y cerrar de ojos de cuarteles, parques, tesorerías,
puertos, puntos estratégicos", para imponer su fuerza con "nubes de
soldados" que echa sobre la República, militares “brutos y brutales, que
ignoran las leyes, las costumbres, la religión, la lengua y la psicología del
país”; entonces, empezaba "la más injustificada crucifixión de un pueblo:
partidas inermes de patriotas se lanzan a los campos a combatir al invasor; se
les llama bandidos, y como bandidos mueren, cazados, descuartizados,
carbonizados, colgados de los árboles.[...] Esa es la obra civilizadora de
Yanquilandia".
A casi un siglo de distancia, consideramos oportuno recordar este pasaje
de la historia de nuestra América y sus complejas relaciones con los Estados
Unidos, por lo que puede ayudarnos en la comprensión del curso de los
acontecimientos recientes en Venezuela, con el telón de fondo de las elecciones presidenciales previstas para el día 20 de
mayo.
A sólo 10 días de la celebración de estos comicios, la periodista
argentina Stella Calloni hizo pública la existencia de un documento del Comando
Sur de los Estados Unidos denominado Plan
para acabar con la dictadura de Venezuela, firmado por el almirante Kurt W.
Tidd, jefe de ese cuerpo militar. Las once páginas del plan revelan los
alcances de la operación Golpe maestro,
que actualmente está en curso y cuya primera parte comprende el asedio
económico, mediático, diplomático y psicológico al que se ha sometido a la
Revolución Bolivariana en los últimos años. La segunda parte contempla el paso
a las acciones militares, en una maniobra de dos etapas: la primera, consiste
en alentar a sectores de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana "para
llevar a cabo un golpe de Estado, antes de que concluya el 2018"; y si
esto fracasa, se recurrirá a una operación militar multilateral para la que será
necesario "obtener el apoyo de cooperación de las autoridades aliadas de
países amigos (Brasil, Argentina, Colombia, Panamá y Guyana)" (voltairenet.org,
09-05-2018).
Como lo reseña Calloni, los estrategas del Comando Sur consideran que
"este es el momento para que Estados Unidos pruebe, con acciones concretas
que está implicado en ese proceso en el que derrocar a la dictadura venezolana
seguramente representará un punto de inflexión continental", y para que el
presidente Donald Trump demuestre y lleve adelante "su visión sobre
democracia y seguridad".
Coincidiendo con estas revelaciones, el Grupo de Lima, conformado por
los gobiernos amigos de Washington
-que hacen el trabajo diplomático sucio para preparar las condiciones de la
anhelada intervención militar-, y apoyado ahora también por España y los
propios Estados Unidos, emitió un ultimátum en el que los cancilleres piden al
gobierno venezolano las suspensión de las elecciones presidenciales, alegando falta
de garantías y de supervisión internacional "independiente" (Nodal,
14-05-2018).
Todas las piezas engarzan a la perfección en la lógica de los planes del
Comando Sur, y podríamos estar a las puertas de vivir lo que sería otro episodio de violencia imperial,
en una coyuntura regional negativa para las izquierdas, y en la que el nuevo
equilibrio de fuerzas creado por el avance de la restauración neoliberal ha
envalentonado a Washington para instigar odios y rivalidades, así como para
poner a prueba las lealtades de los gobiernos de derecha.
Nadie debe ignorar la gravedad de los hechos, ni la responsabilidad de
este tiempo histórico. Mucho menos evadir la solidaridad que más pronto o más
tarde reclamará la Revolución Bolivariana. Entendámoslo de una vez: en
Venezuela se libra una batalla cuyo desenlace tendrá repercusiones para toda la
región y determinará las posibilidades de corto y mediano plazo de las luchas
sociales y de los proyectos políticos que, desde otras latitudes del
continente, y también por otros caminos, buscan las alternativas de superación
del neoliberalismo.
Se puede coincidir o no con el proceso bolivariano -en sus aciertos,
virtudes y errores-, y se puede ser más o menos crítico de su devenir,
especialmente a partir de la muerte de Hugo Chávez; pero lo que no es
admisible, por la traición que lleva implícita un decisión como esa, es ponerse
del lado del cipayismo que hoy quiere abrir de nuevo las puertas de nuestra
América al imperio, y con ello, hacernos retroceder casi cien años a los
tiempos del "drama pavoroso" que relatara Blanco Fombona.
[1] Blanco-Frombona, Rufino (1921). “Historia del lobo yanqui y la
caperucita isleña”. En: Repertorio Americano , Vol. 2, N°16, pp.
225-226.
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