sábado, 12 de mayo de 2018

Argentina: Semana trágica

El timonel sordo a los gritos de la muchedumbre, no advierte el iceberg enfrente y, como el Titanic, no puede eludir el final marcado. Nadie lo desea, menos quienes luchamos por esta democracia treintañera que tantas víctimas y sufrimiento costaron.

Roberto Utrero Guerra / Especial para Con Nuestra América
Desde Mendoza, Argentina

Leyó bien. El artículo al comienzo hubiera referido inmediatamente al episodio jurásico en época de Yrigoyen en 1922, con la matanza de peones rurales de la gran huelga de la Patagonia. Esta semana refiere a la que no termina de transcurrir, a estos siete días oblongos, interminables de corridas tras corridas. Corridas del dólar que no para de subir, sensible e incontrolable en la City Porteña, la Wall Street vernácula. Corridas de funcionarios con la cara larga a la Casa Rosada para apagar el incendio y, corridas a Washington al FMI a pedir auxilio, un salvataje de ahogado el ministro Dujovne, el mismo que apenas asumir se colocaba el cartelito no volver al Fondo.

Otro que anduvo a las corridas fue el ministro Juanjo Aranguren que salió a campear a los empresarios de combustibles a rogarles que no aumenten los precios por el momento, hasta el segundo semestre, según la jerga cambiemita. Momento que, según el mismísimo presidente debe continuar con los tarifazos para no caer al fondo, porque el Fondo le exige rebajar el déficit fiscal a la mitad, lo que en lenguaje callejero significa achatar salarios y congelar el gasto social, sobre todo, como profetiza la sensible funcionaria Christine Lagarde, desentenderse de los viejos que son un problema.

El Dream Team de criticar el uso populista de la cadena nacional anteriormente, comienza a ab-usar, para tapar contra-dicciones: no al FMI, sí al FMI. Volvemos para salvarnos. Nos salvamos si volvemos. (¡Cuánto trabajo semiótico para el gurú Durán Barba!, que hasta la diputada Carrió lo tilda despectivamente de “el teñido”).

El Jefe de Gabinete ataja los penales en la Casa Rosada, dice sin decir, se desdice para no decir y menos contradecir, pero pone cara de póker que es lo mejor que le sale, responde lo que le sale, improvisa pero no tranquiliza, niega los ciclos recurrentes de la historia que todos reconocen por el mero ejercicio de la memoria, no de las intenciones, mientras su jefe sale de gira relámpago a Mendoza con su gobernador estrella a entregar mil chalecos antibalas para las mujeres policías, (mujeres que al recibirlo se extrañan del agotamiento inevitable del primer magistrado), como aguardando una posible represión e inaugurar escenarios ficticios con unos pocos extras y, el ministro de economía Dujovne, mientras tanto, espera sentado en las oficinas del FMI a que Christine llegue de Europa y lo bendiga con los dólares más caros del mundo.

El cacareado dialoguismo gubernamental, ante el oscuro panorama, amenaza con vetar la discusión sobre el tarifazo que se está llevando a cabo en el Congreso de la Nación, porque ya comienza a sentir la presión del Fondo que le obliga a profundizar el ajuste. Ya lo hizo en los acuerdos con Grecia, por qué no hacerlo en Argentina.

Frente a tanta irresponsabilidad, frente a tantos desaguisados que, hasta los medios aliados se muestran críticos, ¿qué nos queda? Nos queda un planteamiento serio, profundo, un repliegue a la identidad de lo que fuimos y somos.

Allí encontramos mucha historia que nos respalda y es el contraseguro que no pueden destrozar: somos uno de los países de mayor porcentaje de sindicalización obrera. Sindicatos que han conformado uno de los movimientos más sólidos y organizados que funcionan democráticamente, respondiendo a las bases con sus delegados hasta llegar a la cúspide.

Situación que los muestra como ejemplo frente a los otros sectores sociales, sobre todo los poderosos que hacen lo que quieren, manipulando medios y justicia. Entonces, volvemos a plantarnos en la democracia, ese sistema imperfecto que irrumpe con la Revolución Francesa y que ha sido trasladado a estos pagos por los mismos ideólogos de las oligarquías de entonces, cuando se consolidaron las republiquetas emergentes de aquella gran unidad que fueron los virreinatos.

Baste recordar que el más joven, el del Río de la Plata, fundado por Carlos III surgió en 1776, el mismo año de la independencia de Estados Unidos, para frenar el drenaje del contrabando. Ese maldito origen tiene nuestro país que no admite puritanos, como tampoco puede disimular sus enredadas mañas.

Por lo tanto, insistimos en respaldarnos en la democracia, en la justicia, con idéntica vehemencia con que lo hace Lula desde la prisión, abroquelado en la dignidad de haber sido el presidente obrero que gobernó dos períodos a la octava potencia del mundo y, que lo acusen por una estupidez como de apropiarse de un departamento en Guarujá, es un absurdo que desbarata cualquier dislate pensado por la furiosa derecha imperante.

A diferencia de Brasil donde Lula es la cabeza del PT, “una idea por sobre el ser humano que encarna”[1], bandera de millones de ciudadanos que escalaron como sujetos de derecho y posibilidades de consumo como jamás lo fueron, de allí el odio de las antiguas oligarquías esclavistas, en Argentina, aún no hay una cabeza visible que encabece a la oposición.

Está entre nosotros, lo sabemos, pero la convulsión y confusión del momento, fogoneada por toda la artillería mediática del oficialismo, no dejan de visibilizarlo. Fogonazos como la intervención del Partido Justicialista o las rimbombantes prisiones, como el inagotable yacimiento de corruptos de la pesada herencia o la del empresario Cristóbal López – titular del Grupo Indalo – que significaba un obstáculo al blindaje mediático y a la manipulación de la opinión pública.

Respaldados siempre por la corporación de Comodoro Py que se esmera en artilugios jurídicos que se han habituado a eludir el principio constitucional de presunción de inocencia.

Las picardías de la posverdad, la constante manipulación de las masas, las apelaciones al sentido del sin sentido, los consabidos reclamos al “juntos lo estamos logrando” han perdido eficacia.

El timonel sordo a los gritos de la muchedumbre, no advierte el iceberg enfrente y, como el Titanic, no puede eludir el final marcado. Nadie lo desea, menos quienes luchamos por esta democracia treintañera que tantas víctimas y sufrimiento costaron. Mucho menos la gente de a pie, los obreros, los de abajo, los que salen todos los días con la esperanza de ganar el pan con el sudor de su frente, a pesar de que la inflación galopante lo devora a dentelladas. Esa inmensa mayoría anónima consagrada en la Carta Magna, como razón de ser del sistema, organizada desde abajo y menospreciada por los poderosos, es la única garantía para volcar las cosas a su favor.




[1] Último discurso de Lula en la sede del PT antes de partir a la prisión de Curitiba.

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