Juan J. Paz y Miño Cepeda / Firmas Selectas
Prensa Latina
Con los progresos de la investigación histórica conocemos que, entre las
culturas aborígenes y los imperios anteriores a la colonización europea de
América Latina, hubo conflictos y enfrentamientos que explican sus dinámicas
sociales. En la época colonial, asimismo, se registraron constantes choques
entre las distintas castas o clases que formaron parte de una jerarquizada
estructura, expresamente diferenciada por las leyes y las instituciones
impuestas por las potencias colonialistas.
Las independencias latinoamericanas marcaron un
proceso de aguda confrontación que, finalmente, dio lugar al surgimiento de la
veintena de nuevos países y Estados que ingresaron a la época contemporánea en
la historia de la región. Pero, sobre todo, la trayectoria iniciada con el
siglo XIX -extendida hasta nuestro presente-, es la que ha suscitado singular
atención en la ciencia social latinoamericana porque el conflicto político
entre distintos sectores sociales ha acompañado, en forma dramática, la
construcción de los Estados nacionales.
Ahora bien -tal como ahora podemos comprender el
papel de la conflictividad en la historia de América Latina-, los filósofos y
pensadores europeos del siglo XIX observaron la larga historia de conflictos
sociales en su continente. El nacimiento del capitalismo, ligado a la
revolución industrial; el surgimiento del proletariado y la evolución producida
a partir de la Revolución Francesa de 1789 fueron objeto de especiales
reflexiones.
Entre esos pensadores figura Karl Marx (1818-1883), quien enraizó su pensamiento en el examen riguroso de la historia, un rasgo que caracterizó todas sus obras e investigaciones. Con fundamentación histórica, pudo llegar a esa revolucionaria concepción teórica, según la cual “el modo de producción de la vida material condiciona el proceso de la vida social, política y espiritual, en general” y, por tanto, la “anatomía” de la sociedad había que buscarla en la economía política, tesis resumida en su famoso Prólogo de la Contribución a la Crítica de la Economía Política.
Entre esos pensadores figura Karl Marx (1818-1883), quien enraizó su pensamiento en el examen riguroso de la historia, un rasgo que caracterizó todas sus obras e investigaciones. Con fundamentación histórica, pudo llegar a esa revolucionaria concepción teórica, según la cual “el modo de producción de la vida material condiciona el proceso de la vida social, política y espiritual, en general” y, por tanto, la “anatomía” de la sociedad había que buscarla en la economía política, tesis resumida en su famoso Prólogo de la Contribución a la Crítica de la Economía Política.
Como lo destaqué en un artículo anterior, la
economía es un factor determinante de largo plazo, no todo hecho económico
explica los acontecimientos sociales ya que debe tener fuerza condicionante y,
sin duda, la explicación científica tampoco descarta los procesos de la
“superestructura”, término que sirvió a Marx para explicar, en forma
metafórica, el edificio social, en el cual la economía es la “base”. Sin
descartar que la economía actúa como condicionante, los hechos de la vida
social se explican por la lucha de clases, en su dinámica
inmediata.
Este es un concepto marxista, basado en el examen
de la historia humana, que demuestra que, a cierto nivel de su desarrollo,
aparecen clases sociales que se diferencian por el lugar que ocupan en el
proceso de la producción material (no por el nivel de rentas o ingresos, como
suele confundirse); que las clases sociales se movilizan en función de sus
intereses específicos y que, por tanto, cómo esos intereses chocan unos con
otros, cabe hablar de “lucha”.
Quizás Marx no fue muy “diplomático” al crear esa
categoría fundamental de su teoría, porque el concepto de “lucha de clases” ha
servido para que se ataque al marxismo como una concepción que, supuestamente,
fomenta el odio, la discordia y el enfrentamiento entre las personas o entre
grupos humanos que bien podrían vivir en forma pacífica si se proponen resolver
sus problemas en forma racional y sobre la base del diálogo. Bienvenida la paz
humana, pero este ideal no puede ocultar la existencia de la lucha de
clases.
Este es, por tanto, un concepto que refleja una
realidad donde las clases sociales confrontan sus intereses sin necesidad de
que exista un Marx que trate de hacer que todos se peleen entre sí. Además, el
conflicto social fue examinado mucho antes de Marx. Todo científico social sabe
bien que la conflictividad constituye un rasgo permanente y característico de
las sociedades contemporáneas y, por lo mismo, una fuente para comprender la
vida política.
En el Manifiesto Comunista quedó
claramente retratada la historia de la conflictividad que Marx bautizó como
lucha de clases: “hombres libres y esclavos, patricios y plebeyos, señores y
siervos, maestros y oficiales, en una palabra: opresores y oprimidos se
enfrentaron siempre, mantuvieron una lucha constante, velada unas veces y otras
franca y abierta…”. Y es bien conocido que, de acuerdo con Marx, en la sociedad
capitalista no se ha abolido la contradicción entre clases, sino que ha
aparecido otra forma de opresión y confrontación que tiende a resumirse en la
lucha entre la burguesía y el proletariado. El estudio de Marx en El Capital lo
demostró en forma contundente.
Además, en estricto rigor histórico, el cambio
social no proviene de las clases dominantes, siempre interesadas en
preservar y mantener el sistema bajo su control o hegemonía. El cambio, la
revolución, el movimiento histórico, siempre ha sido impulsado por las
clases dominadas, a las que interesa liberarse de la opresión
reinante.
La lucha de clases constituye, así, un proceso de
larga duración en el tiempo porque la liberación social no se cumple de un
momento a otro, sino que implica la acumulación de fuerzas, conciencia y
voluntad para la “lucha”.
La lucha de clases es, entonces, una
guía para la investigación social y para descubrir la naturaleza y raíces de
los conflictos que se suscitan a diario y que, particularmente, se reflejan en
la esfera de la vida política, en la cual, incluso, los individuos no actúan
exclusivamente motivados por sus intereses personales sino como miembros
-quiéranlo o no- de la clase social a la que se pertenece inexorablemente.
Al mismo tiempo cabe entender que el origen de
clase puede ser negado por la posiciónde clase, como ocurrió en el
caso de Federico Engels, inseparable compañero de Marx, quien siendo industrial
y de origen claramente burgués, optó por la defensa de los intereses del
proletariado, y renegó de su clase, para pasarse a las filas de otra.
Marx investigó el fenómeno de la lucha de clases,
esencialmente referido a Europa. No estudió América Latina. Y, como teoría, al
mismo tiempo que como método de estudio, el marxismo exige la investigación más
rigurosa de las clases sociales y la lucha de clases en
esta región, si se aspira a comprenderla en su propia historia y no a partir de
los resultados a que llegó Marx examinando la historia europea.
El examen de la lucha de clases en América Latina
ha sido la mayor guía en el marxismo de la región. Sin embargo, con demasiada
frecuencia, ha servido para que predomine el análisis, en la esfera de la
política, pero desde la óptica de los partidos marxistas que siempre
privilegiaron los temas de la estrategia y la táctica para la toma del poder.
En ese campo, las discusiones partidistas se han
centrado en la “correcta” interpretación del marxismo, en la “verdadera” línea
revolucionaria, o en la idealización de las condiciones como
“pre-revolucionarias”, o no. En ese mundo se explica esa amplia gama de
estalinistas, trotskistas, “chinos”, “cabezones” (pro-rusos), “albaneses”,
foquistas, comunistas, socialistas, renegados, revisionistas y hasta los sui
géneris marxistas pro-bancarios que existen hoy en Ecuador.
De todos modos, el tema no puede agotarse en las
posturas partidistas. En la América Latina contemporánea no sólo es necesario
investigar qué clases sociales existen y cómo se concreta la lucha de estas;
una exigencia que demanda esfuerzos intelectuales a fondo como el que el propio
Marx realizó en su época. A la par, es necesario comprender que en nuestra
región hay procesos propios para los cuales el concepto de lucha de clases se
queda corto, lo cual no significa invalidarlo.
Es el caso, por ejemplo, de los pueblos y
nacionalidades indígenas. El marxista peruano José Carlos Mariátegui
(1894-1930) fue pionero en tratar el tema indígena desde la perspectiva de
clase, aunque él, precisamente por la época en la que vivió, lo vinculó al
problema de la tierra, el “feudalismo” y la reforma agraria.
Hoy el tema indígena merece otro tratamiento, pues
rebasa el concepto marxista de clase social, así como el problema de la tierra,
a tal punto que, como puede investigarse en el caso ecuatoriano, ya existe un
sector de burguesía indígena y también líderes políticos del movimiento
indígena identificados con las posiciones de las derechas y las elites
económicas.
Podría también destacarse el tema de los conflictos
fronterizos entre países, que estallaron durante el siglo XIX, o los
enfrentamientos regionalistas y localistas, derivados de las identidades
territoriales, y hasta fenómenos aún más actuales como el narcotráfico, la
corrupción, los movimientos ambientalistas, de género, o los grupos GLBTI.
Estos y otros procesos contemporáneos en América
Latina exigen que el marxismo sea visto como método de investigación y
análisis, que no se aplique dogmáticamente la categoría lucha de clases en
forma indiscriminada, sin previo estudio de la estructura social, y que se
insista en que la región tiene su historia propia y diferencias específicas,
aún más con respecto a los análisis que Marx hizo para otro siglo y tomando
como base las realidades europeas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario