En la
madrugada del miércoles 23 de mayo pasado, luego de más de 12 horas de espera,
la familia Molina Theissen escuchó el veredicto en el que se condenaba a cuatro
de los cinco acusados de torturar y violar a Emma, una miembro de la familia, y
de secuestrar a su hermano menor, de 14 años, Marco Antonio.
Rafael Cuevas Molina/Presidente
AUNA-Costa Rica
Marco Antonio Molina Theissen, desaparecido el 6 de octubre de 1981. |
Estos
hechos ocurrieron hace 36 años, en medio del fragor de la más cruel represión
del Estado guatemalteco en contra de la población civil. A Emma la
capturaron-secuestraron por habérsele encontrado material vinculado al partido
comunista, el Partido Guatemalteco del Trabajo (PGT), cuando viajaba en un
autobús de trasporte extraurbano camino de la capital.
Luego
de ser torturada y violada, pudo escapar de forma milagrosa. Sus captores,
indignados porque la víctima se les hubiera escabullido de entre las manos,
fueron a su casa de habitación en Ciudad de Guatemala, y al no encontrarla, se
llevaron en su lugar a su hermano menor, Marco Antonio, de quien hasta la fecha
no se sabe nada más.
Una
historia terrible que, sin embargo, no es sino una entre miles que tuvieron
lugar durante los más de treinta años de cruel represión a los que se sometió
al pueblo de Guatemala por parte del Estado, desde 1960 hasta 1996.
Los
cinco militares sentados en el banquillo de los acusados ocupaban puestos de
mando relevantes en el momento en que ocurrieron los hechos. Uno de ellos, el
general Benedicto Lucas, fue ejecutor de la política de Tierra Arrasada que
llevó a cabo el Ejército contra población campesina indígena en el altiplano
occidental del país. Más de doscientas aldeas fueron borradas de la faz de la
tierra precisamente en el lapso de tiempo en el que Emma fue secuestrada,
torturada y violada, y su hermanito desaparecido.
Unos
de estos crímenes de guerra han podido llegar a los tribunales de justicia en
los últimos años: algunos de los atribuidos al general Efraín Ríos Montt contra
la población ixil; el de la masacre de Las Dos Erre, en donde más de doscientas
personas (mujeres, niños y ancianos especialmente) fueron ejecutadas y
arrojadas a un pozo en el centro del pueblo; el de las mujeres de Sepur Zarco,
en el que las viudas de quienes el mismo Ejército había asesinado fueron
explotadas sexualmente y como sirvientas, por ejemplo. Las víctimas que han
podido acceder a juicios que, al final de cuentas y después de muchos años, les
han dado la razón, son una exigua minoría en comparación con las miles y miles
que quedarán en el anonimato.
Por
eso, cada vez que, como en este caso, una o varias víctimas logran llegar hasta
el punto al que lo ha hecho la familia Molina Theissen, todos los que de una u
otra forma sufrimos en aquellos años la embestida de la maquinaria mortal del
Estado nos sentimos reivindicados.
La
familia Molina Theissen ha pasado por un vía crucis difícil de describir. No se
trata solamente de los sufrimientos causados por los hechos en sí que ahora
fueron juzgados, sino por todo el entorno hostil que las ha rodeado desde que
estos sucedieron. Las fuerzas oscuras que entonces fueron las protagonistas
siguen teniendo una gran presencia e influencia en instancias gubernamentales,
y se valen de ellas para hostigar a quienes osan denunciar sus atropellos.
Guatemala
es un país de una belleza paisajística y una riqueza cultural impresionante en
el que, sin embargo, los grupos dominantes han perpetuado hasta nuestros días
formas de explotación de la fuerza de trabajo y de relacionamiento social
signadas por una nefasta herencia colonial. En un país así, levantar la voz
para reivindicar cambios que lo lleven a una situación que en otras partes se
consideraría normal, ha sido considerado poco menos que un delito.
Hoy
sigue siendo así. Como bien lo expresó Lucrecia, una de las hermanas, en la
conferencia de prensa que ofreció la familia el viernes 25, estos hechos no
deben verse solamente como algo del pasado, porque en la actualidad quienes se
oponen a los atropellos de las mineras, de los constructores de hidroeléctricas,
de la expansión del agronegocio, son igualmente perseguidos, reprimidos y
asesinados.
Es un
triste panorama en el que, sin embargo, se cuela esta semana un rayo de luz. La
cortina de la impunidad se ha corrido un poco y ha penetrado un soplo de aire
fresco.
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