Al conmemorarse 200 años
de su vil asesinato, el ejemplo de Manuel Rodríguez, su entrega y amor a la
patria, su sentido de justicia y de libertad, su desprendimiento, la valentía y
el coraje de sus acciones están presentes en el pueblo chileno que lo reconoce
como uno de sus representantes más leales.
Sergio Rodríguez Gelfenstein / Especial para Con Nuestra
América
Desde Caracas,
Venezuela
Voy a hacer un paréntesis
en mis temas habituales. Sé que hay muchos asuntos importantes para tratar, pero
debo cumplir un compromiso de honor. Este 26 de mayo se cumplen 200 años del
asesinato de Manuel Rodríguez, el Guerrillero de la Independencia de Chile.
Para mi conciencia hubiera significado cargar un peso muy difícil de llevar, si
hubiera dejado pasar la fecha. He aquí una modesta contribución a que esta
efeméride no pase inadvertida. El texto es parte de un trabajo más amplio que
forma parte de un libro que estamos preparando con otros dos colegas y amigos
para cumplir el mismo objetivo.
Manuel Rodríguez nació en
Santiago de Chile, el 25 de febrero de 1785. Desde su más temprana niñez
demostró una inteligencia fuera de lo común, las calificaciones obtenidas en
sus estudios denotaban que era un joven destacado, aplicado, laborioso y
cumplidor. Sus maestros del Colegio Carolingio y la Universidad de San Felipe
no escatimaron palabras para resaltar sus dotes intelectuales y su talento. Su
amor por la lectura amenizó su vida desde los primeros años, pasando largas
horas en la biblioteca de su padre, una de las mejores provistas de la ciudad
El primer cargo público
ocupado por Manuel Rodríguez fue el de Procurador de Ciudad, para
posteriormente asumir las carteras de Guerra, y de Gobierno entre noviembre de
1811 y julio de 1812 y Hacienda, entre agosto y octubre de 1814 durante los
diferentes mandatos de José Miguel Carrera. En todos ellos fue capaz de exponer
una integridad a toda prueba y una encomiable disposición para el trabajo. En
el desempeño de sus funciones debió confrontar retos provocados por el rechazo
que su impronta iba dejando. La mediocridad del entorno lo perseguía, de la
misma manera que las rivalidades que algunas familias oligárquicas manifestaron
desde siempre contra él y sus hermanos.
El descalabro en Rancagua
el 1° y 2 de octubre de 1814, no tuvo igual impacto en todos los patriotas. Los
ricos huían desesperadamente y ante tal situación, los de menos recursos
seguían el mismo camino en la medida de sus posibilidades, la desmoralización
hacía presa de soldados, mujeres, niños y ancianos, mientras que el abandono de
las propiedades de quienes huían, era seguido por el saqueo, el robo y hasta
impúdicos asesinatos. Para Manuel Rodríguez, las penalidades fueron de orden
superior al no admitir presencia en uno ni en el grupo de Carrera ni en el de
O´Higgins, mientras pensaba en la mejor manera de contribuir a la libertad de
su tierra. Sin embargo, en el entorno,
la estancia de los patriotas chilenos en el exilio de Mendoza significó el
lamentable y definitivo distanciamiento entre José Miguel Carrera y Bernardo
O´Higgins, así también dio inicio el largo rosario de divisiones entre los
luchadores chilenos por la libertad.
En el ámbito de esos
aprestos, el genio militar de San Martín comprendió que era básico contar con
información precisa del enemigo. Su conocimiento de la guerra le indicaba que
la exploración, información e inteligencia eran aseguramientos combativos sin
los cuales era imposible organizar de manera exitosa una empresa como la que
estaba preparando.
Enterado de estas
necesidades, Manuel Rodríguez pensó que podía servir en estas misiones como
enlace, observador y correo para el general rioplatense en sus imprescindibles
labores de preparación de las condiciones para el arribo exitoso del ejército
libertador a tierras chilenas. Así se lo hizo saber, ofreciéndose para retornar
a su país a fin de desarrollar tales funciones. A pesar de todos los corrillos
y patrañas de mala fe que le habían llegado sobre la figura y personalidad del
enjundioso abogado chileno, San Martín, no dudó que podía ser útil para los
objetivos que se proponía, se dio cuenta muy rápidamente que Rodríguez llenaba
los requisitos por la admirable audacia, inteligencia y voluntad que
transmitía, por lo que le entregó de inmediato delicadas misiones, las que
además encaraban un gran riesgo personal.
San Martín comprendió que
el carácter delicado de la misión, obligaba a elaborar un plan de
desinformación, que ocultara las acciones que Rodríguez habría de desarrollar a
fin de darles protección a él y a su tarea. En ese contexto, hizo circular la
afirmación que Rodríguez había viajado hacia el este, a San Luis siguiendo los
pasos de José Miguel Carrera quien se había trasladado por la fuerza de las
circunstancias a Buenos Aires. Mientras eso se transmitía como un reguero de
pólvora por la ciudad, Manuel Rodríguez viajaba en sentido opuesto,
emprendiendo nuevamente, -pero ahora en dirección contraria- el cruce de la
cordillera para volver a su patria afligida, bajo las férreas medidas del
gobierno español, que haciendo uso de brutales acciones represivas, intentaba
impedir cualquier atisbo de independencia.
A partir de este momento,
se puso en práctica la inaudita audacia de Manuel Rodríguez, devenido en
guerrillero encargado de llevar adelante la noción sanmartiniana de “guerra de
zapa”, entendida como la forma en que se iba a “alarmar a Chile, seducir las
tropas realistas, promover la deserción, figurar los sucesos, desconceptuar los
jefes, infundir temor a los soldados y procurar desconcertar los planes de
Marcó” Rodríguez desempeñó el papel más elevante en el cumplimiento de esta
misión, aunque no el único, también destacaron Diego Guzmán, Ramón Picarte,
Miguel Ureta, Pedro Alcántara, Juan Pablo Ramírez, Domingo Pérez, Antonio
Merino y José Antonio Álvarez Condarco, sin embargo ninguno estuvo a la altura
del ingenio, la creatividad conspiradora y el optimismo de quien comenzó a
construir una leyenda que aún hoy perdura como expresión de la inteligencia
natural, el valor y la inventiva del pueblo chileno.
A partir de ese momento
-y aunque no ha sido verificado- se supone que cruzó la cordillera en variadas
ocasiones, estudiando caminos y rutas de desplazamiento para el ejército
libertador, observó el despliegue de las fuerzas enemigas en ciudades y aldeas,
sumando además sus grandes dotes persuasivas para convencer a los chilenos de
la necesidad de apoyar a las fuerzas de San Martín que se preparaban para la
invasión desde el otro lado de la frontera. Sus arengas hablaban de un futuro
mejor tras la independencia, pero al mismo tiempo trazaba el itinerario de
esfuerzos y sacrificios para lograrla, utilizando su proverbial energía, su
incansable voluntad de trabajo, su capacidad de trasladarse en plazos muy
breves de uno a otro lugar del país, recorriendo tenazmente cada rincón a pie,
caballo o burro, aprovechando su facultad de
mimetizarse y disfrazarse entre las diferentes capas de la población,
especialmente del sur agrícola, recabando el apoyo de los campesinos, que caían
embrujados por el poder de su verbo y la convicción de victoria que transmitía,
todo lo cual le fue granjeando una credibilidad y una confianza que se fue
transformando en apoyos para la causa independentista
Unas veces disfrazado de
minero, otras de humilde campesino, de huaso o de pordiosero en las ciudades,
fue tejiendo su propia leyenda, que difundida de boca en boca por el pueblo,
aunaba a la realidad, diversos rumores surgidos de la creatividad popular, los
cuales fueron generando un mito, que como ningún otro instrumento, sirvió para
los objetivos que San Martín se había propuesto.
Manuel Rodríguez hizo de
la provincia de Colchagua el centro de su actividad, no sólo San Fernando, su
ciudad más importante, los pueblos y los campos de esa región fueron objeto de
la dinámica actividad guerrillera, desarrollada durante todo el año 1816 y
hasta el día de la Batalla de Chacabuco. Su infatigable capacidad le permitió
reclutar nuevos adeptos y comenzar a golpear al enemigo en su retaguardia,
causándole importantes bajas, más por el efecto sicológico de tropas que no
estaban acostumbrados a enfrentar a un enemigo “invisible” que por la magnitud
de las pérdidas recibidas, las cuales sin embargo, no se pueden minimizar en el
contexto de la guerra. Decenas de campesinos incorporados a su novel ejército
sin mayor cercanía previa a la causa independentista, se van impregnando del
sentido de patria que Rodríguez les va inculcando en la lucha.
Pero, tal vez el aporte
más importante que hace es el de recopilar valiosa y precisa información sobre
el despliegue del ejército español, las características de sus fortificaciones
y el estado moral de las tropas, todo lo cual va haciendo llegar de forma
oportuna a San Martín, que ante los evidentes éxitos de su enviado, incrementó
los aportes financieros y logísticos, ampliando el espacio de las acciones,
hasta que el 4 de enero, en una acción de extrema audacia, Manuel Rodríguez
asaltó y tomó la ciudad de Melipilla, en las cercanías de Santiago, en lo que
suele considerarse como “el inicio de las acciones patriotas insurgentes en el
territorio nacional, durante el período de la Reconquista” y “el primer asalto
a una localidad, realizado en el territorio nacional ocupado por el ejército
español”. Así mismo, en el marco del necesario aumento de las acciones,
preparatorias de la irrupción del ejército libertador en Chile, fuerzas al
mando del guerrillero atacaron San Fernando y Curicó, creando un verdadero
descalabro en el esquema defensivo español y el caos en el mando realista que
no sabía cómo enfrentar estas acciones. En su paso por estas ciudades el verbo
encendido de Rodríguez se dejó sentir a través de proclamas o escritos que
instaban a la ciudadanía a desconocer el poder monárquico e incorporarse a la
lucha por la libertad de la patria.
En sus escritos, que
puntualmente hacía llegar a San Martín, también manifestaba una visión clasista
de la lucha en las que delimitaba claramente el papel coyuntural que jugaban
los grupos aristocráticos de la sociedad y el papel más efectivo de los
sectores populares, así como los anhelos que expresaban al incorporarse a la
confrontación. Su intercambio epistolar con San Martín es prueba inequívoca de
su convicción de que la nobleza y el “primer rango de Chile” al que consideraba
“despreciable”, no eran necesarios para el futuro del país, pero comprendió y
así se lo hizo saber al libertador rioplatense que había que entenderse con
ellos por necesidades tácticas por lo cual no se debía “prepararles guerra
hasta cierto tiempo”.
Nadie mejor que el propio
Marcó del Pont, podía explicar el alcance de la actividad revolucionaria de
Manuel Rodríguez. En carta dirigida al Virrey del Perú, expuso que: “Manuel
Rodríguez, joven corrompido, natural de esta ciudad, secretario e íntimo
confidente de don José Miguel Carrera, con quien fugó al otro lado de los
Andes, fue mandado el 24 de diciembre de 1815, con otros sus iguales para
preparar el ánimo de los residentes. Rodríguez no perdió tiempo en el ejercicio
de su misión, formó un complot con varios vecinos de los partidarios del sur;
los bosques de sus haciendas y sus casas mismas le albergaron, facilitándole
cuantas proporciones podía apetecer para el logro de sus designios. Esta ciudad
fue su mansión por mucho tiempo, aquí observó, a salvo, el número de tropas,
sus progresos en la disciplina, y en suma, cuánta providencia tomaba el
gobierno para su mayor seguridad. Aquí formó sus combinaciones con sus adictos,
extendiendo, de acuerdo con ellos, una clave, por cuyo medio podían todos
entenderse sin ser descubiertos aún en caso de ser sorprendida la correspondencia. El Gobierno, a costa de vencer mil
dificultades, había llegado a tener noticias de la misión Rodríguez, después de
pasado mucho tiempo. No pudo lograr dar con su paradero para conseguir su
aprehensión, por más que se doblaron todos los esfuerzos. Tal ha sido la
protección que ha logrado de sus confidentes, pues la oferta del olvido eterno
de cualquier delito y la de una gratificación de mil pesos, no fueron bastante,
para que uno solo diese el menor aviso de su existencia”.
Tan solo unos días antes,
el 22 de enero, Marcó del Pont, había publicado un bando en el que se
establecían una serie de normas que buscaban evitar la actividad guerrillera de
Manuel Rodríguez sin mencionarlo, en ellas se limitaba la libertad de
movimiento entre los ríos Maipú y Maule, de lo cual solo quedaban exceptuados
los militares, amenazando incluso con pena de muerte a quienes no cooperaran
con las tropas realistas en la aplicación de las ordenanzas que se estaban
emitiendo, en particular las referidas al acopio de cabalgaduras, que los
vecinos estaban obligados a entregar a las autoridades.
Las acciones guerrilleras
de Manuel Rodríguez y en general su actividad en pro de la independencia,
significaron un aporte sustancial al objetivo de debilitar al ejército español,
dispersar sus tropas hacia el sur, impidiendo con ello su concentración para la
defensa de Santiago o para su despliegue en la provincia de Aconcagua, al norte
de la capital, por donde habría de producirse la dirección principal de la
invasión libertadora. En este sentido,
toda vez que la estabilidad de la defensa realista se centraba en la capacidad
de concentración de las tropas, es que se puede visualizar en su justa
dimensión el papel jugado por el Guerrillero en el desenlace de las acciones
bélicas posteriores. Ante el crecimiento irreversible y el empuje de las
fuerzas del frente patriótico que encabezaba Manuel Rodríguez, Marcó del Pont
se vio obligado a reforzar sus patrullas en movimiento y cuarteles de Curicó,
Talca y San Fernando, alejándolas de la zona donde se desenvolverían los
combates principales.
Los riesgos personales
asumidos superaron los de cualquier otro patriota, no era ajeno a ello, pero lo
cumplió como parte de un deber, nunca minimizó el peligro, pero tampoco hizo
apología de su audacia y valor. A pesar de todos los intentos realistas, en
especial de Marcó del Pont que puso precio a su cabeza y la de sus compañeros,
no eludió la misión planteada. Asumió que su principal defensa era introducirse
muy profundamente en el pueblo, física y moralmente, imbuirse de su espíritu de
lucha, sentir, pensar y actuar como uno más de ellos, impregnándose de sus
anhelos y necesidades. Nunca hubo uno solo que lo delatara o traicionara, ahí
estuvo su valor y la fuente del mito que se construyó en torno a su persona,
sin que él mismo, jamás fuera conciente de la gran labor que había cumplido.
Una vez consolidada la
victoria en Chacabuco, Manuel Rodríguez recibió instrucciones de San Martín de
atacar y eliminar toda resistencia realista en Colchagua mientras las tropas
españolas huían en desbandada hacia el sur. Finalizada su misión, se dio a la
tarea de organizar la administración de gobierno en la provincia, instando al
pueblo a que eligiera sus autoridades. Así mismo, en su carácter de Comandante
militar de Colchagua, procedió a tomar severas medidas para aplicar la
justicia, así como otras de orden económico a fin de financiar las actividades
que se debían realizar contra un enemigo que conservaba en esa región y hasta
Concepción más al sur, una fuerza activa con capacidad bélica que era necesario
combatir. En consonancia, tuvo que actuar de acuerdo a las condiciones de
inestabilidad política generadas por la presencia militar española que se
organizaba para buscar la reconquista nuevamente del territorio perdido.
Chacabuco había sido una gran victoria, pero no significó el fin de la guerra.
En ese contexto, mantuvo
permanentemente informado de sus acciones a San Martín y a O´Higgins que el 17
de febrero había sido elegido Director Supremo ante la negativa de San Martín
de asumir tal encomienda, iniciando de esa manera un período de un año
denominado por algún historiador de “liberación nacional”. Con ello también
comenzaron las peores desgracias e la vida de Manuel Rodríguez, las que lo
llevaron a su persecución, presidio y asesinato.
Interesadas
interpretaciones quisieron demostrar que los actos de Manuel Rodríguez en
Santiago, tras el desastre de Cancha Rayada, al norte de Talca, en marzo de
1818, que supuso una importante derrota de las fuerzas patrióticas al mando de
San Martín y O´Higgins, fueron expresión de hechos de insubordinación, sin
embargo tras un estudio sereno de los acontecimientos históricos, es evidente
que tal aseveración no tiene asidero. Ante el caos generado por la sorpresa y
contundencia de las operaciones que significaron que el ejército patriota se
impregnara de un estado de pánico y confusión suprema, los rumores y las
noticias contradictorias y perniciosas se hicieron eco de la población. Unos
días después, en Santiago corrió la voz de que San Martín y O´Higgins habían
muerto, el espanto y el pesimismo cobraron vigencia, sobre todo entre los
sectores altos de la población, algunos de los cuales se apresuraron nuevamente
a cambiar de bando. En estos escenarios de crisis extrema, de desesperanza
superior es cuando se prueba la fuerza de la voluntad y la confianza en las
capacidades propias para salir adelante, es también cuando emerge el liderazgo
propio de los pueblos. De ahí brotó la suprema convicción de Manuel Rodríguez, cuya
autoridad moral a toda prueba, fue reconocida por la población cuando desde el
balcón del palacio de gobierno proclamó en medio del generalizado desaliento
“¡Aún tenemos patria, ciudadanos!”.
Tal vez, en Manuel
Rodríguez se ensamblan dos hombres en un solo personaje -como lo afirmara
Mariano Latorre-: “el héroe chileno casi despojado de atributos reales y el
héroe histórico, insuficientemente estudiado y algo diverso del personaje
legendario”, por lo que según su opinión habría que conectar el Rodríguez real,
con el Rodríguez legendario para encontrar “la exacta comprensión de su
personalidad”.
Todos estos elementos
confluyen en la construcción de un personaje en el que no se conocen los
límites entre lo real y lo imaginario, difícilmente haya otro actor de la
historia de Chile que genere tanto desacuerdo y controversia entre
historiadores e investigadores. Así fue su vida y sobre todo su muerte; sin
embargo, al conmemorarse 200 años de su vil asesinato, el ejemplo de Manuel
Rodríguez, su entrega y amor a la patria, su sentido de justicia y de libertad,
su desprendimiento, la valentía y el coraje de sus acciones están presentes en
el pueblo chileno que lo reconoce como uno de sus representantes más leales, es
el mismo pueblo junto al que el Guerrillero ha cabalgado y cabalgará siempre.
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