La
intervención armada estadounidense de 1965 resultó ser una respuesta reclamada por las
oligarquías nativas, el remanente del trujillismo, las empresas multinacionales
y sectores reaccionarios de la Iglesia Católica, a la Revolución del 24 de
abril de ese año, que buscaba devolver a
la Nación el orden constitucional violado al expulsar del poder el 25 de
septiembre de 1963 al profesor Juan Bosch, líder del Partido Revolucionario
Dominicano.
Carlos
María Romero Sosa / Especial para Con Nuestra América
Desde Buenos Aires, Argentina
Coronel Francisco Caamaño Deñó. |
Suelo
leer con atención los artículos del doctor Armando Ribas publicados en el
matutino La Prensa –de Buenos Aires-
y más allá de las infranqueables diferencias que tengo con el ideario del ex
diputado nacional por la UCD, el partido
fundado por el capitán ingeniero Álvaro Alzogaray, consecuente funcionario de
dictaduras militares, son ellos demostrativos de una severidad intelectual y un
sustento doctrinario propios de una derecha económica que se reconoce tal y
poco tiene que ver con las frases trilladas
del tipo de “Estamos cerca de la gente”, “Somos un equipo”, “Los K. se robaron todo”; de las demagógicas
timbreadas y del marketing duranbarbiano de la vergonzante y mal disimulada
derecha macrista.
Dicho
esto debo hacer una aclaración a la nota del domingo 22 de abril del corriente
titulada: “Actualidad cubana: crimen sin castigo”. Se dice allí, al criticar la
actitud del presidente Kennedy de negarse a prestar ayuda aérea durante la invasión en abril de 1961 –en gran
medida mercenaria- a la cubana Bahía de Cochinos, la siguiente frase: “Afortunadamente
para los dominicanos llegó Jhonson al poder y mandó a los marines a Santo
Domingo para destituir al presidente general Caamaño entonces partidario de
Fidel Castro”. La figura del coronel -no general- Francisco Alberto Caamaño
Deñó (1932-1973), elegido a los 32 años de edad
presidente de la República Dominicana por el Congreso Nacional cuando la
invasión de más de 41.000 efectivos norteamericanos a la Isla, declarado Héroe
Nacional mediante la ley 58 promulgada durante el gobierno de Leonel Fernández
en 1999 y cuyos restos descansan desde ese año en el Panteón Nacional, es
merecedora de respeto y admiración por cuantos creemos en la autodeterminación
de los pueblos, la soberanía territorial
y tomamos ejemplo de la esforzada
y desigual lucha de los patriotas de las diferentes naciones sometidas al poder
del imperialismo capitalista. Caamaño cayó asesinado el 16 de febrero de 1973,
bajo el gobierno de Joaquín Balaguer,
luego de ser herido y hecho prisionero a poco de desembarcar con un
grupo guerrillero en Playa Caracoles.
En
cuanto a aquella invasión a Santo Domingo, elogiada por el doctor Ribas, fue la segunda llevada a cabo por los Estados
Unidos a la tierra Quisqueya. La primera duró desde 1916 a 1924 y se inició cuando ejercía la presidencia de
la República el doctor Francisco Hernández Carvajal, un intelectual al que por
cierto sería anacrónico tachar de castrocomunista. Ese mandatario fue padre del
ilustre humanista Pedro Henríquez Ureña, quien se radicó en la Argentina a
partir de 1924 dejando aquí una pléyade de discípulos. Es aleccionador leer las páginas del
argentino Manuel Ugarte contra aquel
desembarco, así como las de Ricardo Rojas que en su biografía de Hipólito
Yrigoyen: “El hombre del misterio”, historió la orden del presidente radical al
comandante del crucero 9 de Julio al pasar frente a la Fortaleza Ozama: “Id
y saludad al pabellón dominicano”. (Y no al de franjas y estrellas de los
invasores que representaban “El peligro exterior”, así graficado lúcidamente
por Alfredo Palacios en un posterior artículo).
La
otra intervención armada se verificó en 1965, bajo el pretexto de defender la
integridad de los ciudadanos yanquis. En
verdad resultó ser una respuesta reclamada por las oligarquías nativas, el
remanente del trujillismo, las empresas multinacionales y sectores
reaccionarios de la Iglesia Católica, a la Revolución del 24 de abril de ese
año, que buscaba devolver a la Nación el
orden constitucional violado al expulsar del poder el 25 de septiembre de 1963
al profesor Juan Bosch, líder del Partido Revolucionario Dominicano. Esa
incursión del País del Norte produjo más de diez mil muertos en la población
dominicana, gran parte de ellos civiles y otros militares como el coronel
Rafael Tomás Fernández Domínguez, masacrado en una emboscada de los marines y
también oficialmente declarado Héroe Nacional en 1999. “La moral yanqui es
elástica cuando se la aplica fuera de los Estados Unidos”, escribió en su
hora Pedro Henríquez Ureña en “La
América Española y su originalidad”. Lo cierto es que ante el tenor de los
acontecimientos del 65´ y el repudio mundial al asalto extranjero, la OEA,
digitada por los EE.UU, dispuso enviar una “Fuerza Interamericana de Paz”. En
la Argentina gobernaba el doctor Illia y su gobierno se negó dignamente a
participar de ella. Incluso, según anota el embajador José R. Sanchís Muñoz en
su libro “Historia Diplomática Argentina” (Eudeba, 2010), el Congreso dio a
conocer una declaración de condena a la agresión estadounidense, ratificando el
respeto de la República Argentina al principio de no intervención.
Me
queda por mencionar algo que no resulta para mí un dato menor: me honra con su
amistad el señor capitán Francis Caamaño (hijo), con el que nos vinculamos en
abril de 2012 en el ámbito de la XV Feria Internacional del Libro Dominicano
donde fuimos partícipes ambos, en mi caso en calidad de invitado extranjero. Este militar y Licenciado en Ciencias
Políticas es autor de una biografía de
su padre que me obsequió entonces con una generosa dedicatoria y que todo
latinoamericano debiera leer.
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