El arreglo de los problemas de Venezuela tiene que venir de adentro y de
los venezolanos, no de invasores que traigan destrucción y muerte. Por eso hay
que votar; en esta ocasión, además de elegir la máxima autoridad del país, se
trata de impedir la guerra.
Sergio Rodríguez Gelfenstein / Especial para Con Nuestra
América
Desde Caracas,
Venezuela
Durante estos últimos años, la oposición en Venezuela ha intentado todos
los expedientes posibles para sacar de manera ilegal a Nicolás Maduro del
gobierno y no lo han logrado. Ahora, cuando tenían la posibilidad de hacerlo
por vía legal, una parte de ella (el sector terrorista) se hizo al lado,
impulsados por el afán terrorista de los gobiernos de Estados Unidos y Colombia
y el apoyo de los “perritos en la alfombra” integrantes del Grupo de Lima, que
incluso los conminaron a no firmar los acuerdos a los que habían llegado con el
gobierno en República Dominicana.
En la ocasión en que el gobierno fue derrotado electoralmente en el
referéndum por la reforma de la Constitución, el presidente Chávez, tras
reconocer la derrota, le recomendó a la oposición que administraran bien su
victoria. No lo hicieron. En 2015, después de obtener un sólido triunfo en las
urnas, la oposición pudo labrar una ruta que los habría dejado en una situación
distinta de cara a este proceso eleccionario, anticipado unos meses por propia
solicitud de esa propia oposición, que a todas luces no es buena administradora
de sus éxitos.
Pudo más en ellos, el afán cortoplacista e inmediatista y su incapacidad
de análisis político, lo que los llevó a apelar a formas insurreccionales que
requieren de determinadas condiciones de orden objetivo y subjetivo que en
Venezuela no existen, en particular en este país no hay un sentimiento
generalizado del pueblo por cambiar de gobierno utilizando formas violentas de
lucha. Ello además necesita de un liderazgo que no han podido construir, dadas
sus ambigüedades, su incapacidad de movilizar a las grandes mayorías y su
enfebrecida mentalidad subordinada a Estados Unidos quien es finalmente el que
pone las reglas y quien da las órdenes de lo que debe y no debe hacerse entre
las filas de la ultra derecha oposicionista.
Así, optaron por el expediente paraguayo y brasilero de buscar el golpe
de Estado parlamentario cuando tuvieron la mayoría de la Asamblea, y
fracasaron, después optaron por la violencia (dos veces) en 2014 y 2017,
pensando que la vía insurreccional los podía llevar al poder, y fracasaron
nuevamente. Apelaron a la realización de marchas que debían copar las calles y
llevarlos hasta Miraflores, y fueron derrotados por el pueblo chavista que a
pesar de la desastrosa situación económica del país, desataron una movilización
superior en defensa de la democracia y la libre determinación. Entonces,
supusieron que buscando el quiebre de las fuerzas armadas, a través de la
deserción de altos oficiales o la insubordinación de algunos cuarteles podían
llegar a una guerra civil que les diera el sustento para pedir ayuda
internacional en forma de intervención extranjera y, fueron desoídos por los
militares bolivarianos.
Agotadas todas las instancias, los dirigentes de la oposición se fueron
a vivir al exterior, sobre todo a Bogotá donde mezclados con políticos de
similar calaña pueden pasar inadvertidos. Desde allá despotrican, gritan e
imploran por la intervención militar en forma de “ayuda humanitaria”. Durante
años patalearon porque querían elecciones, pero cuando llegó el momento de las
mismas, se negaron a participar a pesar que uno de los suyos (Henri Falcón) y
otro, (un representante de las iglesias evangélicas) que sólo pretende
presentarse para después tener el aval suficiente a fin de solicitar ayuda
financiera de las millonarias congregaciones protestantes de Estados Unidos,
decidieron lanzar sus candidaturas y aceptar ser parte de la búsqueda de
soluciones al margen de la violencia y de la guerra. Serán los que decidan si
quieren volver al pasado o abrirse paso al futuro, barriendo la malo en el
ámbito, a través de los espacios que ofrece la democracia, la cual por muy
insuficiente que sea, es infinitamente superior a una dictadura o peor, aún a
la guerra.
Entonces, ante la evidencia de una estrategia fracasada lanzan contra
Venezuela todo el peso de la fuerza que no tienen en el país. Pretenden que las
fuerzas armadas de Estados Unidos o los paramilitares colombianos hagan lo que
ellos no son capaces, es decir su propuesta es que sean extranjeros los a
través de la guerra vengan a “solucionar” lo que según ellos, los venezolanos
no podemos.
A partir de ahí, se desatan las paradojas y aparece en su más descarnada
expresión el absurdo de una realidad fuera de toda lógica racional, la mentira
mutada en verdad supuesta por el influjo de los consorcios mediáticos
internacionales, que han transformado la comunicación en mercancía que se rige
por la ley de la oferta en la que la noticia no es más que un producto a
vender, sin importar la veracidad de lo que afirma. Así, se imponen los
absurdos.
Se quiere imponer por ejemplo, el modelo de democracia liderada por
Estados Unidos, donde hay un presidente que ganó las elecciones a pesar de
sacar menos votos que su contrincante y una directora de la CIA que reivindica
la tortura como método. Se quiere imponer la democracia electoral de fotocopias
de Colombia, mientras se reniega de uno de los sistemas electorales más
modernos y más seguros del planeta. Se pretende sublimar las elecciones
mexicanas, un país donde han sido asesinados casi 100 candidatos en el año que
transcurre. Quieren mostrar el ejemplo de Chile, una democracia delictual,
donde la mayoría de los parlamentarios fueron eelgidos con dineros ilegales,
muchos de ellos financiados por el yerno del dictador, al mismo tiempo que el
propio presidente es un estafador y ladrón, protegido por Pinochet y la CIA.
Con la excusa de la lucha contra la corrupción, hicieron una reunión en Lima
para atacar a Venezuela, en la que el presidente organizador ni siquiera pudo
participar, sacado del poder precisamente por corrupto. Desean que la OEA sirva
como fiel de la balanza después que esta organización, avaló el golpe de Estado
en Brasil y los portentosos fraudes en las elecciones presidenciales de
Honduras y Paraguay.
¿Puede alguien, en su sano juicio y actuando a conciencia, suponer que
la solución puede venir desde el exterior? El arreglo de los problemas de
Venezuela tiene que venir de adentro y de los venezolanos, no de invasores que
traigan destrucción y muerte. Por eso hay que votar; en esta ocasión, además de
elegir la máxima autoridad del país, se trata de impedir la guerra.
El ejemplo de Siria está presente: más de 500 muertos, un millón y medio
de heridos, cinco millones de refugiados, entre 6 y 8 millones de desplazados internos,
50% de la infraestructura del país destruida con costo total para el país que
supera 200 mil millones de dólares en siete años ¿acaso eso es solución? ¿Es
eso lo que se quiere para imponer una democracia que emerja de la boca de los
fusiles imperiales? Para los que crean que no es posible que ocurra algo
similar, deben saber que los paramilitares colombianos son iguales o peores que
Al Qaeda y el Estado Islámico, y que tienen en común su alianza y asociación
con Estados Unidos.
Que cada quien saque sus cuentas y determine si no es mejor votar y
buscar soluciones pacíficas, negociadas y consensuadas entre los venezolanos a
fin de salir de la crisis.
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