No por repetida es menos cierta aquella rectificación marxista a una máxima de Hegel,
en el sentido de que si los hechos de la historia universal se repiten, tal lo sostenido por el filósofo de
Stuttgart, ocurren primero como tragedia y después como farsa,
según lo expuso el filósofo y revolucionario de Tréveris en la obra “Dieciocho de Brumario de Luis Napoleón”.
Carlos María Romero Sosa / Especial para Con Nuestra
América
Desde Buenos Aires,
Argentina
De considerar entonces la vigencia de este último precepto, qué otra
cosa puede decirse en la Argentina del ajuste macrista, de la risible autopostulación, a través de
las redes sociales, de un grupo –y “grupo” seguramente también en el sentido lunfardo de mentira- de presuntos
voluntarios decididos a romper la
huelga docente dispuesta por las organizaciones que representan a los
maestros para el 6 y 7 de marzo próximo. Una medida de fuerza que se decidió
después de que el gobierno de la provincia de Buenos Aires, más allá de los mohines mediáticos de la
señora Vidal, se mantuvo firme en
ofrecer sólo el 18% de aumento con una
presunta cláusula gatillo por si se dispara la inflación este año, dejando de
lado la pérdida salarial sufrida el 2016.
La delirante oferta de concurrir a las aulas “para que los chicos no pierdan días de clase” -“no soy maestro pero seré
voluntario,” escribió en un “tweet” alguien en la versión más bizarra del realismo mágico
nativo-, por parte de personajes de existencia
real o no, es algo que debería
avergonzar a todos: “El
macrismo puso en marcha una operación mediática para atacar a los docentes a
través del call center que suele utilizar para hacer
el trabajo sucio en las redes sociales”, denunció la Unión de Trabajadores de la Educación (UTE). Aunque farsa y payasada como suena a las
claras, no deja de traer a la memoria el
recuerdo, ese sí que infausto, de
los rompehuelgas de antaño, en los tiempos heroicos de las primeras luchas
sindicales en el país. Por ejemplo aquellos contratados por la fábrica
metalúrgica Vasena para sustituir a los obreros de paro en la tristemente
ocultada por décadas Semana Trágica de enero de 1919, ocurrida bajo el gobierno
radical de Hipólito Yrigoyen. O algo después los “carneros” ofrecidos a los
patrones preocupados por el ausentismo revolucionario por la parapolicial Liga
Patriótica Argentina de Manuel Carlés, una contradictoria y polémica figura
pública de las iniciales décadas del siglo XX a quien el Poder Ejecutivo Nacional designó
Interventor Federal en Salta, cargo que ocupó entre agosto de 1918 a
enero de 1919 (Carlés, pese a su pensamiento reaccionario, fue autor de la
primera ley de jubilación obrera en la República Argentina, correspondiente a
los trabajadores ferroviarios, proyecto que elogió Alfredo Palacios en su libro
“La justicia social”).
Hay cosas con las que no se debe jugar y una de ellas corresponde a
los legítimos reclamos ajenos. Tanto más que nadie a la fecha, tampoco la
gobernadora bonaerense según se la escuchó decir, pone en duda la justicia de la pretensión del
sector a la que no obstante considera instrumentada en forma política, como si
no fuera también una decisión política
su negativa a darle curso.
Los docentes argentinos, y sobre todo las docentes, vienen desde lejos
sufriendo todo tipo de postergaciones y marginaciones. Al respecto convendría releer la novela de Manuel Gálvez: “La maestra normal”,
publicada en 1914. Pero si sucesivas administraciones no han dado en la tecla
con una vía de solución al tema educativo, contexto en el que el salario de sus
trabajadores no es algo menor, será porque no ha habido en el pasado ni existe
ahora voluntad política de cerrarlo. Y eso que la historia reciente marca
hechos paradigmáticos de la lucha docente, desde la Marcha Blanca de CTERA
(Confederación de Trabajadores de la Educación de la República Argentina) de
1988 y la Carpa Blanca instalada frente al Congreso Nacional durante el
menemismo, a las declaraciones, movilizaciones y huelgas de los últimos años; y
no es ocioso recordar que la mismísima presidenta Cristina Kirchner trató poco
menos que de vagos a maestros y maestras
en una alocución televisiva.
Entre tanta promesa incumplida y eslogan de campaña sin voluntad
alguna de realizar desde el poder, porque habrá que atender las prioridades de
los grupos de presión y las corporaciones vinculadas al sector financiero
internacional, debiera la ciudadanía rescatar y homenajear un nombre: el del
profesor Alfredo Bravo, aquel militante socialista y abanderado de los derechos
humanos nombrado secretario de Educación por el doctor Raúl Alfonsín. Había
sido en 1973 secretario general de CTERA y cuando la entidad se declaró en
huelga en 1987, Bravo cruzó el espacio que separaba al funcionario con rango de viceministro del
viejo luchador sindical y ex desaparecido durante la dictadura. Sin más, y
sumado al hecho de estar en desacuerdo con las leyes de obediencia debida y
punto final arrancadas a la democracia por los carapintadas, renunció al cargo convencido de la justicia
del combate que entablaban sus antiguos
compañeros docentes con los que no quiso enfrentarse.
En tiempos en que las
estadísticas son uno de los poderes más reverenciados, cabe preguntarse cuántos
Alfredo Bravo precisa esta Argentina de la decadencia, el acomodo, la
“transfugada” y, para peor, de tanto
“zonzo con mando” al decir del padre Leonardo Castellani.
*En Argentina se conoce como “carneros” a los rompehuelgas.
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