Hoy, en un coyuntura en la que las derrotas electorales plantean
incertidumbres sobre el futuro del ciclo nacional-popular y progresista, las
manifestaciones masivas que por estos días sacuden a Argentina y Brasil, en
rechazo de las políticas de ajuste de los presidentes Mauricio Macri y Michel
Temer, envían un mensaje esperanzador.
Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica
El ciclo posneoliberal
latinoamericano que inauguró nuestro siglo XXI, con sus particulares
expresiones nacional populares y progresistas, no podría explicarse sin la
presencia activa de un amplio y vigoroso arco de movimientos sociales que
supieron resistir, primero, a las dictaduras militares de la década de 1980, y
después, a la tecnocracia neoliberal de los años 1990 –devota de la
globalización hegemónica- que vino a ocupar el lugar dejado por los mandos
castrenses, sólo para alcanzar idénticos objetivos por otros medios.
Era el tiempo de la democracia de baja intensidad, como la designó el intelectual argentino Guillermo O’Donnell: las formas
electorales se imponían al contenido político emancipador, en una región que se
perfilaba ya como la más desigual del planeta.
Con aguda ironía, el mexicano Carlos Monsiváis observaba que el
neoliberalismo finisecular hacía del libre mercado “el tótem que preside la
eternidad del capitalismo, en la inevitable versión salvaje”, y agregaba: “el
mercado libre aspira al rango de culto de índole religiosa, en el lugar exacto
donde estuvo la revolución. Y los convertidos al credo financiero ejercen el
odio a la discrepancia antes asociado con el estalinismo. De los vencedores es
la ira que a sí misma se sacraliza”.
Los vencedores, en
efecto, desataron una ofensiva política, económica y cultural que inoculó la
desesperanza en amplios sectores de las sociedades latinoamericanas, proclamó
la derrota de la revolución, proscribió las alternativas y ofreció un eterno
presente de consumo y cultura de masas como consuelo para las utopías rotas.
Fue una guerra de tierra arrasada en
el campo de la ideología y la batalla de ideas.
En esas condiciones,
¿qué futuro le esperaba a nuestros pueblos? Los movimientos sociales ofrecieron
una respuesta: era preciso reconstruir los tejidos desgarrados a fuerza de
bayonetas y desapariciones, y optar por la auténtica intensidad democrática
desde la acción colectiva. Frente al dictum del fin de la historia, con el que Fukuyama saludó el triunfo del
capitalismo y la imposición de la
democracia de mercado como modelo único,
en América Latina se empezó a escribir una contrahistoria: desde finales
de los años 1980 y hasta mediados de la primera década del siglo XXI, las
sublevaciones populares e indígenas se sucederán en Venezuela, Ecuador,
Bolivia, Argentina y Brasil, crearon las condiciones que permitieron el ascenso
al poder de liderazgos políticos que fracturaron la hegemonía neoliberal, en
una región que, hasta entonces, parecía irremediablemente condenada a
permanecer bajo la égida del imperialismo estadounidense y del capitalismo
salvaje.
Hoy, en un coyuntura en
la que las derrotas electorales de algunos de esos gobiernos plantean
incertidumbres sobre el futuro del ciclo nacional-popular y progresista, las
manifestaciones masivas que por estos días sacuden a Argentina y Brasil, en
rechazo de las políticas de ajuste de los presidentes Mauricio Macri y Michel
Temer, envían un mensaje esperanzador. Una vez más, como en tantas otras
ocasiones en nuestra historia, son las organizaciones políticas y sociales, los
trabajadores y estudiantes, los ciudadanos indignados, los luchadores y
luchadoras de nuestra América los que, con la energía soterrada de los de abajo, nos muestran sí es posible confrontar la
restauración neoliberal, porque todavía existe la fuerza social suficiente para
rebelarse y disputar el campo político a unas derechas que no tienen más
proyecto que la destrucción de las conquistas y avances de estos años.
No hay comentarios:
Publicar un comentario