Cuarenta niñas y
adolescentes guatemaltecas que estaban bajo el resguardo del Estado en el Hogar
Seguro Virgen de la Asunción fueron objeto de un crimen de lesa humanidad,
debido a que fueron sometidas a privación de libertad, torturas, violación,
esclavitud sexual y embarazo forzado. Incluso hay indicios de que se pudo haber
pretendido su exterminio.
Mario Sosa / Para Con Nuestra América
Desde Ciudad de
Guatemala
Este crimen también
puede ser catalogado de ejecución extrajudicial, pues existen suficientes
evidencias de homicidio deliberado con la participación de funcionarios
públicos, quienes violentaban, violaban y prostituían a estas niñas y
adolescentes.
En vez de garantizar la
seguridad de estas niñas y adolescentes, los funcionarios y las instituciones
gubernamentales a cargo fueron negligentes e incapaces. Incumplieron con sus
deberes y, por consiguiente, son responsables penal, administrativa o
políticamente por esta masacre. Son responsables aquellos que tenían obligación
directa en el resguardo de las niñas y adolescentes, así como el director y la
subdirectora de dicho centro, el secretario de Bienestar Social de la
Presidencia, el presidente de la república, el director de la Policía Nacional
Civil, el ministro de Gobernación y la procuradora general de la nación.
Estos funcionarios son
responsables porque pudieron haber prevenido este crimen con medidas
administrativas y judiciales, gestado una política pública coherente y
necesaria y hecho que este centro fuera un espacio de protección y amor, y no
un infierno para las 40 niñas y adolescentes (o más) calcinadas y otras tantas
que resultaron con graves quemaduras y están en riesgo de muerte. Este es el
resultado de un gobierno de corte empresarial-militar-neoliberal absolutamente
incapaz, desinteresado y orientado a buscar sus propios beneficios y a
gestionar los intereses de la clase dominante y del capital transnacional.
Pero este crimen
también se explica en el hecho de que estamos ante un Estado neoliberal, que
privilegia el mercado por encima del ser humano. Antes que garantizar derechos
y la vigencia del bien común, el Estado guatemalteco es el resultado de
políticas de ajuste estructural que comenzaron en los años 80 y se
profundizaron desde los años 90. Es un Estado dirigido a la privatización de
las empresas estatales, que pasaron a manos privadas locales y transnacionales,
así como a concesionar derechos y necesidades sociales que en manos privadas se
convirtieron en mercancía para quien pudiera pagarlas. Asimismo, se orientó a
imponer nuevas leyes y políticas desventajosas devenidas de tratados de libre
comercio, así como a tolerar el saqueo legal e ilegal de los bienes públicos y
comunes. Es este el Estado que sigue funcionando. Por eso continúan
promulgándose leyes para garantizar privilegios empresariales, mientras los
niños y adolescentes continúan padeciendo hambre, violencia, falta de escuela,
salud, etc.
Esto es lo que
caracteriza al Estado guatemalteco en la actualidad: es garante de la
explotación y el expolio, carente de las normativas necesarias, de las
políticas coherentes, de la institucionalidad eficaz y de los recursos
financieros esenciales para asegurar el bien común. Es un Estado que constituye
factor fundamental en la profundización de la exclusión y la marginación que
deja vulnerables a las clases y a los sectores más desprotegidos, como la
niñez, la adolescencia y la juventud, los cuales ha convertido en
prescindibles.
Para este Estado
neoliberal y los gobiernos que lo han gestionado, los niños y las niñas
(especialmente los y las procedentes de la clase trabajadora y de los pueblos
indígenas y mestizos) han sido convertidos en seres desechables, condenados a
ser objeto de los más terribles vejámenes a manos de redes del crimen
organizado. En lugar de protegerlos, este Estado los criminaliza, los condena y
permite que sean convertidos en objeto de ultraje, violencia, esclavitud sexual
y asesinato. En especial, como sucedió en este caso, el Estado, como
responsable y ejecutor del crimen, es productor y reproductor de un sistema
patriarcal que convierte en objeto a las niñas, a las adolescentes y a las
mujeres.
Este crimen desnuda al
Estado en tanto construcción de la clase dominante, que históricamente lo ha
utilizado para la gestión de sus intereses; del capital transnacional, que,
interesado en expoliar el país, ha contribuido a mermar la capacidad del mismo
Estado; y de potencias extranjeras y organismos internacionales como el Banco
Mundial y el Fondo Monetario Internacional, que con sus imposiciones han
configurado este Estado neoliberal.
Sin duda, esta masacre
de niñas y adolescentes debe ser esclarecida penal, administrativa y
políticamente para que sobre los responsables directos e indirectos caiga todo
el peso de la ley y la condena ética de la sociedad. Nuestra indignación debe
crecer y movilizarnos hasta alcanzar justicia en este crimen de lesa humanidad.
Pero no debemos olvidar que este crimen es resultado del Estado neoliberal y
que, dado que dicha política continúa, hechos de este tipo podrían repetirse y
muy pronto. Por eso nuestra acción política debe orientarse estratégicamente a
construir un Estado radicalmente diferente.
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