Las madres y abuelas
encabezan la bandera del “Nunca más” de millones de compatriotas, frente a las mayores atrocidades
cometidas por el terrorismo de Estado.
Roberto Utrero Guerra / Especial para Con Nuestra América
Desde Mendoza,
Argentina
En abril de este año se
cumplirán cuatro décadas de la primera marcha de las Madres en la Plaza de
Mayo, cuando en aquel lejano último día de abril de 1977, cansadas de buscar
respuestas sobre sus hijos desaparecidos, se plantaron en la Plaza de Mayo,
frente a la Casa Rosada, sede del gobierno militar encabezado por el General
Videla, aguardando una respuesta oficial sobre el destino de aquellos seres queridos
que nunca vino. Eran poco más de una docena, circulando de a dos, conforme las
prohibiciones impuestas por el estado de sitio, desafiando a la furia de la
dictadura más sangrienta que hemos soportado los argentinos, dictadura que
había irrumpido un año atrás, el 24 de marzo de 1976 y cuyas consecuencias,
reclamaban aquellas valientes mujeres.
Durante tan prolongado
período, las madres han sido un ejemplo de abnegada lucha para los argentinos y
el mundo, espacio de tiempo en que la sociedad, como salida del infierno y los
desplantes bélicos de un gobierno de terror, retomó la senda de la democracia,
con todas las prevenciones, secuelas y miedos que dejó la dictadura, dado que
el poderoso mecanismo de poder no pudo desarticularse con el retorno institucional,
como tampoco eliminar las complicidades empresarias y de los grupos armados
que, desde las sombras, seguían ejerciendo su poder económico y disuasorio.
Todo el esfuerzo
logrado por la Comisión Nacional sobre Desaparición de Personas y los juicios a
los responsables, durante el gobierno del presidente Raúl Alfonsín, fueron
arrasados por la ley de punto final y obediencia debida dictada por su sucesor,
Carlos Menem en los noventa. Época en que también los grupos económicos
favorecidos por la dictadura hicieron de las suyas con las grandes empresas de
servicios privatizadas, en un avance sin precedentes del mercado y un estado en
franca retirada. Impunidad y desregulación iban de la mano, una situación que
marcará una constante en los años venideros.
Tuvieron que pasar años
y una crisis sin precedentes, para que, en el 2002, se declarara el 24 de
marzo, día de la Memoria, verdad y justicia y, tres años más, durante el
gobierno de Néstor Kirchner, para que fuera considerado no laborable.
Desde el año pasado,
distintos funcionarios de gobierno han expuesto sus dudas sobre la cantidad de
desaparecidos, cuando la estimación de 30 mil, es cosa juzgada. Volver sobre un
tema del que ya se expidió la justicia y es reconocido por la comunidad
internacional es coherente con la fallida declaración presidencial de fecha
“móvil”.
Erosionar la memoria
colectiva, es un intento para tender un manto de olvido sobre lo ocurrido en la
última dictadura cívico militar de la que se beneficiaron los grandes
empresarios, entre los que se encuentra la familia del presidente Macri y, los
afectados, podrían reclamar usurpaciones.
También el espacio de
la Plaza donde están pintados los simbólicos pañuelos blancos de las madres,
donde siguen reuniéndose, fue invadido por vallas, colocadas por las
autoridades de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, en franca relación con las
despreciables conductas negadoras de la gente de Cambiemos.
Por el contrario, en
una muestra más de su coherencia y perseverancia, las madres y las abuelas siguen
apoyando con su presencia los reclamos de las grandes manifestaciones
populares, como sucedió esta semana con la multitudinaria Marcha Federal de los
docentes nacionales, lo que pone de manifiesto nuevamente, que siguen siendo un
ejemplo y un emblema de resistencia. Puesto que, para los mismos dirigentes su
lucha contra la ferocidad de los militares y los cuarenta años en los que,
jueves a jueves salieron a la calle, son el acicate para resistir en un
enfrentamiento despiadado.
Porque convengamos, que
aquellas ancianas, sufridas y luchadoras, aquellas madres que jamás claudicaron
en su búsqueda de verdad y justicia, son la muestra más evidente de una lucha
desigual y despiadada, entablada por los más débiles, los desclasados, los
trabajadores, jubilados, las clases medias y los nadie, contra los poderosos de
siempre, con aquellos que, dueños de los medios, de las grandes empresas y de
los distintos niveles de gobierno, avalados por las urnas, intentan sepultar
decenas de años de conquistas sociales.
Las madres y abuelas
encabezan la bandera del “Nunca más” de millones de compatriotas, frente a las mayores atrocidades
cometidas por el terrorismo de Estado, el aniquilamiento de sus jóvenes y
dirigentes más progresistas, la cerebral destrucción del aparato productivo
concentrado en las pequeñas y medianas industrias, la transnacionalización de
la economía, el mayor endeudamiento externo, el enriquecimiento financiero de
una lacra especuladora y, sobre todo, del desgranamiento social irrecuperable
que dejó a millones de argentinos bajo la línea de la indigencia de la que no
pudieron salir más, fuente de males sociales endémicos en el país.
Los beneficiarios de
aquella época desgraciada, los cómplices embozados que se paseaban o
participaban en reuniones con la cúpula militar, siguen alimentando un ideario
exclusivo, sectario, de privilegios de casta, aunque disfracen y simulen su
accionar de democrático y, como entonces, desearían hacer borrón y cuenta
nueva. Pero no pueden ni podrán, la memoria activa está presente en las calles,
en la escuela y las universidades públicas, en los barrios y en las villas a lo
largo y ancho del país, en las multitudes que cotidianamente reclaman por sus
derechos, en el espíritu de un pueblo que se ha levantado una y mil veces de
las cenizas.
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