Un México de izquierda
debería ser un México socializante· Pero en qué grado de socialismo y de qué
tipo estamos hablando, no en el estalinismo seguramente, pero sí en uno tal vez
en que las clases del trabajo, las clases obreras en su sentido más amplio,
como puedan y deban pensarse en el siglo XXI (muy diferentes a las de los
siglos XIX o XX), con su infinidad de rasgos y características originales,
puedan plantear una democracia a fondo en el más amplio y profundo sentido del
término.
En México se convoca a
un gran desfile político para mostrar nuestra unidad frente a las agresiones y
amenazas de Donald Trump, y el esfuerzo para la expresión en ese sentido
termina en fiasco y en contradicciones múltiples entre los participantes. Es
verdad, la iniciativa de origen surgió probablemente del propio gobierno, quien
creyó aprovechar la coyuntura para mostrar no sólo unidad y solidaridad hacia
el exterior, sino en realidad que el gobierno de la República manejaba, o
mejor, el presidente Peña Nieto, deseaba contar en su favor con las grandes
corrientes de opinión del país.
Por supuesto, el
resultado fue contrario a la pretensión gubernamental de ostentarse como el
baluarte de la defensa de la patria. Para empezar, debe recordarse que en el
momento de la convocatoria el gobierno de Peña Nieto pasaba por un momento
particularmente delicado: bastante menos de 20 por ciento de la ciudadanía
aprobaba su gestión: en tales condiciones es claro que la manifestación contra
el presidente de Estados Unidos de ninguna manera podía concebirse, al mismo
tiempo, como una de apoyo a Peña Nieto. Pero, por supuesto, hubo esfuerzos del
partido oficial (el PRI) y de otros aliados para dar la sensación, sí, de que
se desfilaba contra el catastrófico Trump, pero al mismo tiempo se le otorgaba
el visto bueno e incluso un poder político grande al presidente Peña Nieto, lo
cual no resultó así. Ahí, en esas contradicciones y ambigüedades, se encuentra
el hecho de la muy menguada asistencia al desfile y de su fracaso político.
En México actualmente
resulta imposible pensar en una manifestación política de calidad si al mismo
tiempo se prohíbe o inhibe a las masas expresar con toda apertura su opinión
sobre Peña Nieto. La coyuntura, en un horizonte ideal, parecería sugerir que
las bazucas se dirigían exclusivamente contra Trump, ya que se trata del
enemigo principal. Pero esto es imposible si parte del juego es el mismo Peña,
a quien muchos consideran que ha llevado las negociaciones con Estados Unidos
de manera muy débil o incluso entreguista, hasta surgir uno de los motes más
agudos que ha inventado la ocurrencia o la sabiduría popular mexicana, aplicado
a Luis Videgaray: el canciller de Troya. Bien encontrado, ya que tal es la
sensación muy difundida: salvar las conversaciones y los contactos, antes que
las cuestiones de sustancia.
Una de las conclusiones
que se derivan de lo anterior es el hecho de que los mexicanos no sólo quieren
ser farol del exterior y oscuridad de su casa, pensando con razón que son las
instituciones y la solidez de las prácticas internas los que le otorgarán mayor
solidez y respetabilidad en el exterior, y que de ninguna manera es posible
seguir con el desprestigio universal ganado por nuestras costumbres políticas y
morales internas, y al mismo tiempo enderezar nuestro prestigio internacional.
Convincente o no, tal es el razonamiento y sentimiento de una mayoría de mexicanos.
Trabajar y salvarnos en los dos planos.
Hemos dicho en escritos
anteriores, en coincidencia con otros comentaristas, que tal vez el punto
fundamental del cambio en nuestra política exterior es el de llevar a cabo,
pero en serio, la diversificación, que nos otorgaría flexibilidad y posibilidad
de iniciativas nuevas en lo que hemos estado muy limitados, justamente por
nuestro vínculo unilateral y hasta unidimensional con una sola potencia, que
nos hace sufrir una dependencia excesiva. Sí, se me dirá que tenemos ya
variedad de acuerdos con países de muchas regiones del mundo, pero el hecho es
que no hemos efectuado en la práctica esa diversificación, sino en grado muy
menor. Me supongo que, en efecto, es mucho más sencillo desarrollar relaciones
comerciales con el gigante a nuestro lado, con todas las dificultades y efectos
negativos que tarde o temprano surgen. Pero precisamente por tales dificultades
es imprescindible que nos empeñemos de verdad en realizar una diversificación
internacional siempre pospuesta. ¡Empeñémonos en llevarla a cabo o generación
tras generación sufriremos de distintas maneras la dependencia que nos define!
Bueno, reflexionando un
poco salen rápidamente algunas de las pifias mayores de este gobierno, y desde
luego de los anteriores. En materia de corrupción y deshonestidad casi no
habría espacio bastante para consignarlo, Pero también en el de la violación a
los derechos humanos, en el incumplimiento de la ley por altos funcionarios, es
decir, nos encontramos con un país que ha cultivado y consentido demasiadas
lacras en la función pública, que ahora pagamos inevitablemente.
Sí, las presiones
brutales vienen del otro lado, de un desequilibrado como Donald Trump, pero
debe admitirse que, por nuestra parte, tenemos también mucha cola que nos
pisen. Por eso las reclamaciones no pueden ser unilaterales y solamente a una
parte: sí, fuera Trump, pero también fuera Peña Nieto, para decirlo en breve,
por la privatización de los energéticos, incluida la electricidad, que a pesar
de toda su retórica ha implicado aumento de precios, mentiras y ocultamientos
al pueblo de México; por eso es que la manifestación planeada para mostrar la
oposición de México a las amenazas de Trump fue un fracaso, al evitar ser
también una marcha en contra de Peña Nieto, y en general contra los gobernantes
de México.
Lo que no acaba de
decirse es hacia dónde vamos. Por definición, un México de izquierda debería
ser un México socializante· Pero en qué grado de socialismo y de qué tipo
estamos hablando, no en el estalinismo seguramente, pero sí en uno tal vez en
que las clases del trabajo, las clases obreras en su sentido más amplio, como
puedan y deban pensarse en el siglo XXI (muy diferentes a las de los siglos XIX
o XX), con su infinidad de rasgos y características originales, puedan plantear
una democracia a fondo en el más amplio y profundo sentido del término. Un
socialismo no sólo que asegure y garantice las libertades, sino que resuelva
para todos la cuestión de ingresos suficientes para vivir y desarrollar cada
una de las íntimas vocaciones. Sí, en México es necesario un gran cambio
social, pero hacia el lado de un socialismo liberador y profundamente
democrático.
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