Como un fenómeno de la
naturaleza relacionado con la injerencia humana a partir de la alteración del
espacio natural y social, se trata de un fenómeno impredecible que,
preconcebido y esperado, se ha tornado en una especie de “crónica de una muerte
anunciada”, cuyos antecedentes ya se manifestaban desde el año pasado.
Robinson Olivera* / Para Con Nuestra América
Inundaciones en Sullana, región Piura, Perú. |
El desastre actual en Perú se
evidencia en lluvias con fuertes precipitaciones que han generado un sinnúmero
de derrumbes, inundaciones y huaicos que afectan directamente en zonas rurales
y urbanas del país, donde claramente, se percibe que este fenómeno natural ha
impactado todo lo que se encuentra a lo largo de su recorrido, mejor dicho lo
que se atraviesa en su curso incontenible: pobladores, cultivos, caminos,
viviendas, edificios e infraestructura en general. De allí que las pérdidas
humanas y materiales están a la orden del día, pues no se puede contabilizar la
magnitud final de esos daños, ya que aún no ha terminado. Contrariamente, está
empezando.
El problema central
parece apuntar hacia la planificación, como un eje fundamental en la relación
ser humano - naturaleza y ser humano – sociedad, puesto que se refiere a la
construcción del espacio y su respectiva configuración social en el marco de un
proceso en el tiempo con una dimensión sociocultural, sociopolítica y
socioeconómica.
La planificación no es
algo que se comprenda como un fin en sí mismo, como si fuese un instrumento
mágico cosificado; es un recurso con una mediación política que puede encaminar
el resultado de un proceso de gestión colectiva, el cual se supone debe ser
consultada, concebida, negociada y consensuada en el mejor de los casos entre
sujetos participantes en un espacio y tiempo determinado. Consecuentemente,
dicho proceso contempla la realización del diagnóstico, la formulación, la
ejecución y la evaluación del plan, programa o proyecto de interés en cuestión
según los procedimientos establecidos en cada uno de esos pasos a seguir.
Esa responsabilidad
debe ser asumida, construida y compartida por la sociedad civil (sociedad) y la
sociedad política (estado) desde un enfoque de derechos, equidad, género,
diversidad, inclusión, interculturalidad y medio ambiente, y de cara a un
escenario de transparencia y rendición de cuentas a toda la ciudadanía, de
manea especial a su población meta.
Un componente del
proceso se refiere entonces a la planificación territorial que vislumbra la
organización y el ordenamiento del espacio o del territorio de su población,
razón por la que se denomina ordenamiento territorial. Una gestión de esta
naturaleza sería impensable al margen de la definición de un plan nacional de
desarrollo con sus respectivas políticas públicas, institucionales e
interinstitucionales, sectoriales e intersectoriales, las cuales deben
establecer procedimientos, mecanismos y viabilidades en concordancia con el
orden jurídico y los recursos humanos y materiales disponibles a nivel
nacional.
De modo que las
posibilidades de un ordenamiento territorial en el marco de la planificación conlleva
necesariamente una interpelación de sus diversos actores, entre los cuales
están las poblaciones vulnerables, más aún las que se encuentran en situaciones
de riesgo, a fin de visualizar conjuntamente la gestión de un espacio adecuado
y, simultáneamente, garantizar la dotación de equipamiento social deseable en
la construcción de la ciudad en el ámbito rural o urbano según sean sus
características particulares en cualquiera de las regiones del país.
El problema no se
debería consignar ni reclamar a “la” institución ni a “una sola” institución,
como entes abstractos del estado, sino a quienes tienen la responsabilidad
inmediata por parte del gobierno central en su calidad de interlocutores
técnicos y políticos del Estado, en otras palabras, autoridades y funcionarios
públicos del poder ejecutivo que han asumido esas responsabilidades en materia
de gestión inter institucional y sectorial según sus prioridades estratégicas,
las cuales se convierten en la plataforma de implementación material de las políticas
públicas competentes.
Asimismo algunos
inversionistas del sector privado nacional e internacional tendrán
principalmente cuotas de corresponsabilidad social, política y económica en la
medida que hayan logrado invertir y capitalizar, incidir en la configuración
del espacio físico e impactar -como suele suceder- en el entorno natural por
encima de los procesos de planificación y ordenamiento territorial inclusive.
En esos casos, las consecuencias podrán ser negativas si fomentan el detrimento
de los recursos naturales, el estancamiento del desarrollo social y la pérdida
de calidad de vida de la población. De allí que el estudio oportuno de cada
sector en sus diversas regiones podría ilustrar mejor aquellos atenuantes y
agravantes del desarrollo humano, sociopolítico y socioeconómico de sus
respectivas ciudades.
Inevitablemente, ahora
surge la siguiente pregunta: ¿Quiénes son responsables directos de los
problemas de planificación y de ordenamiento territorial de los sectores
urbanos y rurales afectados por el fenómeno natural del Niño costero? ¿Será
entonces la furia de la naturaleza? Por supuesto que no. Sobra decir que el
problema va más allá de dicho eufemismo. Esa idea seguirá siendo un criterio
impreciso, fragmentado y evasivo en la comprensión de todo este desastre
natural y social. Una vez más podría ser fácil culpar a la naturaleza que
responsabilizar, por un lado, a quienes realmente representan los desaciertos
de la gestión pública del poder local y, por otro lado, a quienes
arbitrariamente han pretendido imponer una gestión privada desde una lógica de
acumulación, privatización y libre mercado del modelo económico de desarrollo.
No cabe la menor duda
que el problema central recae en autoridades y funcionarios del poder local
que, por indiferencia, negligencia o intereses creados, implementan una gestión
pública débil y dispersa, sin capacidad eficiente que permita contener y
minimizar situaciones de riesgo en el corto y mediano plazo; e incumplen además
la atención de las necesidades básicas de su entorno en materia de empleo,
salud, educación, alimentación, vivienda y equipamiento social, especialmente
de las poblaciones vulnerables que viven en esas ciudades en estancamiento o
crecimiento y, en el mejor de los casos, esperan ansiosamente su desarrollo
humano y social.
Frente a la expansión
de las ciudades, la estructura deficiente del empleo, el desplazamiento
migratorio interno, la creciente demanda de nuevos servicios y la alteración
violenta del espacio natural y social, se podría constatar irresponsabilidad de
algunas autoridades y funcionarios locales en la atención de las demandas
básicas ciudadanas, cuánto más de sus poblaciones vulnerables; al mismo tiempo,
se podría descubrir también otros intereses creados, inclusive sobornos y complicidades
provenientes de la representación ejecutiva o gerencial de importantes
inversiones privadas, inclusive públicas, que forman parte de las múltiples
gestiones del desarrollo rural y urbano. De cualquier modo, la fuerza de las
inversiones privadas y públicas apostarán mayoritariamente por los intereses
del capital y el control neoliberal del sistema actual.
Finalmente, la mano
invisible del mercado podrá materializarse con su lógica perversa y ciega sin
hacer distinción del espacio natural y social, impactando vorazmente sobre toda
su población vulnerable y empobrecida, sin discriminar más su condición etaria,
étnica y de género.
*El autor
es sociólogo, educador y teólogo. Profesor de la Universidad Estatal a
Distancia de Costa Rica.
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