En el registro
mediático global, y local, presenciamos una escena inédita e invertida: la
política interna de Estados Unidos copa la agenda mundial.
Paul Walder / NODAL
Las grandes
corporaciones informativas, en su quehacer habitual, han instalado a Donald
Trump como un demagogo similar a cualquiera de las figuras incómodas a las
políticas del imperio, una visión canalizada cual realidad mediática
(¿posverdad de demócratas, socialdemócratas y liberales?) que no tiene grandes
diferencias a las campañas para colocar en la mira de la destitución y el golpe
de Estado a mandatarios ajenos o reactivos a la institucionalidad capitalista
global.
En este proceso vale un
cambio de rumbo en las políticas de una nación petrolera, un anuncio de
nacionalización de los recursos naturales o, como es hoy el caso, un giro desde
la extrema derecha en el proceso de globalización neoliberal impulsado desde
Washington. En este mismo trance, y ante señales desde la Izquierda, esta elite
sacó de competencia a Bernie Sander.
Somos testigos de un
artificial debate levantado por el establishment globalizante y amplificado por
sus funcionales medios de comunicación. Una contradicción entre liberales y
socialdemócratas falsamente incluyentes enfrentados al filofascismo, xenofobia
rabiosa e intolerancia de la pandilla Trump. Un cóctel de políticas que se baten
en el corazón del imperio, que las corporaciones mediáticas difunden en la
búsqueda de aliados globales. La lucha del bien y el mal, otrora guerra fría,
aquella estrategia simplista levantada para derribar a decenas de políticos
molestos y contrarios al statu quo imperial, hoy se cuece con algunos aderezos
adicionales contra el núcleo más denso del poder en Washington.
Como latinoamericanos
de Izquierda no podemos dejar de alegrarnos al observar que las mismas
estrategias preparadas por el inefable complejo industrial-militar -junto a
Wall Street- hoy se ceben contra el poder anidado en la Casa Blanca. Nuestra
lista es demasiado larga desde la época del presidente Monroe para no
solazarnos a la vista de este proceso. La “república bananera”, aquel epíteto
para denigrar no sólo a los Estados centroamericanos sino a todos al sur de sus
fronteras, calza hoy a la perfección al modelo estadounidense.
Trump no es una
sorpresa ni un error en el sistema político estadounidense. Es la continuidad y
la profundización de un modelo que muestra, por todas sus caras, evidentes
señales de precipitación y decadencia. El fascismo, o los rasgos fascistoides,
es la continuidad por otros medios de las democracias burguesas, de
representación espuria y controlada por los poderes en la opacidad. Trump
representa a la perfección ese proceso de hundimiento imperial.
No hay ni habrá grandes
diferencias para los latinoamericanos, africanos y, con énfasis trágico todo el
Oriente Medio, entre las falsarias políticas globalizantes e integradoras de
los socialdemócratas y los fundamentalistas conservadores con las políticas
xenofóbicas de Trump.
El discurso
“políticamente correcto” de los Clinton y Obama se viene al suelo al constatar
desde las millares de bombas lanzadas sobre Iraq o Yemen los apoyos a la
creación de Al Qaeda y el Estado Islámico, o los efectos sociales y económicos
dramáticos sobre millones de personas que han traído los acuerdos comerciales:
tras la ilusión del consumo de masas se levanta la ignorancia, exclusión, discriminación
y la desatada violencia. Con las políticas globalizadoras Latinoamérica, así
como otras zonas, es más desigual, injusta y corrupta que nunca.
Trump reforzará las
políticas contra los inmigrantes, lo que es también una continuidad de procesos
impulsados por anteriores administraciones. Obama mantiene hasta el momento la
marca mayor en deportaciones de indocumentados, en tanto el muro es sólo una
imagen perfecta de una segregación y discriminación bien instaladas, aspectos
fundantes del capitalismo extremo. Frente a millares de drones artillados y
vigilancia satelital, un muro es más bien un símbolo y monumento a la verdadera
discriminación y sesgo que habita e inspira al establishment y al capital.
El muro, en cuanto a
imagen, representación y realidad, es una oportunidad para nuestros pueblos. Un
muro tiene dos caras. Si Estados Unidos opta por el proteccionismo y el
aislamiento, es el momento del desamarre, del corte de lazos y dependencias, de
la integración de la región. Lo ha dicho incluso un liberal como el economista
Joseph Stiglitz. Trump le duele principalmente a los globalizadores y
dependientes latinoamericanos, como los Peña Nieto, Macri, Temper, Kuczynski y
Bachelet de la región. La decadencia del imperio y su corte de lazos ha de ser
celebrado desde abajo.
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