Quien
conozca a Marx sabe que fue enemigo de toda canonización, en vida o tras su
muerte. Sabe, también, que su obra posterior al Capital sometió a prueba lo planteado en su libro a través
del debate constante con sus adversarios, y del examen atento a los azares del
desarrollo del mercado mundial.
Guillermo Castro H. /
Especial para Con Nuestra América
Desde Ciudad Panamá
Hemos
llegado a las vísperas del 150 aniversario de la publicación del primer tomo de
El Capital. Se trata, sin duda, de la más rica y compleja de las obras
de Carlos Marx. En el esquema de organización del conocimiento creado por el
liberalismo ascendente, pasa por ser una obra de economía. Desde el pensamiento
del autor, quizás sea en realidad un libro de historia, que aborda la
formación, las caracterísiticas, las contradicciones internas y las perspectiva
de desarrollo de una relación social a la que llamamos capital. Entre ambas
visiones hay un conflicto insalvable: la liberal considera a El Capital
una interpretación – entre otras - de la economía moderna; la otra lo considera
una herramienta para la transformación de la realidad creada por y para esa
relación social.
El esquema
liberal, en efecto – tan ricamente descrito en su origen y evolución por
Immanuel Wallerstein – organizó los distintos campos del saber a partir de lo
que a primera vista parecían ser objetos exclusivos, y excluyentes. Las
ciencias naturales fueron separadas de las sociales, y las que se referían a la
narrativa de procesos que no cabían en ninguna de aquellas, conformaron el
campo de las Humanidades. Así, la sociología pasó a ser la ciencia de la
sociedad; la ciencia política, la del Estado, y la economía, la de los procesos
de producción, distribución y cambio, según se enseñaba en la escuela
secundaria, cuando en nuestra educación secundaria se enseñaban esas cosas.
Desde la
perspectiva abierta por Marx, esas disciplinas no dejan de existir. Desaparece,
si, su definición a partir de objetos excluyentes de conocimiento, para dar
paso al estudio de campos de relación que definen ámbitos diversos de un mismo
proceso histórico. De ahí que el marxismo – que no es una filosofía, ni una
sociología no una economía en el sentido usual de esos términos en la cultura
creada por el liberalismo – no encuentre en verdad un lugar para sí en la
estructura del conocer creada por esa cultura liberal.
Ese lugar
es de una naturaleza distinta. Corresponde a un vasto y complejo proceso
histórico que, entre otras cosas, comprende la maduración y crisis temprana de
la cultura liberal. El marxismo, precisamente, critica y trasciende a un tiempo
esa cultura, que a su vez reacciona ante esa crítica rechazándola e intentando
asimilarla.
Cabe
recordar, al respecto, que el primer tomo de El Capital fue publicado 19
años después de que apareciera El Manifiesto Comunista, y 50 años antes
de la Revolución de Octubre en Rusia que – a través de la combinación de las
armas de la crítica con la crítica de las armas - abrió paso a la formación de
la Unión Soviética. Y es notable que aun después de la caída del campo
socialista del Este europeo, sigue manteniendo al liberalismo a la defensiva. Y
esto es llevado a unos extremos tales de vulgaridad teórica e ignorancia
histórica, que solo puede uno imaginar que si El Capital y el comunismo
no existieran, el liberalismo tendría que inventarlos para enmascarar el hecho
- no la idea - de los desastres sociales, políticos, ambientales y económicos
que ha ocasionado y ocasiona en su desarrollo.
En
realidad, todo comprueba aquí lo señalado por Gramsci desde su celda: que la superioridad
de una visión del mundo respecto a otra se expresa ante todo en su capacidad
para asumirla como un elemento de su propio desarrollo. A eso se refería Lenin,
por ejemplo, cuando consideraba a la filosofía clásica alemana, el socialismo
francés y la economía inglesa como tres fuentes y tres partes integrantes del
marxismo, que las asumía y las trascendía en un mismo movimiento de su
desarrollo. Tal fue la vía por la cual, al decir de Federico Engels en el
discurso que pronunciara en el funeral de su camarada y amigo entrañable,
Así como
Darwin descubrió la ley del desarrollo de la naturaleza orgánica, Marx
descubrió la ley del desarrollo de la historia humana: el hecho, tan sencillo,
pero oculto bajo la maleza idológica, de que el hombre necesita, en primer
lugar, comer, beber, tener un techo y vestirse antes de poder hacer política,
ciencia, arte, religión, etc.; que, por tanto, la producción de los medios de
vida inmediatos, materiales, y por consiguiente, la correspondiente fase
económica de desarrollo de un pueblo o una época es la base a partir de la cual
se han desarrollado las instituciones políticas, las concepciones jurídicas,
las ideas artísticas e incluso las ideas religiosas de los hombres y con
arreglo a la cual deben, por tanto, explicarse, y no al revés, como hasta
entonces se había venido haciendo. Pero no es esto sólo. Marx descubrió también
la ley específica que mueve el actual modo de producción capitalista y la
sociedad burguesa creada por él . El descubrimiento de la plusvalía iluminó de
pronto estos problemas, mientras que todas las investigaciones anteriores,
tanto las de los economistas burgueses como las de los críticos socialistas,
habían vagado en las tinieblas.
Y añadía
enseguida:
Para Marx, la ciencia era una fuerza histórica
motriz, una fuerza revolucionaria. Por puro que fuese el gozo que pudiera
depararle un nuevo descubrimiento hecho en cualquier ciencia teórica y cuya
aplicación práctica tal vez no podía preverse en modo alguno, era muy otro el
goce que experimentaba cuando se trataba de un descubrimiento que ejercía
inmediatamente una influencia revolucionadora en la industria y en el
desarrollo histórico en general.[1]
El Capital de que se
trata fue y sigue siendo, en este sentido, un producto del trabajo científico
de indudable influencia revolucionaria en el desarrollo histórico en general.
Su influencia indirecta ha sido, en muchos sentidos, tanto o más importante que
la directa, en la medida en que la visión del mundo planteada por Marx –si bien
ha recibido por múltiples vías la influencia de otras corrientes de pensamiento
de especial vigor en la cultura liberal, como el positivismo– ha seguido
incorporando a otras visiones – en lo ambiental y lo religioso, como en la
crítica al moderno sistema mundial - como elementos de su propio desarrollo.
Quien
conozca a Marx sabe que fue enemigo de toda canonización, en vida o tras su
muerte. Sabe, también que su obra posterior al Capital sometió a
prueba lo planteado en su libro a través del debate constante con sus
adversarios, y del examen atento a los azares del desarrollo del mercado
mundial. A 150 años de entonces, ese debate y ese examen son los medios más
adecuados para el desarrollo de la visión del mundo de Marx en las circunstancias
de nuestro tiempo, y de nuestra crisis. Y ante una tarea de tal riqueza y tal
complejidad, conviene tener presente lo que nos advirtiera otro revolucionario
ejemplar de la América nuestra:
Estudien, los que pretenden opinar. No se opina con
la fantasía, ni con el deseo, sino con la realidad conocida, con la realidad
hirviente en las manos enérgicas y sinceras que se entran a buscarla por lo
difícil y oscuro del mundo. Evitar lo pasado y componernos en lo presente, para
un porvenir confuso al principio, y seguro luego por la administración
justiciera y total de la libertad culta y trabajadora: ésa es la obligación, y
la cumplimos. Ésa es la obligación de la conciencia, y el dictado
científico. La misma injusticia de aquella escasa porción de nuestra patria que
no amase a los que la quieren constituir para una paz durable, conforme a sus
verdaderos elementos, no podría desviar, ni aflojar siquiera, a los que,
dispuestos a dar la vida por su país, le dan de seguro lo que vale menos que
ella: - la paciencia. [...] Amemos la herida que nos viene de los nuestros. Y
fundemos, sin la ira del sectario, ni la vanidad del ambicioso. La revolución
crece.[2]
NOTAS:
[1] Discurso ante la
tumba de Marx (1883). https://www.marxists.org/espanol/m-e/1880s/83-tumba.htm
[2] Martí, José: “Crece”. ”.
Patria, 5 de abril de 1894. Obras Completas. Editorial de
Ciencias Sociales. La Habana, 1975. III, 121.
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