El término “populismo”
no es hoy más que un concepto de ataque a todo proyecto político con
intenciones de reivindicación popular y cambio social. Es un término para
descalificar a toda política o líder que pretenda dar respuestas a los
intereses de la sociedad y particularmente a pobladores, trabajadores,
indígenas, clases medias, contrariando los intereses particulares de elites
empresariales o políticas.
Juan J. Paz y Miño Cepeda / Firmas Selectas de Prensa
Latina
Acusar hoy de “populista” a cualquier gobierno
latinoamericano con raigambre social, es una forma de combatirlo. El término es
usado específicamente contra los gobiernos democráticos, progresistas o de
nueva izquierda en la región. Son “populistas”, ante todo, los presidentes Evo
Morales, de Bolivia; Rafael Correa, de Ecuador, y Nicolás Maduro (antes Hugo
Chávez), de Venezuela. A veces se incluye a Daniel Ortega, de Nicaragua, y a
Salvador Sánchez Cerén, de El Salvador. Y eran igualmente “populistas” los
gobiernos de Inácio Lula da Silva, en Brasil, o los de Néstor Kirchner y
Cristina Fernández en Argentina.
Quienes mejor han
recurrido al término acusador son las fuerzas de oposición a esos gobiernos:
políticos tradicionales, derechas latinoamericanas, élites empresariales y
aquella prensa privada unida a sus intereses. Pero no solo ellos, sino también
antiguas izquierdas, así como intelectuales y académicos que se autoproclaman
“críticos”.
Gino Germani y Torcuato
di Tella, intelectuales argentinos que fueron pioneros en definir los
populismos latinoamericanos, trataron de convertir el término en una categoría
de análisis pertinente a una época singular de la historia de la región,
iniciada en la década de 1930, cuando la movilización de masas, los liderazgos
de figuras históricamente nuevas por su capacidad de conducción y movilización
de esas masas; el derrumbe de la política tradicional y de élites en manos de
partidos oligárquicos; el ascenso de las clases trabajadoras y capas medias; la
confrontación nacional con el imperialismo y hasta la necesidad de la
modernización capitalista fueron procesos que cambiaron las realidades hasta
entonces vigentes en América Latina.
A los estudios
iniciales siguió una abundante literatura académica que, finalmente, destacó
como figuras populistas centrales a Lázaro Cárdenas (México), Getulio Vargas
(Brasil) y Juan Domingo Perón (Argentina), a los que se sumaron Jorge Eliécer
Gaitán (Colombia), Victor Paz Estenssoro (Bolivia), Víctor Raúl Haya de la
Torre (Perú), Rómulo Betancourt (Venezuela), Carlos Ibáñez (Chile), Juan José
Arévalo y Jacobo Arbenz (Guatemala) e incluso José María Velasco Ibarra, en
Ecuador.
El populismo revestía
enorme importancia por hacer partícipes a las “masas” en la vida política
nacional de la cual habían sido marginadas; pero tenía sus límites en los
liderazgos personalistas, con discutible presencia, pues eran vistos, bien como
demócratas y radicales extremos (incluso “comunistas”) o como autoritarios y
simplemente clientelistas. A su vez, eran rasgos valiosos el nacionalismo y el
antiimperialismo, la creación de instituciones públicas y de servicios
estatales, así como la potenciación de derechos sociales y laborales; pero los
populistas, aunque habían contribuido a superar el sistema oligárquico, no
lograron transformaciones estructurales definitivas, ni cuestionaron
esencialmente la propiedad privada.
Pero el término
“populismo”, si bien buscó interpretar aquellas realidades históricas
descritas, se volvió ambiguo, indeterminado e insuficiente, pues los mismos
liderazgos clásicos o renovados, así como los procesos de base, aunque tienen
similitudes, también presentan enormes diferencias y son éstas las que toca
examinar en cada caso. Cárdenas nacionalizó la industria petrolera, Paz
Estenssoro hizo la reforma agraria, Perón articuló un proceso industrial
protegido, pero Velasco Ibarra no llevó a cabo ninguna de esas políticas y es
discutible si emprendió la modernización “capitalista” del Ecuador; y la fuerte
clase obrera de Argentina o la minera de Bolivia, no existieron en Ecuador.
El concepto “populismo”
ha perdido sus intenciones y significados originales. Se demuestra que incluso
ya no es una categoría válida para calificar los procesos de los años 30 del
pasado siglo, a los que aludió.
En la actualidad habría
que preguntarse a qué es lo que se quiere calificar como “populismo” y la respuesta
puede ser de lo más variada en el campo intelectual y de lo más disparatada en
las lides políticas: así, mientras en los EE.UU, uno de los estudios pioneros
es el de Michael Kazin (“The Populist Persuasion: An American History”, 1995)
quien sostiene que el “populismo” (un concepto totalmente distinto al
latinoamericano) ha sido característico en ese país no solo durante el siglo
XIX sino también en el XX; en las recientes elecciones del Ecuador, en cambio,
se atacó al candidato Lenin Moreno, de Alianza País, por representar la
continuidad del “populismo correísta”; y desde la ultraderecha se combatió el
“populismo” que quiere “venezolanizar” al país, un ataque similar de las
derechas españolas al “populista” Podemos y a su líder Pablo Iglesias.
Así es que el término
“populismo” no es hoy más que un concepto de ataque a todo proyecto político
con intenciones de reivindicación popular y cambio social. Es un término para
descalificar a toda política o líder que pretenda dar respuestas a los intereses
de la sociedad y particularmente a pobladores, trabajadores, indígenas, clases
medias, contrariando los intereses particulares de elites empresariales o
políticas.
Es una palabra
engañadora, que trata de apartar a las “masas” de los liderazgos que sí responden
por ellas; que busca desvalorizar las políticas sociales de los gobiernos
progresistas; que trata de acanallar el ciclo histórico que abrió la nueva
izquierda en América Latina.
Desde un estricto
examen académico, no existe una economía o un modelo “populista”, si no
expresas políticas económicas de los gobiernos progresistas para beneficiar a
la más amplia población y cuyos logros son resaltados y avalados por
instituciones internacionales como Cepal, PNUD, BM y hasta FMI. Ernesto Laclau,
quien defendió siempre al populismo, tenía razón al continuar viéndolo desde la
perspectiva de la promoción de las masas y de sus intereses sociales.
Las propuestas y las
políticas de gobierno encaminadas a planificar la economía, a potenciar el
papel regulador e intervencionista del Estado, a proveer de servicios públicos
gratuitos en materia de educación, salud, seguridad social y vivienda, a
redistribuir la riqueza sobre la base de impuestos directos y sobre los
patrimonios, a superar los términos de la inequidad social, a volver
hegemónicos los intereses nacionales y sociales sobre los particulares,
bancarios y empresariales, a reivindicar la soberanía, la dignidad nacional y
el latinoamericanismo, nada tienen de “populistas”, sino que han trazado un
nuevo modelo para el desarrollo económico y social.
Hoy el “populismo” no
es más que una forma de hacer política, cuyos mecanismos son utilizados
ampliamente por derechas, centros e izquierdas, particularmente en las campañas
electorales, donde se potencia el discurso y es fácil hacer ofrecimientos
demagógicos para la conquista del voto. Eso y nada más es el populismo.
Por tanto, el término
ya no sirve para los análisis contemporáneos de las estructuras, los procesos y
las etapas históricas de América Latina; o desde otra perspectiva, con el
término “populismo” se adopta la vía más fácil para no investigar a fondo las
realidades y, peor aún, las razones y direcciones de las políticas económicas y
sociales de los gobiernos progresistas de la región.
Populismo es todo y es
nada.
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