Lo gobiernos que han
revertido al modelo neoliberal de la centralidad del mercado son aquellos que
se han valido del Estado para promover los derechos sociales de todos, para
rescatar el rol activo del Estado como inductor del crecimiento económico y
proyector de políticas externas soberanas.
Emir Sader / Página12
La izquierda del siglo
XX fue una izquierda del Estado, que se valió del Estado para organizar
proyectos de nación, para hacer que el Estado empujara el desarrollo económico,
garantizara derechos sociales. Tuvo un rol fundamental, sobre todo si pensamos
que antes había un Estado estrictamente de las elites dominantes, de las
oligarquías primario exportadoras, que hacían del Estado un instrumento
estricto de sus intereses.
Cuando se agotó el
ciclo largo expansivo del capitalismo internacional y, con él, el modelo
desarrollista, dos perspectivas se presentaban en el horizonte. Ronald Reagan
enarboló una, la vencedora: el Estado habría dejado de ser solución, para ser
problema. Y la forma de enfrentar ese problema era reducirlo a sus proporciones
mínimas, al Estado mínimo, promoviendo al mercado a un rol de centralidad. El
viejo adagio del liberalismo recobraba nueva fuerza: el mercado es el mejor
redistribuidor de recursos.
Aparentemente de forma
contrapuesta a esa versión, surgió un relato que también pretendía superar el
agotamiento del Estado, pero proponiendo a la “sociedad civil” como su
sucedáneo. Condenaba tanto o incluso más que la versión anterior al Estado.
Toni Negri alcanzó a tildarlo como conservador, como pieza de museo. Holloway
tenía esperanzas de que se podría cambiar el mundo sin el tomar el poder, sin
el Estado.
Los primeros han
realizado su sueño y han llevado el mundo a sus desastres actuales, resultado
de la centralidad de un mercado descontrolado, mercado dominado por el capital
especulativo y por los grandes bancos privados. Los segundos han quedado
relevado a la intrascendencia, prisioneros de la trampa liberal de una sociedad
civil en contra del Estado.
La versión alternativa
era otra. No era el abandono del Estado, sino su democratización. No era ni el
abandono a la esfera mercantil, ni el retorno pura y simple a la esfera
estatal, sino la construcción, a partir del Estado y de organizaciones
sociales, la esfera pública. Una esfera de la ciudadanía, una esfera de los
derechos iguales para todos, la verdadera esfera democrática.
Lo gobiernos que han
revertido al modelo neoliberal de la centralidad del mercado son aquellos que
se han valido del Estado para promover los derechos sociales de todos, para
rescatar el rol activo del Estado como inductor del crecimiento económico y
proyector de políticas externas soberanas. Fueron los gobiernos anti neoliberales
de América del Sur.
Pero incluso estos han
recuperado al Estado, sin transformarlo, defendiendo a la sociedad de las
consecuencias negativas de un mercado descontrolado, pero sin democratizar al
Estado, con la centralidad en la esfera pública. Los aparatos de Estado han
resistido, desde adentro, con las alianzas con las fuerzas conservadoras desde
afuera, para frenar un amplio proceso de democratización política, social,
económica y cultural, de que carecen las sociedades contemporáneas.
Cuando los gobiernos
anti neoliberales se enfrentan a obstáculos, no deben ceder pura y simplemente
al liberalismo tradicional, al mercado, sino, al contrario, avanzar hacia la
trasformación radical de los Estados con la centralidad de la esfera pública. Porque
la contradicción fundamental en la era neoliberal es la que se da entre la
esfera mercantil – el afán de mercantilizar a todo, de trasformar derechos en
mercancías y ciudadanos en consumidores – y la esfera pública, la esfera de los
derechos para todos, la esfera de los ciudadanos.
Se puede medir cuanto
se ha avanzado en la superación del neoliberalismo por la medida en que se ha
avanzado en la extensión de los derechos para todos y en la restricción de la
mercantilización de la sociedad. La medida en que se han fortalecido la
educación pública, la salud pública, por ejemplo, a expensas de la educación
mercantil, de la salud mercantilizada, el fortalecimiento de los bancos
públicos a expensas de los bancos privados.
La esfera pública no
representa tan solamente la democratización de la sociedad actual, sino apunta
hacia una dinámica anticapitalista, en la medida que el eje y el proyecto
central del capitalismo son la mercantilización generalizada de todas las
esferas de la sociedad, a transformar todo en mercancías, que todo tenga
precio, que todo se pueda vender y comprar. La esfera pública, al contrario,
promueve el derecho de todos, la promoción de todos los individuos a
ciudadanos, esto es, a sujetos de derechos.
Para llegar a tener una
izquierda de la esfera pública es indispensable, antes que todo, además de una
crítica radical de todos los efectos negativos de la centralidad del mercado,
desarrollar una profunda conciencia pública, radicalmente democrática, un
espíritu de la centralidad de los bienes públicos, de las empresas públicas, de
los servicios públicos, del Estado como un instrumento en las manos de toda la
sociedad, antes que todo de los trabajadores y del pueblo. El Estado no es así
ni la solución por sí solo, ni el problema. Es un espacio de disputa entre la
esfera mercantil y la esfera pública. Cabe a la izquierda del siglo XXI ser una
izquierda de la esfera pública, – que es la forma actual de ser
anticapitalista- para la construcción de sociedades profundamente democráticas
y de un mundo apropiado por sus pueblos a partir de esos Estados nacionales
democratizados y centrados en la esfera pública.
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