Resulta sin sentido hacer la diferenciación
entre izquierda democrática y revolucionaria. Hoy estar en la izquierda es ser
antineoliberal y demócrata a ultranza. El proyecto transformador como dice
Enrique Dussel en sus “20 tesis sobre política”, ha borrado las fronteras entre
reforma y revolución.
Carlos Figueroa Ibarra / Especial para Con Nuestra América
Desde Puebla, México
Recién he terminado de leer dos libros
que me impactaron. El primero son las
memorias políticas del recordado Américo
Cifuentes Rivas, “Memorias de mi generación” (USAC-DGI, 2015). El segundo, el de Félix Loarca Guzmán,
“Asesinato de una esperanza” (USAC-CEUR, 2009), que resume una amplia
investigación documental y periodística. Ambos libros son fuentes importantes
para reconstruir la historia de una vertiente fundamental de la izquierda
guatemalteca. En los documentos que
leíamos los militantes revolucionarios en la segunda mitad del siglo XX,
aprendíamos que había dos izquierdas en el país: “la izquierda revolucionaria”
y “la izquierda democrática”. Bien
vistas las cosas, estas dos vertientes de la izquierda ya estaban presentes en
la coalición de partidos que se forjó en
la década revolucionaria y que terminó apoyando al Presidente Jacobo Arbenz
durante su gobierno.
El Partido de Acción Revolucionaria (PAR), el
Partido de la Revolución Guatemalteca (PRG) y el Partido de Integridad Nacional
(PIN), fueron parte diferenciada de la vertiente marxista representada en aquel
entonces por el Partido Guatemalteco del Trabajo (PGT). La restauración
oligárquica de 1954 destruyó a los tres primeros, mientras el PGT sobrevivió
convirtiéndose en la matriz de las organizaciones revolucionarias después
agrupadas en la URNG. La otra izquierda, se reconstruyó primero en el Partido
Revolucionario (PR) y después en la Unidad Revolucionaria Democrática (URD,
después FURD y FUR) y también en el Partido Socialista Democrático (PSD). A
diferencia de la izquierda revolucionaria que buscó destruir el orden
reaccionario instaurado en 1954 a través de la lucha armada y con un proyecto
encaminado al socialismo, la izquierda democrática buscó desmantelar ese orden
a través de la lucha pacífica y electoral y con un proyecto socialdemócrata.
Los libros mencionados reconstruyen los
avatares de esta izquierda que dio al más grande líder político de la segunda
mitad del siglo XX en Guatemala, Manuel Colom Argueta. También retratan a los
otros dos grandes líderes, Adolfo Mijangos López y Alberto Fuentes Mohr. Fue
esta izquierda democrática, que incluye a las bases democristianas y a algunos
de sus dirigentes, una fuerza heroica que se enfrentó electoralmente a una
dictadura militar y terrorista. Resulta estremecedor leer en los libros de
Américo Cifuentes y Félix Loarca, cómo Adolfo Mijangos López vaticinó su asesinato
después de ganar una diputación en 1970. O cómo en su última entrevista después
de la inscripción del FUR como partido, Colom Argueta expresó que sería
asesinado. Finalmente, advertir cómo la dictadura le dio registro al PSD
mientras tenía ya montado el operativo que asesinó a Fuentes Mohr.
El mundo ha dado muchas vueltas después de la
muerte de estos tres grandes dirigentes. Resulta sin sentido hacer la
diferenciación entre izquierda democrática y revolucionaria. Hoy estar en la
izquierda es ser antineoliberal y demócrata a ultranza. El proyecto
transformador como dice Enrique Dussel en sus “20 tesis sobre política”, ha
borrado las fronteras entre reforma y revolución. En América Latina podemos ver
revoluciones que hacen reformas y reformas que hiladas son procesos
revolucionarios.
El socialdemócrata consecuente hoy tiene
voluntad posneoliberal. Y el socialista
revolucionario realista, también.
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