Un
triunfo de AMLO en México será una bocanada de aire fresco en el ambiente
viciado del cuarto oscuro en el que se ha ido transformando América Latina en
los últimos años. Para Centroamérica será fundamental. Ya sabemos que nuestras
pequeñas clases dominantes, timoratas y mediocres, son proclives a inclinarse
hacia donde sopla el viento.
Rafael Cuevas Molina/Presidente
AUNA-Costa Rica
Andrés Manuel López Obrador |
Para
Centroamérica, México es el hermano mayor, el lugar donde se amplifica nuestra
identidad mesoamericana, donde muchos de nosotros hemos recalado cuando la
violencia política nos cercaba, o donde algunas de las más altas lumbreras de
nuestra cultura han encontrado amparo y la resonancia debida a su talento.
La
imagen del México tomado por la violencia, plagado de fosas comunes, de
decapitados, de cuerpos colgando como monigotes de las barandas de los puentes
nos asusta y preocupa, así como nos parece extraña esa subordinación lacayuna
que exhibe frente a su coloso vecino del norte, el mismo frente al cual
supieron tener en el pasado tantas posturas dignas.
El
sistema político mexicano viene sufriendo un proceso de descomposición desde
hace por lo menos 30 años. Sus síntomas se hicieron evidentes cuando, en el
2000, el PAN desbancó al PRI llevando a la presidencia a Vicente Fox,
terminando así con un reinado de longevidad sin par en América Latina, con toda
una manera de hacer política que caracterizó a México a lo largo de casi todo
el siglo XX.
El
PRI pasó por muchas etapas, pruebas y procesos a lo largo de su dilatada
historia, pero no soportó las consecuencias de las reformas neoliberales que
impulsó a partir de la década de los ochenta acorde con el Consenso de
Washington. Esa fue su debacle, el desnorteamiento último que llevó a que los
mexicanos iniciaran una búsqueda de “otra cosa”; una búsqueda un poco a
tientas, de prueba y error, de algo que no fuera ese PRI desprestigiado que se
traicionaba a sí mismo y arrastraba consigo a todos.
La
respuesta fue darle un chance al PAN, ese partido sombra omnipresente que
estuvo siempre ahí, con sus políticos acartonados con olor a naftalina, especie
de beatas al servicio de los grandes capitales.
Fue
salir de las brasas para caer en el fuego. “Cualquier cosa menos el PRI” decían
en aquel entonces, pero esa “cualquier cosa” resultó un remedio peor que la
enfermedad. Durante ese período, México escaló a las primeras posiciones del
ranking mundial de violencia, de corrupción, de desmantelamiento de su
patrimonio nacional, de aumento de la desigualdad. El tratado de libre comercio
que firmó con Canadá y los Estados Unidos acrecentó la pobreza, y ahora las
caravanas de los que se van es interminable.
En el
transcurso surgieron chispazos de esperanza de un cambio. El primero, el PRD,
que desafortunadamente resbaló y se deslizó hacia una esquina en la que entró
en el aro de los partidos tradicionales, fagocitado por ese sistema en
descomposición frente al que originalmente se había erigido como alternativa. Y
luego apareció desgajado de su seno MORENA.
MORENA
surge en el momento de avance del progresismo latinoamericano, cuando ya las
estrategias de la derecha de la región tenían clara la vía que utilizarían para
enfrentarse a cualquier proceso político progresista en cualquier país
latinoamericano: levantar el fantasma del chavismo, del que previamente habían construido
una imagen nefasta a través del aparato mediático transnacional, demonizándolo.
Aún
así, Andrés Manuel López Obrador ganó y le robaron las elecciones. Un aparato
bien aceitado de fraude, pulido a través de todo el siglo XX, se puso en
funcionamiento. Pero la descomposición, que primero llevó a sacar del poder al
PRI sustituyéndolo con el PAN, no se detuvo. Este último período presidencial
ha rebalsado la copa de la estulticia y la ineptitud. Con el país vendido al
mejor postor; con un TLCAN en crisis; con una ola de migrantes que no para; con
asesinatos de periodistas y estudiantes sin precedentes; con la corrupción de
la clase política al tope, los mexicanos no pueden seguir viendo hacia el lado
en donde les aguardan los mismos de siempre haciendo lo mismo de siempre.
Por eso,
llegó la hora de AMLO. No la tendrá nada fácil. Frente a sí se yergue una fiera
herida que se sabe todas las triquiñuelas habidas y por haber para hacerle la
vida imposible. Además, tiene como vecino en el norte a ese señor impresentable
que han elegido los estadounidenses para ver si logran revertir su declive de
gran potencia.
Un
triunfo de AMLO en México será una bocanada de aire fresco en el ambiente
viciado del cuarto oscuro en el que se ha ido transformando América Latina en
los últimos años. Para Centroamérica será fundamental. Ya sabemos que nuestras
pequeñas clases dominantes, timoratas y mediocres, son proclives a inclinarse
hacia donde sopla el viento.
¡Fuerza,
México!
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