Tlatelolco ha sido y es uno de los ejemplos
más grandes de la lucha que debemos desarrollar, para recuperar la memoria y no
perderla nunca más. Para realizar la tan urgente transformación de raíz que
nuestro país necesita, y dejar para siempre la injusticia y la desigualdad que
sustentan a la falsa democracia en que vivimos.
Cristóbal León Campos / Especial para Con Nuestra América
Desde Mérida, Yucatán.
México.
El año de 1968 es uno de los más importantes
en la historia contemporánea. La lucha popular que emerge de su seno comienza
meses antes en países como Francia y Checoslovaquia, cuando se expresó la
trascendencia de sus demandas universales. Estos países registraron
movilizaciones que denunciaron, combatieron y pretendieron transformar sus
respectivas realidades sociales desde las bases en que estas se sustentaban. Los
movimientos sociales surgidos combatieron la burocratización parasitaria, la
demagogia, la desigualdad, el autoritarismo imperante y la falta de democracia.
Particularmente, en el caso de Checoslovaquia, el pueblo se enfrentó además a
las incongruencias en el “Bloque Socialista”, que en el discurso enarbolaba la
consigna, pero en la práctica estaba lejos del verdadero socialismo, y por
tanto, al final de cuentas no lo representa, no en el sentido original del
proyecto emancipador, a pesar de que aún hoy las burguesías capitalistas
afirmen que sí, con el claro fin de desprestigiar el proyecto emancipador.
Se vivió lo que México viviría desde el mes
de julio, cuando la juventud comenzó a luchar por la construcción de un mejor
país. Desde entonces conforme avanzaban las semanas más y más estudiantes se
sumaban a la lucha, más y más trabajadores y campesinos caminaban al lado de
los jóvenes, conscientes de la necesidad de trasformar las raíces de nuestra
patria.
La consciencia fue extendiéndose entre cada una
de las clases y los sectores que componen el México de abajo, la consciencia
fue construyéndose paso a paso como una unidad indisoluble, indestructible;
pues está basada en las necesidades populares, en las contradicciones del
capitalismo, en la conciencia social de la transformación. Ante esta unidad
popular, ante esta dignidad extendida, tal y como lo demuestra la historia, el
gobierno autoritario y déspota tuvo como respuesta el lenguaje de las balas, de
las tanquetas, del gas lacrimógeno, de la represión y de la muerte.
La masacre del 2 de octubre de 1968 está
registrada como la muestra real de un régimen hoy caduco y en extensión. Al día
siguiente, no hubo grandes encabezados en la prensa, no hubo imágenes en la
televisión, no hubo noticias en la radio, son en realidad muy pocos –pero muy
honrosos- los ejemplos de medios de comunicación que mencionaron algo, aunque
sea muy poco, la revista Por qué? fue
el único medio que apoyo la lucha desde el principio hasta el final. Parecía
que no había pasado nada, al menos eso pretendían, eso aún pretenden. Era el
silencio de lo que se dice correcto, de lo que se dice necesario, era una
inyección letal de la desmemoria, de la exclusión de los almanaques y libros de
historia pagados por los burgueses, por los asesinos explotadores.
II
La resistencia contra las formas opresivas que
se ejercen por una clase sobre otra a lo largo de la evolución histórica de las
sociedades humanas, ha presentado las más variadas formas que van desde
expresiones individuales de repudio hasta formas colectivas y masivas de
protesta y movilización social, como son los motines y las rebeliones, o los
movimientos sociales y revolucionarios de las clases oprimidas encaminados a la
construcción de una nueva sociedad. Tal y como afirmaran Carlos Marx y Federico
Engels en el Manifiesto del Partido
Comunista, “toda la historia de la sociedad humana, hasta la actualidad, es
una historia de luchas de clases”.
Sobre la diversidad y pluralidad de
manifestaciones de resistencia se han escrito innumerables ensayos y libros con
el objetivo de explicar su naturaleza, y comprender su importancia histórica,
entre ellos, destaca el análisis sobre este amalgama de rebeldía humana,
realizado por el sociólogo norteamericano Immanuel Wallerstein, en varias obras
como Historia y Dilemas de los
movimientos antisistémicos, en la que realiza un minucioso estudio de los
rasgos originales y características que presentan en la actualidad los nuevos
movimientos sociales surgidos a partir de lo que denomina como la Revolución
Cultural Mundial de 1968.
Wallerstein acuño el término “movimiento
antisistémico” en la década de 1970 con el objetivo de plantear una forma de
expresión que incluyera en un solo grupo aquellos movimientos sociales que
históricamente han sido de gran importancia, pero que han estado enfrentados en
la mayoría de las ocasiones por sus objetivos y proyectos alternativos a la
dominación burguesa o extranjera; los movimientos nacionalistas y los
socialistas. Ambos movimientos al llegar al poder –a decir del autor-
combinaron factores como la burocratización, la excesiva verticalidad, el
desapego en la realidad de sus planteamientos discursivos.
Esta combinación de factores es para Wallerstein
el principal detonante de la importancia que tiene hasta ahora la revolución
cultural del 68 a lo largo del mundo. Sus demandas universales contra la
hegemonía de los Estados Unidos en la tierra, contra la burocratización de la
Unión Soviética y la llamada “vieja izquierda” al acusarla “por no ser
solución, sino parte del problema”, dieron lugar a la ruptura cada vez más
definitiva con las viejas formas de pensar y organizar la resistencia, dando
paso al surgimiento de nuevos movimientos y de nuevos actores sociales. Los
ecologistas, las feministas, las luchas de las “minorías” étnicas y raciales
como la de los negros en Estados Unidos, y la de los indígenas en Nuestra
América, el surgimiento de organizaciones defensoras de los derechos humanos,
junto a los movimientos antiglobalización, son los principales nuevos
“movimientos antisistémicos”, que en su mayoría han sido aglutinados en el Foro
Social Mundial.
Para Wallerstein el año de 1968 es una ruptura
clara de larga duración de muchas estructuras culturales, económicas, sociales
y políticas del capitalismo, al igual que de la estructuración y configuración
de los movimientos antisistémicos de todo el planeta, pues los movimientos
surgidos después del 68 tienen un carácter en definitiva muy distinto al de los
pre-68. La particular naturaleza y las relaciones que tienen entre sí los
distintos nuevos movimientos, se explican en gran parte por haberse desplegado
en esta etapa que Wallerstein denomina “caos sistémico”, es decir, la etapa
final del sistema capitalista. La trascendencia de los nuevos movimientos se refleja
en sus formas de organización interna y de relación con otros movimientos,
alejados lo más posible de la solemnidad y las jerarquías, cargados de una
mayor tolerancia y pluralidad, pero sobre todo con una posición antidogmática.
América Latina es el rincón de muchos de estos
movimientos sociales; los zapatistas mexicanos, los Sin Tierra de Brasil, los
indígenas de Bolivia y Ecuador que incluso han derrocado gobernantes, y los
movimientos de masas que han conseguido en base a la lucha cambios importantes
en la políticas de sus respectivos países. Uno de los movimientos
latinoamericanos que en particular ha llamado la atención de Wallerstein es el
zapatista. Debido a que su impacto en todo el planeta ha logrado conformar una
red mundial de solidaridad y su influencia en diversos movimientos del
continente demuestra su importancia y trascendencia para la conformación de las
alternativas al capitalismo.
III
Nuestra historia nacional está plagada de
grandes acontecimientos, de nombres que hacen rebozar los almanaques históricos
con natalicios y efemérides útiles a la demagogia del Poder. Esta historia
oficial nos es enseñada en las aulas (de todos los niveles educativos) mediante
los programas educativos del momento, y se difunde a través de los medios de
comunicación masiva (sea televisión, prensa radio, internet, etc.) con el
objetivo de formarnos un pensamiento homogéneo, igual, acorde a lo bien visto
por el poder, y eliminar así toda diferencia para asegurar la continuación del
control establecido por la clase gobernante.
Sin embargo y muy al contrario de lo que se
nos enseña, existen también acontecimientos y nombres ocultos por los discursos
oficiales, excluidos de los almanaques históricos y los libros de texto,
arrojados al olvido de la desmemoria. Esta es la historia real de nuestra
nación que tiene innumerables páginas arrancadas, borradas o jamás impresas.
Una de las más trascendentes fue escrita en
el año de 1968, cuando miles de estudiantes de diversas universidades,
preparatorias y hasta secundarias, junto con obreros y campesinos que los
apoyaban, hicieron oír su voz al resto de la población del país y gran parte
del mundo. Cuando exigieron respeto a la autonomía de las instituciones
educativas, reformas sustanciales en los planes de estudio, mejoras a las
instalaciones educativas, mayores recursos destinados por los gobiernos para la
instrucción pública. Los
análisis de Immanuel Wallerstein deben ser tomados en cuenta y ser sometidos a
debate para extraer y utilizar sus valiosas aportaciones para la construcción
del proyecto emancipatorio, pues a pesar de que la dictadura del capital está
en crisis, ello no garantiza su desaparición. Esta sólo puede hacerse a través
de la praxis colectiva de los oprimidos. La voz que se escucho por vez primera en la capital y
se extendió por varias de las ciudades más importantes del país, se convirtió
rápidamente en un grito popular por la democracia, por la libertad plena, por
la igualdad entre hombres y mujeres, convirtiéndose así en un reclamo de todos y
para el bienestar de todos.
Ante la pretendida desmemoria, frente a esa
exclusión oficial, está la consciencia popular que de voz en voz, de persona a
persona transmite la verdad, recuerda a los caídos y mantiene con vigencia la
exigencia de justicia. Esa misma exigencia que conduce año con año a los
familiares que siguen esperando reunirse con sus desaparecidos, que conduce a
los amigos que nunca podrán volver a reunirse, que conduce a las madres que
perdieron a sus hijos, que guía todos los pasos que retumban en lo más profundo
del corazón de nuestra patria cada 2 de octubre, cuando todas las calles de
México reciben a los manifestantes que juntos gritan ¡DOS DE OCTUBRE NO SE
OLVIDA!
El desenlace de Tlatelolco no fue “un hecho
aislado” como se pretendió hacer creer a todos y como quedo demostrado cuando
el 10 de junio de 1971 fueron golpeados y asesinados estudiantes universitarios
en la ciudad de México a manos de los Halcones (paramilitares y parapolicías)
en conjunto de policías y militares al servicio del estado. Tal y como ha
sucedido en Acteal, Aguas Blancas, Atenco, Oaxaca y Ayotzinapa por mencionar
solo algunos ejemplos.
Esto demostró el común denominador de la
reacción del poder ante cualquier tipo de conflicto social ocasionado por él
mismo, justo como en nuestros días lo demuestra el uniforme verde olivo con que
se pasea el residente principal de los pinos. El signo de la violencia
gubernamental quedó grabado hasta en el más recóndito lugar de la plaza de las
Tres culturas. La naturaleza del poder capitalista quedo en evidencia, dibujada
con todos sus matices, inocultables para todo aquel que la quiera ver.
A pesar de todos los intentos por ocultar la
verdad, por sepultarla en el olvido, por negar lo acontecido en la Matanza de
Tlatelolco, la memoria histórica del pueblo mexicano persiste y se reproduce,
para que las nuevas generaciones podamos conocer la verdad, para que aún hoy a
más de cuarenta años mantengamos viva y comprendamos la necesidad de exigir
justicia, de reconocer el valor de todo aquel que levanta la voz para exigir
justicia e igualdad. Porque Tlatelolco no es una fecha, no es una efeméride
para recordar chorreando demagogia y cinismo. Tlatelolco ha sido y es uno de
los ejemplos más grandes de la lucha que debemos desarrollar, para recuperar la
memoria y no perderla nunca más. Para realizar la tan urgente transformación de
raíz que nuestro país necesita, y dejar para siempre la injusticia y la
desigualdad que sustentan a la falsa democracia en que vivimos.
Integrante del Colectivo
Disyuntivas
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