Tal vez sea así desde
siempre, en todas sus versiones, pero aquí me referiré, a grandes trazos, a
algo muy cercano a nosotros: la historia de América Latina, además sólo a su
fracción más próxima, la contemporánea, la que corre en nuestros días.
Víctor Flores Olea / LA JORNADA
Tras el triunfo de la
revolución cubana, es normal que tanto el imperio como los países continentales
se pertrecharan en su mayoría para evitar tales extremismos: a pesar de todo,
surgió entonces una catarata de golpes de Estado que salvó al continente de los
regímenes de izquierda, pero que lo hicieron naufragar en los mucho más
siniestros del fascismo y de las dictaduras militares que asolaron al continente
durante al menos cuatro décadas, con un enorme costo en vidas de mucha de
nuestra mejor gente. En términos generales podría decirse que esa amenaza quedó
atrás, excepto el impulso que la extrema derecha ha recibido del presidente del
imperio, Donald Trump; no será pues un tiempo fácil para America Latina salvo
que hoy la globalización pueda contribuir a frenar los radicalismos de la
derecha, lo cual está por comprobarse.
Por ahora, los
regímenes latinoamericanos parecen situarse entre Andrés Manuel López Obrador y
Jair Bolsonaro, es decir, entre una izquierda con tradición y que exhibe la
fuerza que le proporcionó una votación de 53 por ciento del padrón electoral de
México y una figura política que bien podría ganar en la segunda vuelta de las
elecciones en Brasil, pero que se ha exhibido ya en las fases preliminares como
un extremo radical de la extrema derecha, sin que le falten las exclamaciones
de admiración por el presidente del imperio y los símbolos del fascismo
europeo, inclusive la cruz gamada del hitlerismo.
Tal vez ninguno de los
regímenes de la derecha que tomaron el poder recientemente en varios países
continentales (Chile, Colombia, Brasil, Argentina, Panamá, Honduras, Guatemala,
Perú y Dominicana) se asemeja a las dictaduras militares de la segunda mitad
del siglo XX. Pero el imperio cuenta con ellos como un ejército de reserva si
es que el péndulo de la historia se tornara a la izquierda en los próximos
tiempos. Con toda la fuerza que pueda tener el movimiento Morena de López Obrador,
y su carácter ejemplar, no es fácil que el fenómeno se repita en otros países
del continente, y mucho menos, que se constituya en guía si toma un camino de
franco izquierdismo. El tiempo no parece ser el de los caminos extremos; sin
embargo, debe reconocerse que México tiene el peso específico para ser un
ejemplo real.
De ninguna manera
creemos que México pueda ser fácilmente objeto de un golpe de Estado. En
principio muchas razones objetivas militarían contra esa posibilidad, sin
olvidarnos de que hace 100 años el país no ha tropezado con un obstáculo de tal
naturaleza, que en principio sería inaceptable para tirios y troyanos. Eso no
significa una imposibilidad radical. La defensa de los intereses de clase y su
sobrevivencia pueden hacer de la excepción una regla y abrir las compuertas que
nos sumirían en un desastre mayor. Otro argumento también válido en México en
contra de la posibilidad de un golpe de Estado sería el de la vecindad con
Estados Unidos que no aceptaría un desorden mayor en un país al lado suyo. En
el caso de Estados Unidos habría que pensar incluso en sus tradiciones
democráticas que se opondrían también tajantemente a una conflagración con
indudables repercusiones en su interior. Al menos deseamos pensar en lo dicho.
Lo que sí podemos
adelantar es el hecho de un vuelco generalizado hacia la derecha en América
Latina, haciendo mucho más difícil para el gobierno de AMLO una refundación o
simple refuerzo de nuestros lazos con la mayoría latinoamericana. En principio
no será fácil para México navegar en aguas internacionales, cuando menos en las
más próximas a nosotros. Por supuesto, queda siempre un ancho mundo para
relacionarnos y otorgarle a México un lugar de distinción en lo internacional.
Pensamos siempre en una diversificación efectiva de México en sus vínculos
internacionales, ampliando nuestros intercambios con Europa, desde luego con
los asiáticos e incluso, en un tiempo mayor, con los africanos. Este proyecto
no es utópico a condición de comenzar ya con ese esfuerzo de diversificación
cuyo primer paso seria el de ir rompiendo con la exclusividad norteamericana,
lo cual es un reto mayor.
Este proyecto de
diversificación política y comercial, a largo plazo, es sin duda uno de los
desafíos mayores a que se enfrentará México bajo la presidencia de López
Obrador, para la Secretaría de Relaciones Exteriores de su gobierno y, en
conjunto, para su administración.
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