Los
avatares del proceso político brasileño y en particular de la izquierda
progresista han confirmado que los
desenvolvimientos políticos no son
lineales sino abigarrados y sujetos a involuciones. Eso es lo que hemos estado observando en América Latina.
Carlos Figueroa Ibarra / Especial
para Con Nuestra América
Desde Ciudad
de México
El domingo 7 de octubre
de 2018 se celebraron las elecciones presidenciales en Brasil. Los
resultados no son halagadores para la izquierda que encabeza Luiz Inácio Lula Da
Silva. No ha sido la derecha neoliberal, artífice del golpe de estado contra
Dilma Rousseff y del encarcelamiento de Lula, la que capitalizó la conjura
reaccionaria que logró ambos deplorables hechos. Fue la ultraderecha
representada por Jair Bolsonaro del Partido Social Liberal quien resultó el principal beneficiado de la
defenestración de Rousseff y Lula da Silva.
Bolsonaro se impuso en el proceso del domingo pasado con 46% de los
votos contra el 29% de Fernando Haddad, el
candidato apoyado por Lula desde
la prisión. Las encuestas indicaban que partiendo desde abajo, Haddad empezó a
subir sus intenciones de voto hasta hacer que algunos analistas vieran con
precipitado optimismo que estaba en empate técnico con el candidato
ultraderechista. En realidad, los números de las encuestas indican que Haddad se estancó en septiembre con un
21-22% mientras que Bolsonaro subía de
23-24 a aproximadamente 35%. Los resultados electorales son entonces un revés porque ese 35% se
convirtió en un 46%. Encima de ello, hay que asimilar que la expresidenta
Rousseff perdió en Minas Gerais, su
lucha por un escaño en el Senado al quedar en una cuarta posición frente a los
otros candidatos.
En Brasil lo acontecido
refrenda el viejo refrán de “nadie sabe para quién trabaja”. EL PSDB cuyo líder
es el expresidente Fernando Henrique Cardoso –activo impulsor del golpe y la
injusta prisión de Lula- obtuvo apenas
un 4.8% de los votos y el MDB (otro de los conjurados a través de la traición
de Michel Temer) ha quedado relegado a la marginalidad. Lo novedoso es el auge
de Bolsonaro, un candidato que ha defendido a la dictadura militar, ha justificado la tortura y que ha expresado
posturas misóginas, machistas y homofóbicas. El triunfo de la derecha
en las elecciones del 7 de octubre, augura que las previsiones que
esperaban un empate técnico para la segunda vuelta entre el ganador y Haddad,
quedan en entredicho. El candidato del PT tendrá que convencer al
centro-izquierdista Ciro Gomes del Partido Demócrata Laborista (PDT) (12.5%) y
al centro-derechista Geraldo Alckim del Partido Social Demócrata Brasileño
(PSDB) (4.8%) para lograr en teoría una suma de votos de poco más de 45% de los
votos. Pero es sabido que ese traslado de votos de un candidato a otro no es
automático ni simple.
Los avatares del
proceso político brasileño y en particular de la izquierda progresista han confirmado que los desenvolvimientos
políticos no son lineales sino
abigarrados y sujetos a involuciones. Eso es lo que hemos estado observando en América Latina.
Después de advertirse un avance de “la marea rosa” en la primera década del
siglo XXI, hoy percibimos en América latina un auge derechista que deja a
Bolivia y a Venezuela, aún más en un
contexto desfavorable que no tenía hasta
hace poco. Y en medio de todo, a contracorriente, en México observamos un
triunfo avasallador. No hay nada escrito
ni dada definitivo.
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