El escenario regional ha mutado
mucho en estos años, y esto tiene sus secuelas en el comportamiento de
integración en el mundo. Se está sustituyendo progresivamente la fórmula de
asociarse en bloque por la de la vía individual, aplicando un criterio darwinista
para sobrevivir en un clima global adverso.
Alfredo
Serrano Mansilla / CELAG
El nuevo presidente de
Colombia, Iván Duque, ha manifestado que no está dispuesto a seguir acudiendo a
las rondas de negociaciones de la Alianza del Pacífico. Por su parte, Argentina
ha solicitado la anulación de la decisión 32/00 del Mercosur que prohíbe a sus
países miembros firmar nuevos acuerdos comerciales por sí solos. Si gana
Bolsonaro, seguramente Brasil tomará el mismo camino: salirse de Mercosur. Y
otro caso parecido es el de Ecuador, que ha abandonado hace muy poco el ALBA.
No son situaciones aisladas. Se trata de un fenómeno cada vez más robusto que
está teniendo lugar en Latinoamérica en esta nueva época. Cada quien abandona
la vía de integrarse a través de un bloque y, por el contrario, transita hacia
una nueva forma de relacionarse con el mundo: una suerte de “sálvese quien
pueda”, de modo individual.
Ha pasado una década
desde que el mundo tambalease luego del crash financiero del 2008. Desde
entonces, muchas cosas han cambiado en clave geoeconómica. Se ha transformado
el mundo financiero en todas sus dimensiones, reconcentrándose la banca, y los
grandes se comieron a los chicos. Además, estamos viviendo un proceso de exceso
de liquidez global debido a que Estados Unidos y la Unión Europea llevaron a
cabo la “gran emisión monetaria” en estos años. En consecuencia, para darle
salida a esa nueva masa monetaria, el endeudamiento global crece. El mundo está
un 12% más endeudado que hace una década.
Al mismo tiempo, en el
plano de la economía real, la productividad sigue en descenso y el comercio
crece a tasas muy bajas. Estamos ante un prolongado proceso de contracción en
el que la tasa de crecimiento no logra alcanzar los niveles precrisis. Y las
predicciones no son mucho mejores: el último informe de la OCDE (The long view:
scenarios for the world economy to 2060) considera que la tasa de crecimiento
del PIB real estará cercana al 2% para el año 2060.
Esta metamorfosis
también se nota en el reordenamiento de los países en cuanto a su importancia
económica. Los llamados emergentes, de hecho, ya emergidos, cobran cada día más
protagonismo. Tanto es así que el citado informe de la OCDE pronostica que el
centro de gravedad de la economía mundial se seguirá desplazando de
Norteamérica y Europa hacia el continente asiático. China, India e Indonesia
serán clave en este movimiento, así como Rusia, Turquía, Sudáfrica y Corea del
Sur.
Nada es como antes: ni
el resultado del Brexit, ni la llegada de Trump a la Presidencia; tampoco todo
lo ocurrido en Latinoamérica. Ha habido importantes cambios de gobierno que
representan giros políticos y geopolíticos. El escenario regional ha mutado
mucho en estos años, y esto tiene sus secuelas en el comportamiento de
integración en el mundo. Se está sustituyendo progresivamente la fórmula de
asociarse en bloque por la de la vía individual, aplicando un criterio darwinista
para sobrevivir en un clima global adverso. Cada vez hay menos patrones comunes
en los bloques conformados para relacionarse hacia afuera. Cada quien “se lo
guisa y se lo come”: se busca lograr acuerdos comerciales con el país que lo
permite, intentando aprovechar algunas ventajas comparativas, obtener
inversiones productivas -dadas las potencialidades nacionales y el interés
externo- y conseguir financiación como buenamente se pueda.
Estamos, por tanto,
ante un nuevo fenómeno de menor homogeneidad en la forma en que los miembros de
un bloque se relacionan con los países del exterior. Cada uno negocia por sí
solo, y lo que pareciera una ventaja en el corto plazo, a la postre puede ser
un gran inconveniente porque se pierde fuerza en la capacidad de negociación
con las grandes potencias.
Y es así como el marco
dominante de “necesidad en adversidad” está forzando a cambiar la lógica de
inserción, provocándose un reordenamiento geopolítico de gran magnitud en
Latinoamérica. Este viraje será determinante para los años venideros a la hora
de comprender con mayor claridad cómo la región se transforma al interior y en
su relación con el exterior.
Todo se resumen en esta
frase: la balcanización de Latinoamérica es un nuevo rasgo característico de la
actual geopolítica en disputa. Y eso se nota cada vez más en casi todos los
espacios de integración: Mercosur, Alianza del Pacífico, Unasur y ALBA.
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