Durante cincuenta años,
la consigna con la cual el movimiento
estudiantil mexicano se manifestó ha tenido como lema central de su identidad e historia el: “2
de octubre no se olvida”.
Adalberto Santana /
Especial para Con Nuestra América
Desde Ciudad de México
Hace cinco décadas en
la Plaza de la Tres Culturas de Tlatelolco (complejo urbano donde convergen las
ruinas prehispánicas del último lugar de la resistencia indígena contra la
guerra de la conquista española, donde también se erige el ex convento de
Santiago Tlatelolco y los entonces modernos edificios habitacionales de los años sesenta) aconteció a partir de
las 18:10 horas la matanza estudiantil y popular que ejerció el gobierno del
presidente mexicano Gustavo Díaz Ordaz (1964-1970).
Para ese entonces
alrededor de la Plaza también convergían dos escuelas del Instituto Politécnico
Nacional (IPN): la Prevocacional número 4 y la Vocacional número 7. En la
primera de ellas yo había estudiado en aquellos años de la segunda década de los
años sesenta. La Unidad Habitacional Nonoalco-Tlatelolco de hecho era un
bastión insurrecto. Por ello el gobierno mexicano había contemplado a diez días
de que se inauguraran los Juegos Olímpicos (primeros en un país subdesarrollado
y transmitidos por primera vez en la televisión a color), darle un golpe
definitivo a la rebelión estudiantil y juvenil. Las instalaciones del IPN en el
Casco de Santo Tomás donde se había ofrecido la mayor resistencia a los ataques
del ejército y de la policía estaban ocupadas por los militares Así, el
operativo contrainsurgente del gobierno, era acorralar a los diez mil estudiantes
en huelga reunidos con sus padres, niños, vecinos y simpatizantes del
movimiento en ese momento en la plaza. La estrategia paramilitar era tenderles
un cerco alrededor de todos ellos para que no tuvieran escapatoria. Apostados
en los techos de los edificios y en algunas viviendas los grupos paramilitares
(Batallón Olimpia, entre ellos identificados con guantes blancos, esperaban la
señal para iniciar la matanza). Pero también abundaban periodistas y fotógrafos
nacionales e internacionales, que estaban ahí para cubrir la Olimpiada. Así,
que resultaba imposible ocultar la masacre.
El movimiento
estudiantil a través de su Consejo Nacional de Huelga (CNH) tenía un pliego
petitorio de seis puntos. Entre ellos la libertad de todos los presos
políticos, fueran o no estudiantes (como el ex líder ferrocarrilero Demetrio
Vallejo y el líder del Partido Comunista Mexicano, Valentín Campa). Todo ello se pedía a través de un
diálogo público con el gobierno y el CNH. Esa mañana del 2 de octubre dos
emisarios presidenciales en casa del Rector de la UNAM, Javier Barros Sierra,
se habían reunido con los voceros de los
estudiantes en huelga. La propuesta gubernamental era continuar con las
pláticas en la Casa del Lago de la Universidad en el Bosque de Chapultepec. Sin
embargo, la trampa ya estaba concertada. Tal como le aconteció en 1919 a
Emiliano Zapata y en 1923 a Francisco
Villa cuando los acribillaron cuando
aceptaron las negociaciones con el gobierno.
A las 18:10 horas de
ese 2 de octubre que quiso ser un 2 de noviembre mexicano (día de muertos), de
uno de los dos helicópteros que sobrevolaban la Plaza de las Tres Culturas en
Tlatelolco, se arrojan dos luces de Bengala (una roja y una verde). Era la
señal de dar inicio a la matanza. Al mismo tiempo que provenientes de otros
puntos de la ciudad llegaban a los alrededores de Tlatelolco contingentes de
soldados que descendieron de sus transportes
a bayoneta calada y se enfilaron a la Plaza de las Tres Culturas.
En todo el entorno de
la Plaza se escuchaban los tiros y las balas cruzadoras surcaron el espacio. No
se me olvidan esos momentos, no me dio miedo a mis 16 años. Me dio coraje el
estar desarmado. Las balas provenían de todos lados. Yo me había ocultado cerca
de la Torre de la Cancillería entre la banqueta y un automóvil resguardándome
de las ráfagas provenientes de lo más alto del edificio Chihuahua. Entre otros
vi a un voluntario de la Cruz Roja que
se derrumbaba por los mismos disparos.
Como a las ocho de la
noche por el tableteo de la metralla, se ve el incendio en la parte alta del
edifico Chihuahua, más tarde comenzó la lluvia que más se parecían a las
lágrimas de las madres preocupadas por
sus hijos que no llegaban a sus casas. Los sonidos de las sirenas de la Cruz Roja
deambulaban por varios puntos de la ciudad anunciando la masacre.
En un primer momento el
gobierno del Partido Revolucionario Institucional (PRI) reconoció la muerte de
20 personas. Sin embargo, para 1993 la Comisión de la Verdad llegó a señalar
que en esos acontecimientos se dispararon 15 mil proyectiles y se estimaron en
más de 300 los fallecidos por la violencia gubernamental. A lo que se sumaron
más de 700 heridos y cinco mil estudiantes y opositores al gobierno detenidos.
Años más tarde el 10 de junio de 1971, los estudiantes quisimos volver a salir
a protestar y marchar por la ciudad de México. Sin embrago, volvió a repetirse
cerca de la Normal de Maestros en las calles de San Cosme, una nueva matanza
realizada por otro grupo paramilitar, los llamados Halcones. A lo largo de todo ese tiempo el movimiento estudiantil
mexicano sufrió distintas ofensivas
represivas por el gobierno priísta. La
más reciente matanza aconteció al concluir el 26 y en el filo de la madrugada
del 27 de septiembre de 2014, cuando las policías del estado de Guerrero y
grupos de sicarios al servicio del narcotráfico en complicidad con las
autoridades de Iguala ligadas al Partido de la Revolución Democrática (PRD), de
supuesta izquierda, asesinan a estudiantes y población civil. Así como
desaparecen a 43 alumnos de la Escuela Normal Rural de Ayotzinapan, que habían
recuperado transportes para trasladarse a la marcha del 2 de octubre de aquel fatídico
año de 2014.
De ahí que en 50 años
resulta para la memoria histórica del movimiento estudiantil y popular
mexicano, revalorar el impacto que tuvo aquel año en el imaginario político y
cultural del país pero también de América Latina y el mundo. Las protestas y
actos de rebeldía de los estudiantes y jóvenes partícipes no fueron exclusivos
de México. Tampoco es posible reducir los acontecimientos históricos de ese año
trascendental al “Mayo francés” o a la “Primavera de Praga”. En diferentes partes
del mundo y de manera particular en América Latina y el Caribe, se
experimentaron una serie de sucesos que agitaron políticamente a varios países
del orbe. No sólo se trataba de alcanzar libertades políticas y establecer
un nuevo orden democrático. El derrocamiento de
gobiernos, resistencia al imperialismo estadounidense y a dictaduras
militares, la búsqueda de alternativas vía pacífica o armada, la reivindicación
de derechos laborales, entre otros, fueron las motivaciones que causaron diversas
convulsiones políticas.
Los diversos
movimientos juveniles y estudiantiles tuvieron características
específicas y sus interacciones con grupos sociales, organizaciones
y partidos políticos jugaron un papel importante en el devenir histórico de sus
países. Todo ello en el contexto de la guerra fría, la influencia de la
Revolución Cubana y de las luchas en Vietnam, así como las manifestaciones de
la contracultura.
En el caso mexicano, durante el gobierno del presidente Díaz Ordaz, se
arribó a uno de los periodos más críticos desde la perspectiva política, ya que
se seguía manteniendo relativamente una gestión relativamente populista en lo
social. Entre 1965 y 1970 el reparto
agrario continuó beneficiando a 370 mil campesinos con más de 23 millones de hectáreas.
Sin embargo, se señaló que muchos de esos repartos agrarios fueron más
simbólicos que reales, o bien, se repartieron tierras de baja calidad. La Agencia Central de Inteligencia colaboraba
y asesoraba en las decisiones del presidente.
El desarrollo del movimiento estudiantil y popular abarcó propiamente
un periodo que inició el 26 de julio con dos marchas estudiantiles, una
encabezada por estudiantes del Instituto Politécnico Nacional y la otra
por agrupaciones de estudiantiles, de
jóvenes y políticas en solidaridad con la Revolución Cubana. La culminación de
ese movimiento finalmente concluyó dos meses después de la matanza de
estudiantes el 2 de octubre, en diciembre cuando se ordenó el levantamiento de la
huelga estudiantil al desaparecer el Consejo Nacional de Huelga. Es también una
etapa que se vive en medio de un clima ferozmente anticomunista, propio de la
época de la guerra fría. Tal ambiente quedó plasmado de manera gráfica en la
prensa escrita y en otros medios de comunicación como la radio y la televisión
donde figuraban una serie de expresiones que retrataban fielmente el discurso oficial
prevaleciente en esos momentos. Tal como el que se describe en la sección editorial
de uno de los diarios más aduladores al gobierno mexicano, ahí se señalaba, acusaba
y denostaba lo acontecido durante los enfrentamientos entre los estudiantes y
la policía ocurridos en el centro de la ciudad de México aquel 26 de julio de
1968.
El viernes último vivió nuestra metrópoli unas horas de
escándalo y vandalismo en las más céntricas avenidas de la urbe. A la sombra de una manifestación estudiantil
se produjo otra, de comunizantes y profesionales del desorden, que se dedicaron
al asalto de autobuses, apedrear y robar establecimientos comerciales, injuriar
y agredir a los transeúntes y provocar la represión de las fuerzas
policiacas. El resultado del zafarrancho
fue de numerosos heridos, dos camiones convertidos en piras, aparadores
destruidos e incalculables daños y prejuicios para el vecindario.
Desde luego hay que señalar y destacar que en la acción
depredatoria de los manifestantes, hubo grupos de escolares azuzados por
agitadores de etiqueta roja; pero que principalmente el desorden fue provocado
por extranjeros de filiación comunista, en su mayor parte huéspedes ilegales de
nuestro país y sobre quienes debe recaer con mayor rigor el castigo por las
fechorías realizadas. Aparte sus
pasaportes, unos auténticos y otros falsos, los motineros se identificaron
plenamente como peones de ajedrez del marxismo-leninismo por sus arengas, sus
excitativas de destrucción y los cartelones en que hacían profesión de fe a
favor del Che Guevara, Fidel Castro, Mao y demás apóstoles del odio y la
anarquía (El Sol de México, 29/07/68,
p. 67).
Medio
siglo después, el régimen priísta por fin parece que va a derrumbarse. El primero de julio de 2018,
la alianza del Partido del Trabajo (PT) , Movimiento de Regeneración Nacional
(MRN) y Partido Encuentro Social (PES) llevando como candidato a la presidencia
a Andrés Manuel López Obrador (AMLO) ganan en contundente victoria electoral a
la derecha mexicana.
El
sábado 29 de septiembre en Tlatelolco, AMLO, ante miles de personas afirmó:
“somos una generación que creció con el dolor del 2 de octubre de 1968, pero
también con el impulso de aquellos jóvenes de luchar por un país mejor”. Agregando: “Nunca más se utilizará al
Ejército para reprimir al pueblo “. El próximo primero de diciembre de 2018,
asumirá Andrés Manuel la presidencia de la República Mexicana. Pero en la
conciencia y en la memoria de los jóvenes de ahora y mañana, habrá que
fundir firmemente que el 2 de octubre no
se olvida.
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