En Venezuela existen
dos problemas que se superponen. De un lado, los internos, de carácter
económico, político y social, así como la lucha por el poder entre el sector
gubernamental y el opositor. Al mismo tiempo, hay un conflicto internacional,
porque Caracas se ha separado del dispositivo geopolítico occidental al que
tradicionalmente pertenecía, lo que es causa de fuertes tensiones.
Leopoldo Puchi / El Universal
Hasta hace pocos días,
el embajador de la República de Francia en Venezuela, Romain Nadal, ofrecía la
mediación de su país a favor de la negociación y la paz en Venezuela. Por su
tradicional comprensión de los procesos políticos latinoamericanos, Paris
hubiera podido jugar un rol importante en una iniciativa de diálogo. Pero de
repente, como un baño de agua fría, un comunicado del Eliseo le da respaldo a
la demanda ante la Corte Penal Internacional contra el gobierno venezolano y le
pone así fin a la expectativa creada.
Estos vaivenes, marchas
y contramarchas, pudieran evidenciar una cierta inconsistencia de la política
exterior francesa o tal vez reflejar los errores de juicio en los que, según la
prensa gala, cae con frecuencia el presidente Emmanuel Macron, como ocurrió con
el “affaire Benalla”. En todo caso, sean ciertas o no esas observaciones, el
hecho de presentar a Francia un día como mediadora y al otro como parte
contrincante en una pugna no puede considerarse sino como una muestra de
incoherencia o de una ligereza impropia del gobierno de un país con tanto peso
en el ámbito internacional.
Claro está que
cualquiera puede expresar desacuerdos con las políticas de otro país. Y en
relación al gobierno venezolano son numerosas las críticas de las que
efectivamente puede ser objeto, bien sea por su mal desempeño económico, por
las severas dificultades sociales en materia de salud y de alimentación o por
el debilitamiento institucional. Pero cualquiera también sabe que son
numerosísimos los países a los que se les pueden hacer cuestionamientos
semejantes o más graves. Y también se sabe que la CPI no fue creada con el
propósito de juzgar modelos económicos o sociales ni la ineficiencia de los gobiernos.
Desde hace tiempo se
utiliza en Venezuela la expresión de “terrorismo judicial” para hacer
referencia al procedimiento perverso que se utiliza cuando un litigio
correspondiente al ámbito mercantil o civil es llevado por una de las partes a
una instancia penal con el fin de presionar o chantajear a la otra parte para
que acceda a compromisos o desista de sus posiciones.
En Venezuela existen
dos problemas que se superponen. De un lado, los internos, de carácter
económico, político y social, así como la lucha por el poder entre el sector
gubernamental y el opositor. Al mismo tiempo, hay un conflicto internacional,
porque Caracas se ha separado del dispositivo geopolítico occidental al que
tradicionalmente pertenecía, lo que es causa de fuertes tensiones.
La demanda ante la CPI
corresponde a la noción señalada de “terrorismo judicial”, en la medida en que
una confrontación de carácter geopolítico entre Estados se le intenta llevar a
una instancia penal para presionar en función de los intereses de una de las
partes. Ahora bien, al apelarse a este instrumento, lo que se hace es obstruir
el mecanismo del diálogo y la negociación, que serían los apropiados para
dirimir tanto el conflicto internacional como el interno. Las ligerezas suelen
causar daños inesperados.
No hay comentarios:
Publicar un comentario