Ahora, a menos de tres
semanas de la segunda vuelta ¿cuál es la situación del país? La de una
inminente confrontación decisoria entre el núcleo de la derecha fascista, a la
cabeza de todas las derechas, contra la pluralidad de los sectores democráticos
y progresistas del Brasil, representados por el candidato del PT.
Nils Castro / Especial para Con
Nuestra América
Desde
Ciudad Panamá
No hace falta repetir
que Jair Messias Bolsonaro es apologista de la dictadura, ultra neoliberal y
fascista, ni que, tras su prematuro retiro como capitán, por 25 años fue apenas
un diputado mediocre. Eso lo sabíamos, y la cuestión de fondo ya es otra: la de por qué en la primera vuelta los electores brasileños le regalaron
casi 50 millones de votos y lo tuvieron a menos de 4 décimas de ser electo.
Hasta le posibilitaron jalar consigo a varios allegados igualmente oscuros,
volviéndolos senadores, gobernadores y alcaldes.
Fernando Haddad, la
opción democrática y progresista quedó atrás en una pesada proporción de 46 a
29. Si bien en veinte días se realizará la segunda vuelta, para poder cambiar
el sentido de las cosas hace falta empezar por comprenderlas. Se necesita
entender qué hicieron Bolsonaro y su grupo para arrollar así en el primer
turno, y qué lastres le minaron el camino a su principal contrincante.
La primera derrota la
sufrió la derecha liberal, que por décadas homogenizó la representación
electoral de toda la derecha. Extrema derecha siempre hubo, aunque sometida a
apoyar las candidaturas que durante los últimos períodos eran decididas en el
Partido de la Socialdemocracia Brasileña (PSDB). Pero al cabo el descrédito
acumulado por la ineficacia y corrupción de la democracia representativa de las
oligarquías ‑‑agraria y financiera‑‑ hundió el barco. Luego de tres derrotas
ante el PT y el fiasco de Michael Temer, el PSDB dejó de asegurarle a esas
oligarquías la conservación de sus privilegios.
Ante un pueblo
castigado por la crisis y decepcionado por el sistema político, faltaba el
actor oportuno para asumir el papel de “macho” anti‑sistema, anti‑corruptos,
anti‑políticos y anti‑PT, y de duro y expedito represor de los delincuentes. El
exhibicionismo verbal de Bolsonaro, cargado de los valores en blanco y negro de los capos urbanos y los capataces rurales ‑‑racismo,
homofobia, xenofobia y repudio a las minorías‑‑, fue oportuno en medio del
desaliento ideológico y la incertidumbre cultivados por los medios de
comunicación hegemónicos.
El sentimiento anti‑PT
fue producto de una operación de laboratorio que despegó desde las protestas
contra la inauguración de estadios en vísperas del Mundial de futbol, con la
adjudicación al PT de la vieja corrupción de los gobiernos oligárquicos, y todo
el proceso de defenestración de Dilma Rousseff, instrumentados para destruir la
alternativa progresista en la cultura política popular. En medio de esa
estrategia, como apunta Breno Altman, el bloque de centro‑derecha imaginaba
tener bajo control a la ultra derecha, pero fue excedido por ella. Creyendo
poder controlar a Bolsonaro pero no al PT, radicalizaron la confrontación
contra el petismo y ahora no saben cómo arreglárselas con el monstruo que
prohijaron.
Considerando las
circunstancias, pese a la notoria desventaja de sus resultados en el primer
turno, lo logrado por el PT es una proeza. Consistentemente combatido por la
gran prensa y el sistema judicial, y hostigado por las autoridades electorales,
enfrentó el colmo de que su líder y candidato fue aprehendido y condenado sin
pruebas objetivas, y privado del derecho a postularse. El 11 de septiembre,
tras una larga batalla legal, cuando Lula firmó la carta en que desistió de
postularse y propuso a Haddad, ya pasaba del 47 por ciento de las preferencias.
Pero la autoridad electoral aún prohibió difundir que Lula apoya a Haddad y
asociar sus imágenes. Una campaña cortísima empezó con dificultades para
informar esa decisión a millones de ciudadanos.
Por añadidura, el
absurdo acuchillamiento de Bolsonaro le facilitó a este eludir el riesgo de los
debates por televisión junto a los demás candidatos. Su ausencia fue copada por
las noticias de su aflicciones y restablecimiento. Así, mientras en el último
de esos debates los demás contrincantes enfrentaban sus proyectos, el presunto
convaleciente explayaba una larga y amigable entrevista por el mayor canal de
la televisión evangélica.
Luego de que reiterados
sondeos señalaban el rápido ascenso de Haddad y reiteraban que este superaría a
Bolsonaro en la segunda vuelta, a última hora sorprendió el abrupto crecimiento
del ex capitán. Pero, como señala Jefferson Miola, esto no reflejó un cambio de
la opinión ciudadana. Los cierto es que las derechas, ante el reiterado
pronóstico de que al cabo serían derrotadas, concentraron su votación en
Bolsonaro, procurando eliminar a Haddad en el primer turno. Ese crecimiento
final del candidato fascista coincidió con un igual vaciamiento de la votación
de los demás aspirantes de derecha; el total de la votación anti‑petista no creció, sino que se concentró. El hecho es
que el intento de elegir a Balsonaro en
primer turno fracasó.
Ahora, a menos de tres
semanas de la segunda vuelta ¿cuál es la situación del país? La de una
inminente confrontación decisoria entre el núcleo de la derecha fascista, a la
cabeza de todas las derechas, contra la pluralidad de los sectores democráticos
y progresistas del Brasil, representados por el candidato del PT. Confrontación
que no se realiza en circunstancias de normalidad institucional ni legal, sino
en unas condiciones donde los jueces y los informadores más potentes están
desembozadamente alineados con la parte más reaccionaria de la política
brasileña. En esas circunstancias, Lula, Haddad y el liderazgo del PT llaman a
formar un ancho frente multicolor del Brasil democrático para detener en las
calles y en las urnas la embestida ultra reaccionaria.
Los próximos días dirán
cuánto de eso podrá concretarse en esta coyuntura. Hay dos elementos
alentadores. Uno, que también una porción del Brasil conservador se siente
atrapada y amenazada por los excesos de Bolsonaro y su grupo, y admiten la
posibilidad de sumarse al frente democrático. Por lo pronto ya Bolsonaro, a su
vez, advierte que él no tiene ninguna intención
de negociar nada con quienes ahora
acudan a apoyarlo; quienes piensen hacerlo no tendrán más opción que acatar lo
que él determine.
El otro elemento, en
los días que preceden a la segunda vuelta, al capitán retirado Jair Bolsonaro
le corresponderá acudir hasta a seis debates televisivos cara a cara, con el
académico Fernando Haddad, master en economía y doctor en filosofía, ex
ministro de educación y dirigente con reconocida experiencia en gestión
administrativa. Difícil prever cuánto eso modificará opiniones en los
diferentes ámbitos sociales, pero la prueba será mucho más peligrosa para el
primero que para el segundo.
Con certeza, la etapa
que seguirá a estas elecciones será mucho más riesgosa que cualquier período
anterior, y tendrá muchos componentes aleccionadores para el próximo futuro
latinoamericano. Pero, incluso en el caso de que la nación brasileña logre
vencer en esta coyuntura a las fuerzas sociopolíticas que ‑‑por las buenas o
por las malas‑‑, quedaron aglutinadas bajo Bolsonaro, esa historia no concluye
aquí, ni mucho menos.
No es la derecha, sino
el progresismo y las corrientes de izquierda, quien más deberá revisar y
corregir sus anteriores comportamientos, es decir, los desaciertos y errores
que los llevaron a su actual situación y a las que seguirán. Si las acusaciones
de corrupción hicieron daño, ello más se debió a que sí tenían base que al
poder de los medios de comunicación. Si las derechas y sus mentores imperiales
han tenido éxito, ello se debe a esas deficiencias y errores, que reiterándose
por varios años, corroyeron la confianza ciudadana, hicieron más vulnerable al
progresismo y más ineficaces a las izquierdas. Adormecidas por un optimismo
bobalicón, fallaron en sus responsabilidades de desarrollar la cultura política
popular, así como de prever y contener la ofensiva reaccionaria con suficiente
anticipación.
La segunda vuelta será
más reñida de lo que los sabihondos de oficio ahora predican. No obstante, sean
cuales sean los próximos cómputos electorales, es a las izquierdas a quien la
etapa que siga les exigirá una incluyente y honesta autocrítica objetiva, y una
enérgica renovación moral y estratégica.
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