Como ocurrió hace poco más
de un siglo, cuando los hombres y mujeres de la época contemplaron el declive
del poder e influencia del imperio británico y la emergencia de un nuevo
hegemón –el imperio estadounidense-, así también asistimos ahora a una nueva
transición hegemónica. ¿Cómo enfrentaremos
en América Central este proceso?
Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica
En el 2011, un informe de la
agencia consultora PwC generó revuelo al proyectar que para
el año 2050 China se convertiría en la principal potencia económica mundial,
seguida por la India y en tercer lugar los Estados Unidos. Tan solo siete años
después, en julio de 2018, el Fondo Monetario Internacional redujo esa
proyección temporal y pronosticó que ese desplazamiento podría ocurrir mucho
antes, en el 2030, tomando en cuenta el comportamiento reciente de ambas
economías (el PIB estadounidense creció un 2,8% en el primer trimestre de 2018,
frente al aumento de 6,8% registrado en China en el mismo período). Incluso en
un posible escenario de desaceleración de la actividad económica china, el
relevo parece inevitable. Pocos podrían dudar que estamos en el umbral de un
nuevo momento histórico, en el que la hegemonía global noratlántica,
consolidada por el ascenso y expansión de los imperios británico y
estadounidense en los siglos XIX y XX, se encuentra en franco cuestionamiento,
mientras el eje económico se desplaza hacia el Pacífico, donde emergen nuevos polos de poder liderados por China, India y Rusia.
¿Qué implicaciones tiene esto para
América Central? En la consolidación de aquella hegemonía nortlántica, nuestra
región desempeñó un papel clave por su ubicación geográfica: en el siglo XIX,
el control del istmo y de sus rutas interoceánicas (ferrocarriles y
canales), se convirtió en obsesión y motivo de controversias entre los Estados
Unidos y las potencias europeas (Gran Bretaña y Francia, principalmente, aunque
ya España se había planteado la construcción de un paso de mar a mar tan
temprano como en el siglo XVI). Azuzados
en su codicia por la fiebre del oro en California, y necesitados de acortar los
tiempos en el tráfico de mercancías entre los océanos Atlántico y Pacífico,
numerosos exploradores, aventureros, cazafortunas, científicos y empresarios se
lanzaron a recorrer nuestros países con el afán de conocer y estudiar el
territorio, su naturaleza y recursos, sus gentes y gobiernos, y avanzar
posiciones políticas y comerciales favorables a sus intereses. No faltó quien se refiriera al proyecto de un
canal por Nicaragua como “la puerta Atlántica a la tierra prometida”; pero en
el pulso de gigantes, y por su factibilidad, acabó por imponerse la ruta
canalera por Panamá, bajo el dominio de los Estados Unidos.
Hoy, el valor estratégico de
América Central está en la mira del gigante asiático en el marco del desarrollo
de su proyecto geopolítico y económico más ambicioso: la nueva Ruta de la Seda,
que articulará un complejo entramado comercial, energético y de transporte. A
ello responde la fuerte presencia de China bajo la forma de inversiones en
infraestructura en toda la región, compra de deuda y otorgamiento de créditos
millonarios, apertura de mercados para la exportación y el restablecimiento de
relaciones diplomáticas con Costa Rica, Panamá, El Salvador, y un poco más
allá, en el Caribe, con República Dominicana. Y de ahí derivan, también, las
presiones políticas y amenazas abiertas que lanza Washington, sin miramientos,
a los gobiernos y élites de la región para frenar el avance chino. El istmo,
pues, se encuentra nuevamente en disputa.
Como ocurrió hace poco más de un
siglo, cuando los hombres y mujeres de la época contemplaron el declive del
poder e influencia del imperio británico y la emergencia de un nuevo hegemón
–el imperio estadounidense-, así también asistimos ahora a una nueva transición
hegemónica. ¿Cómo enfrentaremos en
América Central este proceso? ¿Tenemos una alternativa propia para asistir al
convite del gigante o, por el contrario, persistiremos en nuestro rumbo
histórico de subordinación y dependencia? ¿Quedará algún aliento de audacia
política y de vigor utópico –que por ahora no se vislumbra en el horizonte-
para emprender la construcción de un destino alternativo para nuestra región,
tal y como lo soñaron en su momento Francisco Morazán, los unionistas
centroamericanos, Augusto César Sandino o el General Omar Torrijos? Tal es la
magnitud de los desafíos de nuestro tiempo.
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