No va a ser la OEA la
que solucione los graves problemas que aquejan a Venezuela, mucho menos ahora
que el secretario general tupamaro por fuera, blanco por dentro, engendrado por
Pepe Mujica, se puso de lado de una de las partes, violentando incluso de forma
mucho más descarada que en los años 60 y 70, la esencia de lo que debe ser una
organización internacional, cual es su impronta a fin de solucionar los
conflictos.
Sergio Rodríguez Gelfenstein / Especial para Con Nuestra
América
Desde Caracas,
Venezuela
Asistimos a niveles de
confrontación nunca antes visto en casi todos los rincones del planeta y como
pocas veces en la historia. Aunque estos enfrentamientos no están ajenos al
desarrollo de colisiones de carácter bélico, la novedad es que no
necesariamente, -por acción u omisión- la característica que identifica esta
situación es el despliegue de grandes cantidades de ejércitos en territorios de
combate.
Hoy, los escenarios de
esta confrontación se han multiplicado, al incorporar a los medios de
comunicación y los instrumentos de la política, la economía y la diplomacia
como actores protagónicos de los conflictos. Incluso, los organismos
multilaterales, creados para salvaguardar la paz en el mundo se han visto
involucrados frecuentemente en la exacerbación de diferencias que conducen al
fomento de las crisis, cuando deberían acudir a la solución de las mismas.
Finalmente, la verdad
de los poderosos se sigue imponiendo a sangre y fuego y sin importar los costos
que ello tenga de cara al futuro. Todas
estas situaciones, en particular en América Latina y el Caribe pueden tener
diversas miradas y distintas lecturas. Al observar los hechos de los últimos
seis meses en la región, podemos concluir que asistimos a una regresión
neoliberal que se manifiesta en casi todos los escenarios y en particular en el
de las relaciones internacionales y la política exterior. La característica
fundamental es que se ha abandonado casi todo principio o comportamiento ético,
para caer en un pragmatismo a ultranza, en el que todo vale en función de
lograr el objetivo propuesto.
Estas reflexiones
acuden a la memoria cuando se observa la actuación de la OEA respecto de la
situación de Venezuela y de otros países de la región. Se ha puesto en
evidencia que todo su discurso de defensa de la democracia, respeto a la libre
determinación y no injerencia en los asuntos internos de los países no es más
que retórica artificial encaminada a ocultar su verdadero objetivo, cual es la
defensa de los intereses hemisféricos imperiales.
Al respecto en un
artículo escrito en mayo de 2007, hace 9 años, titulado “Salirnos de la OEA es
lo único congruente con el ideal bolivariano” recordaba que: “La Organización de Estados Americanos
(OEA) es un instrumento que nació al finalizar la Segunda Guerra Mundial como
expresión de la correlación de fuerzas existentes en el continente durante el
conflicto. Fue creada para apoyar a Estados Unidos en su tardío esfuerzo bélico
de participación en el conflicto e incluyó una amplia alianza de fuerzas
políticas y sociales hegemonizada por las burguesías locales.
Además la OEA fue, en
su surgimiento, prueba de la extensión del sistema internacional resultado de
la derrota del fascismo que tuvo su mayor expresión, a nivel mundial, en la
Organización de Naciones Unidas. El objetivo inicial de la OEA era organizar un
sistema internacional interamericano entre iguales, en concordancia con la
Carta de Naciones Unidas.
Los países del
continente aspiraban a un manejo democrático de los asuntos internacionales, de
allí que postularan una organización sin hegemonías.
Pero esto produjo
temores en el seno del gobierno de Estados Unidos que en un primer momento tuvo
dudas sobre la conveniencia de firmar la carta de la Organización ya que la
misma podría limitar su capacidad de dominio sobre lo que siempre consideró su patio trasero.
Sin embargo, la
realidad política circundante al finalizar la guerra puso fin a la amplia
alianza de fuerzas antifascistas y llevó a la aplicación de la Doctrina Truman
que postulaba el apoyo material, financiero y moral de Washington a todas las
fuerzas conservadoras, reaccionarias y anti comunistas.
Ello permitió crear las
condiciones para que en el continente emergieran estas fuerzas retrógradas que
le dieran tranquilidad a Estados Unidos, y considerando que los gobiernos iban
a acatar dócilmente sus directrices la Casa Blanca torció su análisis inicial y
replanteó su decisión, apoyando la creación de la OEA. Junto a ello se
reservaron para Washington la sede de la Organización e iniciaron una
"diplomacia regional" a través de la amenaza, el chantaje, la
coerción y la extorsión de gobiernos que además no mostraban gran interés en
oponerse a ello.
Vale decir que el año
anterior, en Río de Janeiro, se había creado el Tratado Interamericano de
Asistencia Recíproca como instrumento militar hegemónico controlado por Estados
Unidos para asegurarse la lealtad de las Fuerzas Armadas de los países
latinoamericanos en su confrontación estratégica con la Unión Soviética”.
Lamentablemente, cuando
debimos habernos salido de ese engendro imperial, no lo hicimos y hoy tenemos
que seguir yendo a Washington a rendir cuentas de nuestras actuaciones
soberanas.
Se podrá estar o no de
acuerdo con el actual gobierno de Venezuela, pero hay actuaciones que señalan
definiciones de nacionalidad que son expresiones identitarias respecto del país
en que se nace o se acoge como lugar de residencia permanente o, si lo queremos
ver desde la perspectiva bolivariana, entenderla en su carácter regional, si se
acepta que: “La patria es la América”.
Todo esto que ha estado
ocurriendo, cuando diputados venezolanos, acuden a una instancia supra nacional
para que ésta, actuando al margen del derecho internacional sancione al propio
país de origen de tales parlamentarios, es expresión de aquella máxima
marxista, de que no hay fuerza más poderosa que el interés de clase, éstos son
mucho más fuertes que cualquier otro, incluyendo el de nación o incluso el de
familia.
Pero, viéndolo en un
sentido más amplio, es curioso, que la OEA y su secretario general, desesperado
por ganarse un espacio en el olimpo del poder global, no haya actuado con la misma celeridad ante
los desmanes cotidianos del gobierno de Mauricio Macri o ante esta nueva modalidad
que tristemente se ha entronizado en América Latina, cual es la aprobación
tácita de un golpe de Estado, ejecutado por el delito organizado en Brasil.
En Venezuela, hay
muchos ciudadanos que sin ubicarse en uno u otro espacio del espectro político,
tiene sentido nacional y rechaza visceralmente la injerencia extranjera. Cabe
destacar que entre esos ciudadanos, un lugar prominente lo ocupan los miembros
de la fuerza armada que han sido educados en el ideal bolivariano lo cual los
han llevado desde siempre a sostener un sólido espíritu de defensa de la
soberanía.
No va a ser la OEA la
que solucione los graves problemas que aquejan a Venezuela, mucho menos ahora
que el secretario general tupamaro por fuera, blanco por dentro, engendrado por
Pepe Mujica, se puso de lado de una de las partes, violentando incluso de forma
mucho más descarada que en los años 60 y 70, la esencia de lo que debe ser una
organización internacional, cual es su impronta a fin de solucionar los
conflictos.
Entonces, me pregunto,
¿tiene algún sentido que el señor Almagro siga siendo secretario general de la
OEA? La verdad que siempre me ha dado lo mismo, lo que haga o diga un agente
imperial que sostenga tal investidura, pero no me puede dar los mismo, cuando
lo que hay detrás de esta práctica es la generación de condiciones para una
intervención del Comando Sur, que engendrará una situación de violencia en el
país, que tal vez se sepa cuando comience, pero no, cuando termine. ¿Es que
acaso la oposición se cree inmune a esta situación? ¿Supone alguien que en
estas condiciones podrá haber un funcionamiento democrático normal? Si la
oposición aspira legítimamente a hacerse del control del país, ¿cree que pueda
haber elecciones libres en condiciones de una intervención militar extranjera?
Solo quiero recordar
que en el Chile de Allende, hubo dos instigadores civiles del golpe de Estado:
Patricio Aylwin y Eduardo Frei, ambos líderes del partido demócrata cristiano.
Supusieron que los militares les iban a entregar el poder rápidamente. Todos
sabemos lo que ocurrió. Pero hay que decir también, que Eduardo Frei fue
misteriosamente envenenado mientras convalecía de una enfermedad en un hospital
de Santiago. Así trata la oligarquía a sus lacayos, los usa y luego los desecha
cuando ya no le sirven, como si fueran un conocido utensilio de uso sexual. A
propósito, curiosidades de la vida, el hospital que “atendió” a Frei fue el
mismo y con los mismos médicos que atendieron al poeta comunista Pablo Neruda,
también envenenado según una investigación que ha concluido recientemente en el
país austral.
La experiencia es que
la peor democracia es mejor que cualquier golpe de Estado o intervención
militar extranjera. Quienes apuestan a la violencia, recurriendo a las
instituciones internacionales bajo control imperial, deben saber que ellas no
los salvarán de los desmanes que sobrevendrán, si se llega a establecer que la
única ley válida es la ley de la fuerza que surge de los fusiles.
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