A
pesar de las sonrisas que exhiben él y sus compinches en las sesiones del
juicio que se les sigue por corrupción, el ex general Otto Pérez Molina, ex
presidente de Guatemala, la tiene cada vez más difícil. Conforme avanzan las
investigaciones se formulan nuevos cargos en su contra, aparecen más secuaces y
se evidencia que lo que hicieron en los últimos siete años fue producto de un
plan bien pensado para tomar al Estado como botín.
Rafael Cuevas Molina/Presidente
AUNA-Costa Rica
Otto Pérez Molina, expresidente de Guatemala. |
En
ese plan participaron militares, empresarios y burócratas, todos los cuales
reconocieron a Otto Pérez como su gran padrino, como el capo de capos, a tal
punto que cooperaban regularmente para hacerle regalitos como mansiones en la
playa, helicópteros y otras bagatelas por el estilo. A esto le llamaron “la
coperacha”.
Tenían
razón de tenerlo tan en buen concepto. Pérez Molina le prestó ingentes
servicios a la oligarquía guatemalteca en los últimos 35 años. Como kaibil, es
decir, como miembro del grupo de élite del Ejército guatemalteco, fue pieza
central en la ejecución de la estrategia de Tierra Arrasada que dejó miles de
muertos en los primeros años de la década de los ochenta en el marco del
conflicto armado interno.
Hay
un documental de Allan Nairn, Titular de
hoy, que puede ser visto en https://www.youtube.com/watch?v=cXXOgbgVXmQ, en
el que se le puede ver dando declaraciones sobre cómo lleva adelante la
represión, y solazándose con los cadáveres de quienes yacen a sus pies luego de
ser abatidos.
Ese
primer aporte de Pérez Molina a la mantención de estatus quo se enriqueció
décadas más tarde: hay fundadas sospechas de que fue parte importante en la
conspiración que llevó, en abril de 1998, al asesinato del obispo Juan Gerardi,
quien el día anterior había presentado públicamente las conclusiones de la
investigación titulada Recuperación de la memoria histórica, impulsada por la
Oficina de Derechos Humanos del Arzobispado de Guatemala, en la cual se
consignaba, con datos fehacientes, al Ejército de Guatemala como el gran
violador de los derechos humanos en el país.
Por
último, fue impulsor de la red mafiosa que transformó al Estado en un nido de
rateros. Para eso, fundó y organizó el Partido Patriota, el cual la fiscalía y
la CICIG, que es una comisión ad hoc de las Naciones Unidas para Guatemala en
el tema de la corrupción, han catalogado como verdadero partido tapadera
orientado básicamente para alcanzar el poder y saquear el Estado.
Con
esto, contribuyó a dar el toque final al sistema depredatorio que la oligarquía
guatemalteca ha venido construyendo durante toda la segunda mitad del siglo XX.
En ese sistema, el Ejército se incorporó como un agente central sin el cual no
funcionaría. En esa cooperación oligarquía-Ejército, Pérez Molina fue una pieza
importante pero no la única ni mucho menos. Él perteneció a una de las redes
que, con fines de enriquecimiento, nacieron y se desarrollaron en el seno de la
institución armada. Estas se dedicaron a distintos negocios: el contrabando, el
tráfico de drogas, la trata de blancas, el secuestro y/o el robo de carros.
La
parasitaria y mafiosa oligarquía guatemalteca necesitó al Ejército por varias
razones. Porque, en la década de los ochenta, sin él sentían que la Revolución
Nicaragüense y el avance de las fuerzas de izquierda en El Salvador tocaría las
puertas de Guatemala. También porque, al mando del aparato del Estado en esa
época, conspicuos miembros del Ejército coparon puestos claves que los
enriqueció y los trasladó a su lado en el espectro de las clases sociales.
Esta
alianza Ejército oligarquía viene forjándose desde 1954, cuando derrocó al
presidente Jacobo Árbenz Guzmán. A partir de entonces iniciaron la construcción
de un Estado que, primero, se especializó en reprimir la protesta ciudadana y,
luego, una vez pasado a un estadio en el que esta podía ser controlada por
mecanismos menos agresivos como los de la Tierra Arrasada, en succionar sus
recursos. Al primero podemos llamarlo el Estado contrainsurgente; al segundo,
el Estado cleptómano.
El ex
general Otto Pérez Molina que hoy sonríe en las sesiones del juicio que se le
sigue en los tribunales guatemaltecos es un bandido, pero no es el único. Como
él hay muchos, y forman parte de un sistema que las marchas ciudadanas que
copan las plazas centrales de la capital y de las principales ciudades del
interior del país quieren que se cambie. Estas marchas multitudinarias y
variopintas muestran el hartazgo de los guatemaltecos con este estado de cosas.
El año pasado, fueron cruciales para que Otto Pérez y su vicepresidenta
renunciaran. Protestan pero no están en la capacidad de proponer alternativas ,
y esta es una característica que comparten con otros movimientos ciudadanos de
otras partes de mundo. Como dice Tzvetan Todorov, “los indignados se atrevieron
a decir que el rey está desnudo pero no saben cómo vestirlo”. En España, las
fuerzas que emergieron de un movimiento de ese tipo, conocido como el 15M,
derivó en Podemos. En Guatemala no se
avizora aún nada por el estilo pero la oligarquía está nerviosa. Por algo será.
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