Centroamérica, una región
pobre que expulsa a su propia población por falta de oportunidades, tiene que
lidiar con un fenómeno en el que solo está presente por razones geográficas. Si
no estuviera atravesada en el camino, ninguno de estos trashumantes del siglo
XXI estaría en su territorio.
Rafael Cuevas Molina/Presidente AUNA-Costa Rica
Migrantes africanos enfrentan a la policía costarricense. |
El mundo se
encuentra en un momento de grandes migraciones. Hay enormes contingentes de
población que no tienen las condiciones mínimas para vivir y deben moverse
buscando alternativas. Es una tragedia: nadie se va del lugar en donde vive,
abandona sus referentes primarios, su familia, sus parientes, sus amigos, el
paisaje que conoce, la lengua que habla, si no está compelido por la necesidad
más apremiante.
Las razones
son la pobreza, la guerra, el cambio climático. Son las consecuencias
calamitosas de siglos de colonialismo y neocolonialismo que hoy pasan la
factura. Quienes son los principales causantes de todo esto no saben qué hacer.
Las viejas potencias coloniales levantan murallas y se atrincheran, viven un
estado de psicosis permanente ante las oleadas de seres humanos que llegan a
sus puertas y no cesan.
La pujante
Alemania, en Europa, y los Estados Unidos en América, son los grandes focos de
atracción. Los alemanes, que llegaron tarde a la rapiña colonial del siglo XIX,
intentaron en el siglo XX recompensar esa falencia y conquistar territorios que
pudieran surtirla de fuerza de trabajo y materias primas. Hoy, después de sus
anteriores fracasos, que terminaron en grandes confrontaciones bélicas
dejándola derrotada en una esquina del cuadrilátero, vuelve a la carga con otra
estrategia, sangrando al sur de Europa cuyos capitales y fuerza de trabajo más
capacitada alimentan su pujante desarrollo.
Los Estados
Unidos se encuentran en otra situación. En el trasfondo de sus bravuconadas
bélicas y su prepotencia está el sentimiento de fin de fiesta; son una potencia
en declive cuya primacía mundial es por primera vez cuestionada seriamente por
otras potencias emergentes, y sus respuestas a esta situación son propias de un
época de crisis aguda.
Donald Trump
y sus ascenso vertiginoso en la escena política es un claro ejemplo en este
sentido. Los mismo republicanos están asustados de la bestia que han liberado
pero, ahora, no les queda más que cabalgarla.
Trump ha
hecho de los migrantes que llegan del sur un referente de su campaña política, y
lo único que se le ocurre es hacerlos blanco de insultos y proponer planes
descabellados para frenar su llegada.
Independientemente
de lo que quiera Trump, la migración hacia su país no se detendrá. Puede ser
que se torne más difícil, que haya más muertos en el camino, pero nada detendrá
la marea humana que no tiene alternativas.
Centroamérica
es una región cuyas élites gobernantes, especialmente las del Triángulo Norte,
han hecho de la migración una solución para su incapacidad de generar políticas
sociales inclusivas. Son cientos de miles los centroamericanos que parten
huyendo de la violencia y la pobreza.
Pero
recientemente ha salido a la luz una nueva dimensión de este fenómeno, el de
migrantes africanos que intentan cruzar la región provenientes de Brasil y
Colombia. Han cruzado el océano de polizontes en barcos mercantes, y luego se
arriesgan en travesías peligrosísimas hasta llegar a Centroamérica.
Se aglomeran
en las fronteras de Costa Rica y Panamá, como hace no mucho lo hicieron
cubanos. Para estos hubo solución y prácticamente todos se encuentran ahora en
los Estados Unidos. Por razones políticas, tienen privilegios en ese país que
no tiene ningún otro tercermundista.
Eso lo están
viviendo en carne propia los africanos.
Hace tan solo
una semana, un muchacho de 23 años murió en la calle de un pueblecito cercano a
la frontera con Nicaragua, en donde no los dejan pasar bajo ningún concepto.
Antes murieron otras dos mujeres, y ninguno tiene las más mínimas condiciones
para vivir.
Centroamérica,
una región pobre que expulsa a su propia población por falta de oportunidades,
tiene que lidiar con un fenómeno en el que solo está presente por razones
geográficas. Si no estuviera atravesada en el camino, ninguno de estos
trashumantes del siglo XXI estaría en su territorio. Y quienes han sido los
causantes del problema ven para otro lado y se lavan las manos.
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