Un nuevo sujeto político
ha surgido en las últimas semanas: las multitudes en las calles gritando a
favor de la democracia y “fuera Temer”. Están siendo protagonistas los miles y
miles de mujeres, rebeladas contra la cultura del estupro y también en
solidaridad con la mujer Dilma, contra el inveterado machismo brasileño.
Leonardo Boff / Servicios Koinonia
Ocurren cosas extrañas en
el reino, que no es el de Dinamarca sino el de Brasil: una presidenta es
depuesta por errores menores de administración financiera que ocurren en todos
los gobiernos del mundo sin que sean motivo de destitución, por el simple hecho
de que no hay proporción entre el eventual error y la pena máxima. Es pretexto
para otra cosa.
Recientemente se
descubrió a través de grabaciones entre líderes de la oposición, concretamente
del PMDB y del PSDB con uno de los directores de Petrobrás, que el motivo real
de la destitución de la presidenta no era tanto la alegada irresponsabilidad
fiscal. Era necesaria retirarla para cerrar la investigación en la Petrobrás,
el famoso Lava-Jato, que implicaba a corruptos no sólo del PT sino también de
los principales partidos: ministros, senadores y diputados de la oposición.
Para escapar de los procesos y de las prisiones, necesitaban cerrar aquella
“sangría desatada” (R. Jucá) de millones y millones de dólares, amenazando a
los políticos.
Esta es la razón pura y
simple del proceso de impeachment contra la Presidenta. Bien dijo Noam Chomsky
que vive con una brasilera, se trata de “una banda de ladrones acusando a una
mujer inocente, contra la cual ni siquiera hay indicios de delito”. Esa banda
se unió con el conspirador mayor, el vicepresidente Michel Temer, con sectores
del propio STF, connivente y omiso, con la PF y el MP para escapar ilesos de
sus delitos y salvar sus carreras políticas. La intención originaria y perversa
era desestabilizar el gobierno del PT, lo que consiguieron en parte apoyados
por una prensa conservadora y calumniosa, de las más concentradas del mundo. Se
buscaba deconstruir la figura carismática de Lula. Élites regresivas, nostálgicas
de la Casa Grande, buscan el poder que perdieron en las elecciones y consideran
inaceptable la ascensión de los pobres en la vida social y universitaria.
El vicepresidente, un
hombre débil y sin ningún tipo de liderazgo, olvidó que era vice y que debía
sustituir a la presidenta mientras durase el proceso contra ella, manteniendo
la máquina gubernamental. Secuestró el cargo como si fuese presidente, con un
proyecto político no mostrado al pueblo, montando todo un gobierno nuevo con
otros ministros, gente de la peor especie política, algunos acusados por
corrupción, todos blancos y ricos. Los ministerios que tenían alma (como
Cultura, Derechos Humanos, el de las Mujeres, el de la Diversidad racial,
Negros e Indios y otros) fueron reducidos o abolidos quedando solamente
aquellos que son el esqueleto de la administración (planeamiento, hacienda y
otros).
Como es sabido y la
periodista canadiense Noemi Klein explicitó hace días en una entrevista sobre
la situación de Brasil: en momentos de crisis y de caos político, los
propulsores del proyecto radical del neoliberalismo, proyectado por los
“chicagoboys” (Milton Friedman), aplican sin piedad la “Doctrina del Choque”.
Aprovechan la debilidad de las instituciones y del poder central para imponer
su proyecto absolutamente anti-popular y anti-social, que privatiza bienes
públicos, corta beneficios sociales y beneficia todo lo que puede a las clases
adineradas. Pues ese proyecto descaradamente liberal está siendo impuesto al
pueblo brasilero.
José Serra, ministro de
relaciones exteriores, sin calificación para ese cargo y bronco en las
relaciones, está recorriendo el mundo para vender parte de Brasil,
especialmente la privatización de bienes públicos y el pre-Sal.
Hay que recordar que la
población ya se ha dado cuenta de las tramoyas golpistas. Allí donde aparecen
diputados o senadores, en los aeropuertos o en las calles, son abucheados como
golpistas o ridiculizados. El vicepresidente ni siquiera puede salir de casa en
São Paulo o del palacio en Brasilia pues las multitudes gritan “fuera Temer”.
Su popularidad tiene un 1% de aceptación. Sólo la vanidad lo mantiene en el
poder, pues no pasa de ser un figurante de fuerzas que lo manejan, como el
grupo del mafioso, corrupto y chantajista Eduardo Cunha. El silencio del STF
está en la tradición de 1964, como apoyadores del golpe contra cualquier ética
jurídica e imparcialidad, como es el caso innegable del ministro Gilmar Mendes.
Pero un nuevo sujeto
político ha surgido en las últimas semanas: las multitudes en las calles
gritando a favor de la democracia y “fuera Temer”. Están siendo protagonistas
los miles y miles de mujeres, rebeladas contra la cultura del estupro y también
en solidaridad con la mujer Dilma, contra el inveterado machismo brasilero.
Otro protagonista nuevo
son los jóvenes de todas las edades, distanciados conscientemente de los
partidos, que reclaman democracia, ocupan escuelas pidiendo mejor educación y
exigen reformas. Todos los días hay miles y miles llenando las calles con sus
banderas y músicas. Seguramente quien va a derribar el impeachment serán las
calles. Los senadores pro impeachment, muchos de ellos acusados, difícilmente
se librarán durante toda su vida del epíteto de golpistas.
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