España, en la persona de Mariano Rajoy, superó todo lo hecho hasta
ahora en su afán de reafirmarse como nuestro eterno amo y señor, al convocar
una reunión urgente del Consejo de Seguridad de España, donde, a imitación del
imperio mayor al cual sirve de manera vergonzante, declara a Venezuela una
amenaza para su seguridad nacional y llama a la OTAN a intervenir en su
protección.
Carmen Bohorquez / ALAI
De todos los imperios que
han existido en la historia de la humanidad, el español ha sido el más reacio a
aceptar su derrota y desaparición como tal. 24 años le costó para admitir que
había perdido la batalla de Carabobo y que Venezuela se había hecho definitivamente
independiente de su dominio. Pero aún así, ya expulsada España totalmente del
territorio americano, siguió intentando restaurar su presencia y su control
sobre lo que alguna vez pensó que sería eternamente suyo, acudiendo al apoyo de
la Santa Alianza. Cuando finalmente comprendió que ya no le era posible ninguna
reconquista militar, comenzó a trabajar fuertemente en una batalla de la que sí
saldría victoriosa: la batalla ideológica. El paroxismo de dicha batalla lo
alcanzaría durante la celebración del Cuarto Centenario de lo que con toda
premeditación siempre llamó: el descubrimiento de América.
Para ese momento: 1892,
España había logrado no sólo que las élites americanas olvidaran que alguna vez
esa nación pretendió borrarlas del mapa, sino que por el contrario recuperaran
su devoción a la “Madre Patria” y la tuvieran como el centro gravitacional del
mundo. En ese año centenario, España inundó a sus antiguas colonias con una
muestra de generosidad sin límites y sembró el territorio de plazas dedicadas a
Colón, a los reyes católicos, a Carlos III, así como construyó numerosos
edificios y monumentos a sus íconos culturales que ayudarían a perpetuar la
“natural” identificación de las antiguas colonias con la metrópoli que, de
acuerdo a su interpretación histórica, les había dado nacimiento. Y esto sin
hablar del empoderamiento que fue logrando a través de las ideas y
manifestaciones culturales con las que nos fue colonizando nuevamente. Incluso
logró que todos los países de Nuestra América asumieran el 12 de octubre, fecha
en la que se inició la invasión, genocidio y saqueo de nuestros pueblos y riquezas, como un día de celebración del
triunfo de la “raza” española sobre los pueblos originarios.
Este dominio ideológico ha
tenido siempre un correlato político, apoyado, al igual que en el tiempo de la
colonia, en una fuerte presencia de sacerdotes y monjas católicas que no han
dejado de asumir el control de la educación de las élites criollas y su
descendencia. Desde el punto de vista político, los gobiernos españoles que
hasta el día de hoy continúan perpetuando el espíritu del franquismo, se han
distinguido por un fuerte apoyo a las diferentes dictaduras y gobiernos de
derecha que han asolado nuestros países.
Esta tendencia se
institucionalizará en 1985 con la creación de la Organización de Estados
Iberoamericanos (OEI), organismo ideado para legitimar y asegurar la presencia
permanente de España en una América donde la influencia norteamericana se había
ido extendiendo por todos los intersticios económicos, políticos y culturales.
Bajo la falsa excusa de crear una comunidad de colaboración entre países que
comparten una lengua y una cultura, la OEI ha buscado borrar toda muestra de
afirmación de lo que Bolívar llamó “un nuevo género humano”, empujándonos a
asumir de nuevo todos sus valores culturales. De hecho, su misma estructura de
funcionamiento está dirigida a eso. Conformada por 34 países latinoamericanos y
caribeños y sólo 2 países ibéricos (España y Portugal), su Secretaría General
tiene su sede en Madrid, los aportes financieros de los 36 países se depositan
en los bancos españoles y todo cuanto se haga desde su sede, aún cuando sea una
iniciativa nacida, organizada y ejecutada por un país de Nuestra América es
inmediatamente subsumida bajo el calificativo de ibérica. Y lo peor es que
ninguno de nuestros gobiernos parece darse cuenta de que con eso estamos
renunciando o más bien transfiriendo nuestra soberanía a España y alimentando
su eterna ansia imperial.
En esta última semana,
España, en la persona de Mariano Rajoy, superó todo lo hecho hasta ahora en su
afán de reafirmarse como nuestro eterno amo y señor, al convocar una reunión
urgente del Consejo de Seguridad de España, donde, a imitación del imperio
mayor al cual sirve de manera vergonzante, declara a Venezuela una amenaza para
su seguridad nacional y llama a la OTAN a intervenir en su protección. Si bien
se dice que esta acción se enmarca dentro de la campaña electoral en la que
Rajoy está entrampado y en la que Venezuela y el gobierno bolivariano se han
convertido en el centro de todas las diatribas y de la más escandalosa campaña
mediática, aún así, es también una muestra de los niveles desquiciantes a los
cuales el delirio imperial puede llevar a una sociedad y a un gobierno. Lo peor
es que España no se da cuenta de que en el concierto del mundo capitalista,
ella no es más que un triste peón movido al antojo del dueño del tablero; o
quizás sí se da cuenta y pretende con esta bravuconada vivir la fantasía de
querer mostrarle a sus otrora leales súbditos, que ella sigue teniendo derechos
sobre nuestros destinos.
Habría que recordarle que de
Venezuela surgieron los guerreros y guerreras que no sólo iniciaron las guerras
de independencia cuando ella se creía un imperio invencible, sino que le
propinaron las más aplastantes derrotas a lo largo y ancho del continente, y
que estamos dispuestos y dispuestas a volver a hacerlo si pretende seguir por
ese camino de no reconocer que está hablando de un pueblo libre que lleva en su
sangre el valor y el coraje de un Guaicaipuro, de un José Leonardo Chirino, de
un Miranda, de un Bolívar y de un Chávez, ejemplos todos de entrega total a la
patria y de dignidad y excelsa condición humana; y no de la vacuidad y grosero
alarde de superioridad que ilustra la revista Hola!
Martes, 31 de mayo de 2016
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