En las expresiones utópicas
de ese mundo por venir resuena, desde el trasfondo cultural de nuestra América
y con más vitalidad de lo que muchos imaginan, el “habrá Patria para todos o no
habrá Patria para nadie”, del prócer uruguayo José Gervasio Artigas.
Guillermo Castro H. / Especial para Con Nuestra América
Desde Ciudad Panamá
A lo largo de su formación y
sus labores en la Iglesia católica y desde ella, el Papa Francisco ha forjado
cuatro principios que articulan su labor pastoral. Estos principios no tienen
en sí mismos una naturaleza teológica. Sintetizan en lo eclesial, más bien,
aquella larga tradición social, cultural y política latinoamericana que
encontró una de sus expresiones más afortunadas en 1891, al decir José Martí
que entre nosotros “no hay batalla entre la civilización y la barbarie, sino
entre la falsa erudición y la naturaleza.”[1]
Estos cuatro principios
tienen evidente importancia para comprender tanto la gestión eclesial del Papa
- que busca renovar la Iglesia preservando su unidad en un mismo empeño -[2]
como las relaciones entre esa gestión y las modalides de incidencia de la
Iglesia católica en la vida de nuestras sociedades que su pontificado anima y
promueve. Así, el primero de ellos plantea que el tiempo es superior al
espacio. Al decir de Mercedes de la Torre, este principio “permite trabajar
a largo plazo, sin obsesionarse por resultados inmediatos”, poniendo procesos
en marcha, en la confianza de que el tiempo “ilumina y transforma los eslabones
de una cadena en constante crecimiento, sin caminos de retorno”.
El segundo principio indica
que la unidad prevalece sobre el conflicto, en cuanto favorece la
construcción de soluciones de consenso a los grandes y pequeños problemas de la
vida en el cambio de época que nos ha tocado vivir. Dicha construcción, al
propio tiempo, no es un mero ejercicio de ingeniería política. Por el
contrario, tiene lugar a partir de “una comunión en las diferencias, que sólo
pueden facilitar esas grandes personas que se animan a ir más allá de la
superficie conflictiva y miran a los demás en su dignidad más profunda”, según
lo planteara Francisco en su Encíclica La Alegría del Evangelio.
El tercer principio no puede
ser más central en nuestra cultura política. Se trata, en efecto, de que la
realidad es más importante que la idea, con todo lo que eso implica en una
región concebida y construida a partir del empeño de élites sucesivas de
imponer la civilización a la barbarie, el progreso al atraso, y el desarrollo
al subdesarrollo en lo que fue de 1750 a 1950, y desde fines del siglo XX, el
pensamiento único neoliberal.
Por contraste, la
superioridad de lo real expresa la rica y compleja historia del proceso de
formación de las identidades características de nuestras sociedades. Las
experiencias de esa historia, por ejemplo, afloran en el texto que Martí
dedicara en 1891 a advertir sobre las primeras expresiones del expansionismo
norteamericano sobre nuestra América. “A lo que se ha de estar”, dijo entonces
“no es a la forma de las cosas, sino a su espíritu. Lo real es lo que importa,
no lo aparente.” Y pasa enseguida del principio filosófico a sus implicaciones
prácticas:
En la
política, lo real es lo que no se ve. La política es el arte de combinar, para
el bienestar creciente interior, los factores diversos u opuestos de un país, y
de salvar al país de la enemistad abierta o la amistad codiciosa de los demás
pueblos.[3]
El cuarto principio,
finalmente, plantea que el todo es superior a la parte. En el plano
eclesial, dice Mercedes de la Torre, este principio permite entender “por
qué el Papa está pidiendo a los movimientos eclesiales no cerrarse en sí
mismos, sino ver más allá y trabajar en comunión y junto a la Iglesia
universal.” Ese no cerrarse, por otra parte, no es pasivo. Más allá de las
fronteras eclesiales e ideológicas, el Papa Francisco entiende que su Iglesia
debe incidir activamente en la lucha por el bien común de nuestra especie,
porque ambas comparten un mismo mundo y un mismo destino.
En las expresiones utópicas
de ese mundo por venir resuena, desde el trasfondo cultural de nuestra América
y con más vitalidad de lo que muchos imaginan, el “habrá Patria para todos o no
habrá Patria para nadie”, del prócer uruguayo José Gervasio Artigas. En su
desarrollo a lo largo del tiempo – siempre superior al espacio – esa idea
fundadora alcanza una especial riqueza en su elaboración por José Martí, cuando
afirma:
Levantando
a la vez las partes todas, mejor, y al fin, quedará en alto todo: y no es
manera de alzar el conjunto el negarse a ir alzando una de las partes. Patria
es humanidad, es aquella porción de la humanidad que vemos más de cerca, y en
que nos tocó nacer; - y ni se ha de permitir que con el engaño del santo
nombre se defienda a monarquías inútiles, religiones ventrudas o políticas
descaradas y hambronas, ni porque a estos se dé a menudo el nombre de patria,
ha de negarse el hombre a cumplir su deber de humanidad, en la porción de ella
que tiene más cerca. Esto es luz, y del sol no se sale.[4]
Grande,
la América nuestra: si de allá venimos, y tanto compartimos, ¿hasta dónde no
hemos de llegar, si somos capaces de ejercerlo? El Nuevo Mundo de ayer, en
verdad, abre el camino al mundo nuevo de mañana, y lo hace de la manera mejor,
que es con todos, y para el bien de todos.
NOTAS:
[1]
Y añade: “Los hombres naturales han vencido a los letrados artificiales. El
mestizo autóctono ha vencido al criollo exótico. No hay batalla entre la
civilización y la barbarie, sino entre la falsa erudición y la naturaleza.”
“Nuestra América”. El Partido Liberal, México, 30 de enero de 1891.” Obras
Completas. Editorial de Ciencias Sociales. La Habana, 1975: VI, 17.
[2]
Al respecto, por ejemplo, Mercedes De La Torre: “Los cuatro principios
fundamentales del Papa Francisco”.
[3]
“La Conferencia Monetaria de las Repúblicas de América”. La Revista
Ilustrada, Nueva York, mayo de 1891. Obras Completas. Editorial de
Ciencias Sociales. La Habana, 1975: VI, 158.
[4]
Y concluye: “Patria es eso. – Quien lo olvida, vive flojo, y muere mal, sin
apoyo ni estima de sí, y sin que los demás lo estimen: quien cumple, goza, y en
sus años viejos siente y trasmite la fuerza de la juventud: no hay más viejos
que los egoístas: el egoísta es dañino, enfermizo, envidioso, desdichado y
cobarde.” "En casa", Patria, 26 de enero de 1895. Obras
Completas. Editorial de Ciencias Sociales. La Habana,1975: V, 468 –
469:
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